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L. REGINO MATEO DEL PERAL (QUINO)
Martes, 22 de julio 2008, 03:22
Desde el punto de vista cronológico, las etapas del reinado de Isabel II (1833-1868) se circunscriben a tres periodos. Dada su minoría de edad, la primera época se extiende desde 1833 a 1840, en la que fue regente su madre, la Reina Gobernadora, María Cristina de Borbón. En la segunda etapa, desde 1840 a 1843, el general Espartero fue el regente. La tercera fase, de 1843 a 1868, corresponde al reinado efectivo de Isabel con la proclamación de su mayoría de edad, el 8 de noviembre de 1843.
Ese reinado de Isabel ha sido objeto de polémica entre la historiografía más tradicional, la de aquellos que sustentan la opinión de que fue una soberana ineficaz y la opinión que mantienen los investigadores e historiadores más modernos que, mediante su investigación, han intentado revalorizar sus logros y argumentan que, en todo caso, sus errores serían imputables a esos políticos interesados y camarillas intrigantes que estuvieron cercanos a ella.
Isabel fue denominada por Benito Pérez Galdós la de «Los Tristes Destinos», pero la autoría de la expresión: «La Reina de los Tristes Destinos» fue ya utilizada con anterioridad a la Revolución septembrina de 1868 por el diputado Aparici y Guijarro, que constata José Suarez y Vicens en un reportaje, publicado en el periódico: 'El Siglo Futuro', el 11 de abril de 1904, dos días después del fallecimiento de Isabel II.
En el primer párrafo de dicha crónica Suárez refleja la realidad de este hecho cuando indica:
«En un memorable discurso, joya de la oratoria castellana, que será admiración de las edades mientras no se pierda el tesoro de nuestra literatura, con frase shakesperiana llamó Aparici y Guijarro á Isabel II, antes que la revolución la destronase, reina de los tristes destinos...».
El embajador español en París, León y Castillo, tuvo la oportunidad de entablar una sincera amistad con ella en el exilio en París y resaltó su chispa, encanto y simpatía. El diplomático quedó gratamente satisfecho de la personalidad de Isabel y afirmó, como reseña Carmen Pérez Llorca, que: «En verdad era un encanto oírla». Con frecuencia la ex Reina compartía con él por las tardes interesantes momentos de tertulia en los que Isabel le relataba esas experiencias positivas y amargas que pasó durante su reinado. El embajador, amigo de Galdós, le facilitó una entrevista al insigne escritor con Isabel en París, en la que se lamentaba la Reina de esa marginación que sufrió cuando se hizo cargo del reino de España con solo 14 años, sin que hubiera tenido alguien junto a ella que objetivamente le hubiera asesorado en ese instante tan relevante en que aún no había llegado a la adolescencia. Aquellos que se reunieron en torno a Isabel, manifestaba a Galdós, no tenían conocimiento alguno de cómo se debían resolver los asuntos de Estado y cuál debía ser su correcto modo de actuar en un régimen constitucional o aquellos otros que aún teniendo una experiencia y preparación la utilizaron en provecho propio, en beneficio de sus propios intereses.
Benito Pérez Galdós publicó un reportaje, en el diario 'El Liberal', el 12 de abril de 1904, en donde incluye la entrevista que realizó a Isabel II, en 1902, en París, en la que hace constar al inicio el respeto que le causó cruzar con ella sus primeras palabras, hasta que a los diez minutos de conversación ya se sentía cómodo por la naturalidad que le transmitió. En este sentido Galdós hace referencia a que: «...Fue generosa, olvidó las injurias, hizo todo el bien que pudo en la concesión de mercedes y beneficios materiales, se reveló por un altruismo desenfrenado, y llevaba en el fondo de su espíritu un germen de compasión impulsiva en cierto modo relacionado con la idea socialista, porque de él procedía su afán de repartir todos los bienes de que podía disponer y de acudir a donde quiera que una necesidad grande o pequeña la llamaba...».
Galdós, en otro de los párrafos, cuando finalizó la entrevista, describe emotivamente ese adiós a la Reina con las siguientes palabras:
«Llegó el momento de la despedida. La reina, que deseaba moverse y andar, salió al salón, apoyada en un báculo. Fue aquella mi postrera visita y la última vez que la ví. Vestía un traje holgado de terciopelo azul; su paso era lento y trabajoso. En el salón nos despidió repitiendo las fórmulas tiernas de amistad que prodigaba con singular encanto. Su rostro venerable, su mirada dulce y afectuosa persistieron largo tiempo en mi memoria».
Los defectos que se achacaron a Isabel fueron consecuencia, en cierta medida, de su desafortunado matrimonio con Francisco de Asís. Isabel se negó a contraer matrimonio con él e incluso pensó ingresar en un convento y no ocupar el trono. Cuando le comunicaron a Isabel el enlace con Francisco exclamó: «¿Con Paquita no!». Como afirma J. A. Vidal Sales, Isabel le dijo claramente a María Cristina: «Yo no le he buscado para que sea mi esposo, por tanto no lo quiero». Por tanto, no la dejaron opción alguna y tuvo que desposarse con él, situación que le causó un gran trauma. El Rey consorte puede que tuviera la enfermedad de hipospadias. Se trata de una malformación genética que le impedía realizar sus necesidades menores de pie e inexcusablemente tenía que orinar en cuclillas como las damas. Esta deformidad sexual era un obstáculo insalvable para poder procrear hijos y de boca en boca se propagaban coplillas satíricas y de mofa acerca de esa anomalía del Rey consorte como aquella que decía:
«Paquillo Natillas,
que es de pasta flora,
orina en cuclillas,
como una señora».
O también otra coplilla más ordinaria, despiadada y grosera sobre Francisco de Asís que indicaba:
«En el quicio de una puerta,
sacando la minga muerta,
lloriquea y hace pis...».
Asimismo, otra de las coplillas que se difundió fue la que reseñaba:
«Isabelona
tan frescachona
y don Paquito
tan mariquito».
El plan maquiavélico urdido por el monarca francés, Luis Felipe de Orléans, y consentido por María Cristina, que repudiaba a Isabel y prefería a su hermana, Luisa Fernanda, consistía en que si no tenía descendencia la Reina, por esa unión descabellada con Paquito, heredarían el trono los hijos de su hermana que, a su vez, contrajo matrimonio con el duque de Montpesier, hijo del soberano galo.
Isabel era de carácter abierto y alegre y aunque no muy favorecida físicamente, con cierta tendencia a la obesidad, suplía esta carencia con su atractiva personalidad, simpatía e ingenio que cautivaban a sus interlocutores. En su contra hay que hacer referencia, como le ocurrió a su madre, a que no supo asumir ese equilibrio y prudencia que eran fundamentales para dirigir al país en su condición de Jefa del Estado. Se dejó influir por políticos y militares (como los grandes espadones: los generales Espartero, Serrano, Narváez y O'Donnell). Igualmente fue fácil presa de las camarillas que se constituyeron en su alrededor. Su predisposición para apoyar a sectores reaccionarios y conservadores dio lugar a que rompiera esa neutralidad que debía observar como estadista y propició el distanciamiento con su pueblo y los progresistas. Esta falta de objetividad en el quehacer político fue minando sus adeptos y su popularidad, deterioro que puso en peligro su Corona y acabaría con su derrocamiento y exilio que se plasmó en la revolución septembrina de 1868 (La Gloriosa).
Gonzalo Anes valora el reinado de Isabel II y realiza un análisis objetivo de su política y las positivas consecuciones en el campo de las Bellas Artes, en la economía, en la política con el afianzamiento del constitucionalismo a través de la implantación de la monarquía parlamentaria y constitucional. Hace constar Anes como atenuante al reinado de Isabel II el hecho de que, con solo 14 años, estuviera alejada de su madre y que se viera obligada a presidir los consejos de ministros hasta 1868, año en el que tuvo que exiliarse, punto de partida del sexenio revolucionario (1868-1874). Anes coincide con la argumentación se que la Reina se sintió agobiada por esas camarillas y políticos ambiciosos, además de tener que contrarrestar el peligro y la ofensiva del carlismo.
Anes sustenta el criterio de que el reinado de Isabel II, a pesar de las opiniones mantenidas por algunos historiadores, ofrece «un balance positivo para la historia de España» y, en este sentido, menciona las consecuciones que se plasman en acontecimientos como la Ley de Desamortización General de 1855; la Ley de Ferrocarriles de 1855; Banco de Isabel II de 1844, fusionado con el de San Fernando y que a su vez propiciaron y refundieron en una única entidad el Banco de España; la reforma de la Hacienda Pública de 1845; los Aranceles de 1849, más proclives para la evolución de le economía al estar más en consonancia con lo que significaba el liberalismo económico con la supresión de barreras proteccionistas que obstaculizaban el desarrollo económico; las Leyes de Minas de 1849 y 1859. En el aspecto relativo a la cultura, destacaron la nueva fundación de teatros y especialmente el de la Ópera de Madrid; la generosa donación de la valiosa colección de pintura de Isabel II para el Real Museo de Pintura y Escultura, actualmente el Museo del Prado; y la fundación de la Biblioteca Nacional, cuyas obras de construcción se iniciaron en 1866.
L. Regino Mateo del Peral (Quino) es historiador.
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