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TRIBUNA LIBRE

El transfondo de la jornada de 60 horas semanales

MARÍA JESÚS CEDRÚN

Domingo, 15 de junio 2008, 02:58

La nueva Directiva de Tiempo de Trabajo aprobada por el Consejo Europeo y su famosa jornada laboral de 60 ó 65 horas semanales ya está provocando significativas reacciones contrarias no exentas en muchos casos de grandes dosis de indignación, aunque en realidad es una muestra más de lo que viene sucediendo desde el año 1994 con los derechos laborales y el deterioro de los históricos avances de la denominada Europa Social.

La propuesta de una jornada laboral de 60 ó 65 horas semanales es grave de por sí, aunque lo es mucho más que la propia directiva comunitaria remita su negociación a acuerdos individuales entre el empresario y el trabajador. Éste es el verdadero trasfondo de la medida, el ataque directo y descarado al pilar fundamental de los derechos laborales: la negociación colectiva.

Para UGT es evidente que la barbarie de jornada laboral planteada no deja de ser un señuelo, algo para distraer la atención mientras se arruina la capacidad de negociación de los sindicatos en las empresas, entre otros motivos, porque representaría un obstáculo para aplicar las 60 ó 65 horas de trabajo semanal.

Propongo un ejercicio sencillo, que no es otro que los lectores se imaginen solos frente a su jefe o jefa, negociando su jornada laboral y repartiendo 720 horas de tiempo trabajo efectivo en 90 días porque no hay que olvidar que, aunque los autores del desaguisado no lo hayan difundido mucho para mitigar la indignación social, las 60 ó 65 horas semanales se aplicarán en cómputos trimestrales.

Estoy segura que a millones de trabajadores y trabajadoras les produce escalofríos sólo pensarlo, aunque también los habrá que crean que no representa ningún problema para ellos porque son fundamentales para sus empresas, los jefes necesitan de su capacidad y actividad en el trabajo y, por tanto, se ven sobrados para negociar a título individual sus condiciones laborales.

A estos últimos trabajadores les pido una reflexión sobre algunas cuestiones evidentes: ¿cuánto tiempo va durar esta situación?, ¿cuánto tiempo tardará en llegar a la empresa otra persona más preparada, que habla un idioma más, que está más dispuesta a aceptar lo que le eche encima la empresa, que trabajaría hasta más horas y sin descanso si es necesario?.

La respuesta es: en muy poco tiempo. Tal vez en dos o tres años la situación se dé la vuelta y el que es triunfador hoy mañana esté en soledad, sin garantías, sin los derechos más elementales y con una capacidad de negociación individual con la empresa muy mermada, ya que ahora es ella quien tiene la sartén por el mango y es otro trabajador el sobradamente preparado y dispuesto a todo.

En esta sociedad de capitalismo globalizado, los trabajadores somos los únicos obligados a entender que las relaciones de trabajo son colectivas, no individuales, porque sólo con planteamientos colectivos, desde la exigencia de todos y de todas, podemos conseguir los derechos que luego disfrutamos individualmente.

El capital lo tiene claro, sabe como atacar en silencio, sin grandes aspavientos, mientras los demás, los trabajadores, entramos al trapo, nos dejamos embaucar por el señuelo. Ahora es la jornada laboral negociada individualmente, antes fue sacar de los convenios colectivos a los mandos intermedios para tratar también con ellos a título individual sus salarios y condiciones laborales, para que así no se sintieran 'curritos de buzo' sino trabajadores de 'cuello blanco', aunque ahora también están solos, diciendo amén a todo lo que le ordena el gran jefe.

El capital sabe atacar de manera sibilina, conoce bien el camino a seguir para que, por ejemplo, el Tribunal de la Competencia impugne los convenios colectivos en nombre de la libertad de mercado, atacando los salarios, aunque eso sí los más bajos, no los de los grandes directivos. Se quiera o no, los primeros en descubrir la globalización fuimos los trabajadores en aquella época donde creíamos en la internacionalización de los derechos y de la justicia social, en un tiempo que teníamos un protagonismo que ahora nos han arrebatado y es necesario recuperar.

En UGT tenemos claro que cada es más necesario que todos tomemos conciencia de lo mucho que nos estamos jugando y participemos en movimientos obreros organizados para poner freno a esta sinrazón, a esta explotación en nombre de la competitividad y la productividad, dos grandes y positivos objetivos si no fuera sólo a costa de los de siempre. Como sindicalista tengo la firme convicción que el único camino posible es recuperar la conciencia de clase, la de trabajador asalariado crítico pero también participativo con los sindicatos, porque nuestro peor enemigo es la indiferencia.

Ahora es más necesario que nunca que luchemos para que impere la cordura, que rechacemos con rotundidad la jornada impuesta en Europa para que nuestra oposición fuerce al Parlamento Europeo a ser sensible con las demandas de millones de ciudadanos y ciudadanas. Digamos sí a la jornada flexible pero a la negociada y pactada en convenio, no a la impuesta por la nueva directa europea de Tiempo de Trabajo

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