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J. C. CARABIAS
Jueves, 3 de enero 2008, 01:50
La pretemporada en la Fórmula 1 es el paraíso de la abundancia. Los fastos del optimismo alcanzan a todos, grandes y pequeños, pura fanfarria promocional, época de ilusiones y autobombo. Hasta que la pista coloque a cada uno en su sitio, son semanas para la exaltación tribal, para la presentación de coches que volarán en el asfalto, ingenieros que echarán horas sin desmayo y pilotos que no cometerán ningún error de pilotaje. Así es para todos, excepto en Toyota.
El gigante japonés parece que decide dejar de engañarse a sí mismo. Mientras la opulencia asoma en todas las sedes, en Toyota han decidido poner un límite al derroche. Dos años para ganar carreras. Eso o tal vez el adiós.
La historia de Toyota es una ingeniosa sentencia de Flavio Briatore. «Si por inversión y millones fuese, Toyota ganaría el Mundial todos los años». El vox populi de la Fórmula 1, ese espectro invisible al que nadie desmiente, dice que los nipones gastaron el año pasado más de 300 millones de euros. Más que ninguna otra escudería y para nada. Pagaron un sueldo galáctico a Ralf Schumacher (25 millones), confiaron de nuevo en Jarno Trulli y hasta llevaron ingenieros de Inglaterra a su sede en Colonia (Alemania).
El resultado, un fiasco. Trece puntos entre el hermanísimo y el italiano. Los mismos que Alex Wurz, despedido de Williams por bajo rendimiento. Sexto año consecutivo de decepciones para quien estaba llamado a competir con McLaren y Ferrari por la hegemonía del Mundial.
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