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TRIBUNA LIBRE

Carlos Sahagún: poeta emboscado

ALBERTO SANTAMARIA

Miércoles, 2 de abril 2008, 03:27

La voluntad de fuga es una vieja fórmula estética y literaria. El poeta suele sentirse tentado y destinado a volverse, replegarse y dejar que el mundo y su palabra lo abandonen. Es un síndrome clásico. Recientemente se nos ha vuelto a hacer presente el caso del poeta alicantino Carlos Sahagún, quien llegado determinado momento de su carrera literaria, hace casi treinta años, decide apartarse del mundo literario, salir de la madeja nebulosa, en ocasiones impostada, de la realidad literaria y volver sobre sí mismo.

Sahagún nace en Onil, Alicante, en 1938, y publica su primer libro, Hombre naciente, en 1955. Dos años más tarde obtendrá el entonces codiciado y prestigioso premio Adonais con Profecías del agua. El autor cuenta entonces con 19 años. En 1961 aparecerá Como si hubiera muerto un niño, que había obtenido el año anterior el premio Juan Boscán. Posteriormente, en 1974, publicará Estar contigo y en 1980 Primer y último oficio. Desde entonces: silencio.

Se sabe que sigue escribiendo, pero por decisión propia y en busca de una tenaz coherencia, permanece alejado de la realidad literaria de los últimos años: no es desdén ni cansancio, quizá, simplemente la decisión de un poeta que considera que ha de callar a tiempo, no insistir sobre lo que ya se ha dicho, no ocultar lo mismo bajo otras palabras. «No se ha acabado el poeta, sencillamente se aparta», nos cuenta el poeta Antonio Lucas que recientemente ha acometido la reedición de su libro Como si hubiera muerto un niño para la editorial Bartleby.

En dicho libro hallamos la siguiente cita de Boscán en el poema «Y es de día»: «Huyendo de mí siempre, a mí me sigo». Este quizá podría ser el lema de toda una vida literaria. Carlos Sahagún como un poeta fiel a sí mismo ha decidido desaparecer, emboscarse, huir aunque sin abandonar la literatura. Como si hubiera muerto un niño es un libro central en la trayectoria de Sahagún no sólo en lo cronológico sino quizá también en lo estético, como depuración de sus obsesiones.

Se inserta Sahagún en la nómina de poetas de la Generación del 50 junto a nombres como José Agustín Goytisolo o Ángel González. Es Sahagún, por lo tanto, un poeta de corte realista, pero de ese realismo no documentalista que rescata de la memoria personal una iconografía extensible a todo lector. En este libro es la infancia ese icono; la niñez como frontera que pronto se acaba y nos lanza al tránsito de una vida que no sabemos descifrar. Como indica el propio poeta: la historia privada es ejemplo moral de una historia mayor.

De esta forma sus poemas son incursiones en un yo con intención de transformar ese yo en símbolo generacional. Como si hubiera muerto un niño nos dibuja la infancia en una difícil posguerra: «Le llamaron posguerra al hambre», «cuando eras / niño ante el mar total de tu desgracia» escribe, pero aún así esa infancia exige ser vivida en toda su plenitud y dureza. No es simplemente la memoria individual de un sujeto sino un recorrido simbólico sobre la infancia. Es un libro donde las imágenes del caminar, del tránsito, del ir-hacia aparecen en casi todos los poemas.

La presión de una realidad asfixiante obliga al niño a salir de su infancia, y lo hace de un modo imperativo: «caminemos», «empieza a caminar», etc. Así, a través de sus áridas imágenes, se trasluce una realidad vivida con dolor y desconfianza. Por ello el poeta desde su conciencia presente se cuestiona del siguiente modo: «Pero ante todo piensa en esta patria, / en estos hijos que serán un día / nuestros: niño labrador, el niño / estudiante, los niños ciegos. Dime / qué será de ellos cuando crezcan, cuando / sean altos como yo y desamparados».

En 1956 comienza a vivir en el barrio obrero del Pozo del Tío Raimundo tomando conciencia de las dificultades que atravesaba la clase obrera buscándose la vida en una ciudad que, como duramente dibuja Antonio Lucas, "tenía alma de piedra pómez". Desde entonces hasta hoy, aunque alejado de la realidad literaria, no olvida Sahagún esta conciencia social ni su compromiso individual. «Cuando un niño nos mira serio / y en pie desde el retrato, / no queremos saber que ha sido dueño de nuestros años».

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