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Domingo, 10 de agosto 2008, 03:20
La de San Martín de Elines, en Valderredible, no es una iglesia cualquiera de Cantabria. Dicen que es una de las manifestaciones más puras del románico montañés y que, por ello, se ha convertido en uno de los elementos más importantes del patrimonio arquitectónico de la región como han ratificado los internautas de www.eldiariomontanes.es en el concurso Joyas de Cantabria que contó con el apoyo de E.ON España y del Aula de Patrimonio de la Universidad de Cantabria.
Antes, apenas era visitada. Sin embargo, de unos años a esta parte -un par de décadas- son centenares de personas las que acuden regularmente a conocerla. Por ello, San Martín de Elines es hoy uno de los principales atractivos turísticos del sur de Cantabria. Y lo es por derecho propio.
A quienes visitan este templo, suele recibirles don Bertín Gutiérrez López, quien ejerce como párroco de esta y otras diez iglesias desde hace nada menos que cincuenta años. Don Bertín es un hombre abierto y simpático, pero con un fuerte carácter. Lo propio de los curas de pueblo. Con tantos años como lleva al frente de los destinos espirituales de los vecinos de aquella comarca de Cantabria, don Bertín ha bautizado, casado y dado la primera comunión a una gran parte de los habitantes de la zona. Por eso le quieren, y le respetan. Además de sacerdote, don Bertín ejerce como guía turístico del templo. Él lo enseña, él lo explica y él lo da a conocer, y lo hace con tanto cariño y afecto, que parece referirse a las piedras de San Martín de Elines como a los miembros de una persona de su entorno familiar más íntimo.
Es don Bertín quien cuenta que San Martín de Elines se erigió en el siglo XII y que fue un monasterio en sus primeros años, pero que una ruina en sus dependencias provocó el abandono por parte de los monjes benedictinos que lo habitaban. «Los monjes marcharon, pero en seguida vino otra comunidad, llamada de los canónigos agustinos regulares», explica don Bertín.
A partir de ahí se reconstruyeron sus dependencias y su claustro, junto a los restos de la primitiva iglesia mozárabe, y poco después asumió la condición de colegiata. Esos años críticos, cuando la iglesia se reconstruyó sobre sus propias ruinas, corresponden a los siglos XII y XIII.
El claustro
El recorrido por las dependiencias de San Martín de Elines tiene su punto de partida en la puerta de acceso al claustro, desde el que se llega, a su vez, al interior de la iglesia. El claustro es un hermoso rincón, que no deja indiferente. Puede que sea, incluso, el lugar más sugerente de todo el conjunto.
A poco que uno deje volar la imaginación, no es difícil retrotraerse a los tiempos de la Reconquista, del Camino de Santiago, de la Tierra de Nadie entre moros y cristianos y de las sucesivas oleadas de repoblaciones. Quizá, en ese periodo, los monjes y el propio claustro de San Martín de Elines ejercieron un papel importante en el curso que habrían de tomar los acontecimientos. Puede que así fuera. Al menos, no es difícil concebirlo e imaginarlo.
En el lugar, don Bertín explica que las lápidas sepulcrales corresponden a los enterramientos de los primeros abades. Hasta hace quince años, algunas de esas lápidas servían como albardillos o paredes del jardín. También hay tres pilas bautismales del siglo XIII, traídas desde otras tantas iglesias vecinas.
Uno de los laterales del claustro perteneció anteriormente a la primitiva iglesia mozárabe, erigida en torno al año 900, como una de las «avanzadillas» de la Reconquista. A duras penas se aguanta en pié, pero lleva así más de mil años.
Junto a él se encuentra el sepulcro completo de un caballero-pergrino, así como un pequeño espacio utilizado hasta hace algunos años como trastero, sobre el que puede advertirse una bóveda de cañón del siglo XII de enorme valor arquitectónico. «Algún día, este debería ser el Museo de la Colegiata: un museo de objetos litúrgicos en desuso», sostiene don Bertín. Ese al menos es uno de sus anhelos.
El ábside
Formando una escuadra con este lugar, la puerta de acceso al interior de la iglesia parece haberse situado, a propósito, a resguardo del mundo exterior y al abrigo del propio claustro. Así se preservaría, acaso, la intimidad de los monjes que habitaron estos muros. Desde sus dependencias monacales, los frailes acudirían a rezar varias veces al día atravesando esta misma puerta. Eran los tiempos de los maitines y las vísperas. Toda la vida se hacía en el interior del monasterio.
Hoy en día, muchos siglos después de aquello, atravesar esa puerta resulta sobrecogedor. Al tratarse de un templo de pequeñas dimensiones -como todos sus contemporáneos-, la belleza de su interior puede contemplarse gracias a un único golpe de vista. Por ello, la entrada al interior de la iglesia impresiona a todos cuantos visitan este templo.
«Lo que más sobresale es el ábside. Está formado por cuatro capiteles y es único en España por su tamaño y su forma», explica don Bertín. Técnicamente, sus características son la «bóveda de horno en cascarón» y la «doble arcada y doble imposta». «No está restaurado: sólo limpio».
El lugar es encantador, y en él se exhiben las imágenes de San Pedro y San Andrés, que durante la Guerra Civil fueron escondidas en la cuadra por un aldeano, a fin de preservarlas de posibles saqueos. Gracias a ello se salvaron. Otras imágenes no corrieron la misma suerte.
No obstante, las de San Andrés y San Pedro no son las únicas tallas de la iglesia, ya que otras fueron reconstruídas siguendo los gustos estéticos del románico. También se muestran las tallas de los Reyes Magos, cuya imagen fue utilizada hace trece años para la edición de un sello de correos conmemorativo.
La última parada
Ha acabado la visita. La última parada se produce en la sacristía, una de las once que atiene don Bertín. Quienes los desean, dejan allí un donativo para contribuir al mantenimiento de la iglesia y a la puesta en marcha de nuevos proyectos de recuperación.
Otros aprovechan, además, para adquirir un ejemplar del libro que, sobre el conjunto arquitectónico de San Martín de Elines, escribió el propio Bertín Gutiérrez en su día. Cuesta 13 euros y «si lo lleva, se le añade un plus que no se cobra: la firma del autor».
Muchos lo adquieren. Es una bonita manera de recordar la visita, de conocer algunos detalles más que en su momento hayan podido pasar inadvertidos y, también, es un modo de contrubuir al mantenimiento y conservación de esta 'joya' del románico de Cantabria, erigida en los tiempos en que los habitantes del antiguo Reino de Asturias -origen de España, como sostenía Cluadio Sánchez Albornoz- se animaron a cruzar las cotas más elevadas de la cordillera Cantábrica para comenzar a repoblar y colonizar, al sur de aquella primera 'marca' territorial, las tierras que luego recibieron el nombre de Castilla.
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