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MERCEDES GALLEGO
Sábado, 19 de abril 2008, 02:51
«No más guerras. ¿Nunca más!». Era el Papa Pablo VI en su discurso ante la ONU de 1965, con un estilo mucho más directo y combativo que el que mostró ayer Benedicto XVI, cuando criticó veladamente el monopolio de poder que ejercen en la organización los cinco países con derecho a veto en el Consejo de Seguridad. El tercer Papa que se subía al pódium de la Asamblea General de la ONU denunció «la paradoja obvia de un consenso multilateral que continúa en crisis porque sigue subordinado a las decisiones de unos cuantos».
La democratización del Consejo de Seguridad de la ONU es prácticamente una misión imposible, ya que requeriría el consentimiento de los cinco países -Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China- a los que habría que arrebatarles su poder absoluto. Ni siquiera la ampliación de los asientos rotatorios para incluir a más países evitaría que las decisiones del mundo quedaran supeditadas a los intereses de esos cinco, que en ningún momento el Papa mencionó por su nombre. Voces mucho más extremistas, como la de Hugo Chávez, han dicho que la ONU no tiene más arreglo que disolverla y volverla a erigir de nuevo.
Con su presencia, el Sumo Pontífice buscaba legitimar la organización en crisis cuyo «alto papel» cree necesario para establecer las reglas mundiales del bien común y salvaguardar la protección de la libertad.
Sin mencionar Irak
Pablo VI hablaba de Vietnam. Juan Pablo II, en 1979, repitió sus palabras y mencionó a Bosnia. Benedicto XVI, con la sutilidad que le caracteriza, no llamó a Irak por su nombre, pero dedicó la parte más contundente de su discurso a recordar que cualquier intervención en otro país «debe hacerse con los medios jurídicos de la Carta de Naciones Unidas», para lo que usó la fuerza del imperativo inglés 'must'.
Fue en ese edificio, en el 2003, donde EE UU, Gran Bretaña y España, que entonces tenía asiento rotatorio en el Consejo de Seguridad, se cansaron de no poder convencer al mundo para intervenir en Irak y decidieron saltarse a la ONU para esa «guerra preventiva» que ha costado más de un millón de vidas. La voz de los inspectores de la ONU quedaba ahogada por la fuerza bruta.
Ayer, el Papa conminó al mundo a cambiar las guerras preventivas por las «negociaciones preventivas para manejar los conflictos, explorando cada posible avenida diplomática, dando atención y alentando incluso la más tenue señal de diálogo o deseo de reconciliación».
El mensaje estaba en línea con el que lanzó el pasado miércoles en la Casa Blanca, donde fue recibido con un baño de masas y una pompa que no se habían visto en Washington desde los funerales de Ronald Reagan.
En contraste, la curiosidad papal no desbordó ayer las calles neoyorquinas, desiertas por el tráfico cortado, y ni siquiera le recibieron más protestas que las de unos cuantos tibetanos en los aledaños de la ONU. Sólo las medidas de seguridad emulaban a las que se toman durante la Asamblea General, cuando 192 jefes de Estado visitan la ciudad.
En su alocución, Benedicto XVI rechazó implícitamente las investigaciones con células madre, al advertir de que el uso de la tecnología y la ciencia «nunca debe requerir que se haga una elección entre la ciencia y la ética: más bien es una cuestión de adoptar un método científico que sea respetuoso de los imperativos éticos».
En su discurso social también defendió la apertura de la política a la religión, «que no debe limitarse al libre ejercicio de la oración», sino a una «dimensión pública» para que los creyentes tengan la oportunidad de «participar en la construcción del orden social».
Jornada histórica
A la histórica visita a la ONU le siguió otra visita histórica, la tercera que realiza un Papa a una sinagoga, donde Joseph Ratzinger intentó sanar las heridas que causó al revisar la traducción latina de una plegaria para incluir un llamamiento a que los judíos reconozcan la resurrección de Jesucristo.
En este viaje salpicado de cifras redondas y coincidencias históricas, Benedicto XVI celebrará también hoy en Nueva York el tercer aniversario de su elección como Papa con una misa en la catedral de San Patricio, donde el jueves protestaban contra él las víctimas de los abusos sexuales por haber enfrentado la crisis con declaraciones cosméticas en lugar de anunciar una purga en la Iglesia.
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