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IÑIGO DOMÍNGUEZ
Sábado, 15 de septiembre 2007, 02:58
La vieja misa en latín y con el cura de espaldas a los fieles, como se celebraba antes de las reformas renovadoras del Concilio Vaticano II en 1969, volvió a celebrarse ayer con total libertad en las iglesias de todo el mundo. Hasta ahora se requería el permiso del obispo, pero ahora basta que lo pida un grupo numeroso de fieles. Para los demás no cambia absolutamente nada y la misa actual seguirá siendo la habitual.
No es que ayer hubiera cola en los templos ni antes había precisamente un clamor popular a favor de esta medida, autorizada por Benedicto XVI el pasado 7 de julio, sino que es un satisfacción muy minoritaria para fieles nostálgicos, tradicionalistas o militantes en grupos conservadores. Sobre todo, es un guiño hacia los seguidores del obispo francés Lefebvre, que protagonizó un cisma en 1988 al preferir quedarse anclado en el periodo pre-conciliar. Con este gesto, el Vaticano espera que vuelvan al redil.
Por tanto, ayer había que buscar con lupa las iglesias que se estrenaban con el viejo ritual. Una de ellas, en Roma, fue la basílica de Santa María Maggiore. A las ocho de la mañana, ante 39 personas, el cura comenzó a oficiar la misa de espaldas, una imagen antigua que no se veía desde hace cuarenta años.
Entre los presentes, monjas, señoras de edad avanzada o padres de familia que se declaran miembros de grupos católicos tradicionales. En total, según los cálculos de estos grupos retrógrados, con la libertad de elegir rito en Italia pasarán de 30 a 60 las iglesias que ofician misa en latín. Muy pocas si se piensa que cada domingo se celebran unas cien mil.
Pero aunque sea un fenómeno marginal y Ratzinger lo ha presentado como un pequeño reajuste o concesión que no cambia nada en la misa normal y corriente, lo cierto es que ha sido, con diferencia, la decisión del Papa que más ampollas ha levantado dentro de la Iglesia en sus dos años y medio de mandato. Resucita los choques entre conservadores y progresistas vividos en el Concilio Vaticano II y cardenales, teólogos y sacerdotes no han tenido problemas en manifestarse en contra o llamar la atención al Vaticano sobre los riesgos de esta medida.
Voces críticas
Sólo en Italia, varias voces se han alzado por el temor a que se cree una «Iglesia paralela» y al retorno «de un viejo modo de pensar la Iglesia y sus relaciones con la sociedad». La propia comisión litúrgica de la Confederación de Obispos italiana ha enviado un documento a la secretaría, firmado por varios obispos, en el que expresa su preocupación. Otros obispos han mostrado su adversidad a título individual, así como el cardenal Carlo María Martini y su sucesor en el arzobispado de Milán, el cardenal Dionigi Tettamanzi.
La asociación de liturgistas, los profesores de esta materia en las universidades pontificias y en los seminarios, también han criticado la medida abiertamente en un congreso. Apuntan el riesgo de «divisiones» y problemas prácticos como la formación de los curas y fieles y la misma ignorancia generalizada del latín «que puede llevar a un formalismo litúrgico privado de maduración interior».
La revista de los la congregación de los dehonianos llega a decir esta semana que la misa en latín puede ser «una dispensa» del Concilio Vaticano II. Por el contrario, la jesuita 'Civiltá Cattolica' anima a confiar en el Papa cuando aseguraba que los temores retrógrados son infundados.
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