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CARLOS BIELVA
Sábado, 16 de agosto 2008, 11:35
El Palacio de Velarde era el único bastión señorial que resistía junto con la Casa Palacio de Torres Quevedo a la decadencia del señorío y los linajes de Santillana del Mar. Pero ahora, su dueño, un médico de torrelavega, ha decidido ponerlo en venta por nueve millones de euros (unos 1.500 millones de las antiguas pesetas).
Las últimas estirpes con apellido desaparecieron de Santillana ante la dispersión de las familias y, en aras de sórdidos intereses, el núcleo monumental de la villa se ha convertido en un zoco en el que los palacios y casonas señoriales se han transformado en hoteles, tiendas y restaurantes, manteniéndose únicamente las fachadas y escudos, ya mero recuerdo de un pasado de caballeros y señorío.
El Palacio de Velarde, construido a mediados del siglo XVI por Alonso de Velarde, busca ahora un nuevo dueño al haber sido puesto en venta por sus propietarios. Así que este palacio renacentista, ubicado en la plaza de Las Arenas, está a la espera de que el mejor postor le dé una nueva orientación.
El esplendor del palacio cayó al cambiar de manos cuando dejó de ser de la familia Velarde y a pasó a ser propiedad de María García de la Llata quien en 1915 lo vendió por 15.000 pesetas al escritor Ricardo León quién residió allí durante varios años hasta que pasó a mano de los Duques de Parcent, quienes lo salvaron de la ruina, pasando después al príncipe Hohenlhoe casado con una hija de los Duques de Parcent. Hoy es propiedad de un médico torrelaveguense.
Casta de hidalgos
«¿Dónde están ¿ oh solar¿ los que surgieron del obscuro linaje y te fundaron y ser y nombre y majestad te dieron? ¿Luz de breve crepúsculo pasaron, como niebla montés se deshicieron, como ruido en el aire se apagaron¿». Estos son los versos que a comienzos del siglo XX escribió Ricardo León en su novela 'Casta de Hidalgos' y que ya anunciaban con triste clarividencia el futuro de la villa cuyo esplendor cantó con sutil nostalgia y su ocaso con frases melancólicas.
Así, en la portada de 'Casta de Hidalgos' escribió: «Murió Santillana, pero de sus piedras venerables brota todavía una densa y profunda vida espiritual, el aroma inextinguible y eterno de diez siglos de vida humana, de arte, de belleza, de pensamiento ».
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