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Domingo, 16 de marzo 2008, 10:42
El coche empotrado en el restaurante del Hotel Chiqui se ha convertido, sin duda, en la imagen de una semana marcada por el temporal y el oleaje más devastador que recuerda la mayor parte de los santanderinos. Para otros, los más veteranos, la furia desatada por el mar estos días ha sido como un 'deja vú', un obligado viaje a los recuerdos, a revisitar imágenes en blanco y negro de un 'diciembre negro' de 1951.
Aquel año comenzó torcido, como recoge Rafael González Echegaray en su libro 'Por más valer'. El 31 de enero «cayó en Las Quebrantas el Patache (barco de vela) San Juan, que fue reflotado por el remolcador auxiliar número 5». Era un aviso del mar, los entremeses de lo que se avecinó once meses después. El 7 de diciembre se hundió el mercante santanderino Río Mira frente a Cabo Mayor. Veinte días después se desató el mayor oleaje testimoniado de la historia de la ciudad.
Las páginas sepias de las crónicas de la época de EL DIARIO MONTAÑÉS recogen los efectos devastadores del temporal más fuerte que se recuerda en el Norte de España. El 27 de diciembre de 1951, Santander amaneció con viento fuerte del Noroeste que no cedió en todo el día. A última hora de la tarde amainó. Era la calma antes de la tempestad. A las diez de la noche, el viento volvió con violencia de ciclón. Hasta las cinco de la tarde del día siguiente, 28 de diciembre, Santander se convirtió en un barco atrapado en una tormenta en alta mar.
'La Caracola'
El Sardinero recibió las embestidas más duras de las «olas gigantescas», cómo se recoge en el periódico de aquel día. El primer impacto lo sufrió el Pabellón Real 'La Caracola', situado en la primera playa. Rodeado por el agua, soportó durante algunas horas el temporal, pero las olas acabaron por derribarlo y sus restos fueron arrastrados mar adentro. Muy cerca de este edificio, el Balneario de algas también sufrió el desgaste producido por horas de temporal, y sus cimientos cedieron. Posteriormente fue declarado en estado de ruina.
La línea de playa desapareció por completo, incluidos los muros que la rodeaban, y el agua llegó hasta las puertas de los antiguos Campos de Sport del Racing, inundando por completo el Parque de Mesones y arrancando de cuajo árboles y bancos. El mar también se llevó parte del muro y la balaustrada del mirador de los Jardines de San Roque. En Puertochico y Las Quebrantas, todos los barcos quedaron volcados. La fuerza de las olas fue tal que se llevó por delante el puente de acceso a la caseta de los prácticos del Puerto, situada en la actual Playa del Camello.
Mientras, en el resto de la ciudad la situación no era mucho mejor. Las informaciones del día hablan de calles desiertas y cascotes, cristales y tejas recorriendo Santander arrastrados por el viento. El mismo viento que llegó a reventar las lunas de los comercios de la calle San Francisco.
Los apagones fueron intermitentes y continuados en toda la ciudad durante aquel día. Bomberos y voluntarios organizaron retenes especiales y doblaron sus guardias para contrarrestar los efectos del temporal, que provocó, entre otras cosas, más de veinte fuegos. Sólo habían pasado diez años desde el incendio del 41 y la ciudad volvía a estar sumida en el caos.
Incomunicados
Las comunicaciones telefónicas y telegráficas quedaron interrumpidas con toda España. Santander quedó aislada del resto del mundo. Días más tarde, cuando el mar se tranquilizó y el viento dejó de soplar, se supo que el temporal había barrido, con igual fuerza, todas las ciudades costeras del Norte de España.
El último gran temporal que se recuerda en Cantabria, previo al vivido esta semana, tuvo lugar el 30 de enero de 1990. Aunque éste tuvo menor intensidad, las olas llegaron a alcanzar los diez metros de altura y reventaron las cristaleras y una base de hormigón del restaurante La Concha, provocando el pánico entre las personas que se encontraban en el local e hiriendo a dos de los bomberos que acudieron a la zona. Aquel día, tal y como ocurrió el pasado martes, el temporal coincidió con las pleamar, lo que provocó diversas inundaciones en los locales de El Sardinero.
Los temporales de diciembre de 1951 y enero de 1990 tienen algo en común: no fueron los últimos que sufrió Santander. El de marzo de 2008 tampoco lo será.
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