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José Miguel, como el abuelo de Pinocho, trata de insuflar vida a sus juguetes. Trenes y muñecos saben mucho de sus cuidados.
Cambio juguetes por trabajo
DOMINGO - I

Cambio juguetes por trabajo

José Miguel García Varela inició la colección tras un regalo de su madre hace 25 años Le gustaría que un ayuntamiento se hiciera cargo de sus piezas en una cesión temporal

Donata Bustamante:

Domingo, 21 de septiembre 2008, 20:46

José Miguel García Varela cambia su colección de juguetes antiguos (1.200 piezas) y un millar de tebeos por un puesto de trabajo. Sus peponas de cartón, sus aviones, coches, cacharritos, balancines, cocinas y juegos, soldados y barcos y hasta la Mariquita Pérez, que era la fetén entre las muñecas de la España de postguerra, parecen mostrarse inquietas en sus vitrinas ante el incierto futuro que se les avecina.

García Varela nació en Santander en 1953. Jugó a las canicas, a las tabas, a la peonza, aunque lo que le gustaba de verdad «era jugar a indios y vaqueros».

Su madre, Lucía Varela, tuvo un papel iniciático en su afición: «Me regaló unos juguetes que encontró en una tienda de barrio que cerraba». El regalo fue el desencadenante de una colección en la que él y su mujer Rosi han invertido muchas horas y mucho dinero en la búsqueda y compra de muñecos, aviones, camiones y trenes de un tiempo anterior a la televisión en color y a la llegada del hombre a la luna.

«Tengo juguetes de hojalata, porcelana, madera, baquelita, hierro, celuloide y de todos aquellos materiales que se usaron hasta la revolución del plástico».

Varela ha expuesto algunos juguetes de su colección en Santander, Noja y hasta en Santiago de Compostela y tiene una página web (www.juguetesantiguos.net) en la que ha colgado fotografías de sus joyas.

El dichoso estrés le condujo a una depresión y a la pérdida de trabajo. Era técnico de empresas turísticas y durante treinta años estuvo al frente de una empresa de alquiler de coches. Ahora la crisis económica le obliga a esa cuanto menos curiosa y original forma de solicitar un puesto de trabajo.

«Estoy en paro y dispuesto a ceder mi colección por un periodo temporal de diez años que son los que me quedan para jubilarme. Estoy abierto a cualquier intercambio en este sentido».

Es por ello que se ha dirigido a la Consejería de Cultura del Gobierno cántabro y a diversos ayuntamientos cántabros convencido de que lo ideal sería que una institución se hiciera cargo de sus juguetes para crear un museo que sería un referente en el norte de España. Él, asegura, se comprometería a cuidarlo como a las niñas de sus ojos.

Un viaje sorprendente

Pero mientras de las administraciones no ha recibido respuesta, son miles los visitantes que han entrado en su página web. «Estoy convencido de que tanto en verano como en invierno padres con hijos, colegios, aulas de la Tercera Edad y turistas visitarían el museo. Sería un viaje lleno de ilusión y sorpresas para todos».

José Miguel conoce al dedillo el mundo de la juguetería española y su historia. También estaría dispuesto a dar una clase didáctica a los que visitaran la exposición sobre los principales fabricantes españoles de juguetes del siglo pasado. «El 80% se fabricó en Alicante. Ibi era el centro del juguete mecánico y Onil la villa de las muñecas mientras que en Denia se hacían los de madera».

Cuenta este niño grande, padre de dos hijos, que «los juguetes de hojalata de Payá son hoy los más cotizados por los coleccionistas». Esta familia alicantina tenía una hojalatería en Ibi y en 1905 comenzaron a fabricar sus juguetes, hoy cotizadas piezas de coleccionistas. Junto a los diminutos «caballos de hierro», surgieron coches, tartanas, camiones, motos, barcos con ruedas y un amplio surtido de modelos, incluyendo los carritos de helados. Las chapas que utilizaban para hacerlos eran las mismas con las que fabricaban los recipientes de los populares helados levantinos. También sabe de los orígenes de Rico, otro de los primeros fabricantes de juguete que inició su negocio con trabajadores de Payá («fusilaban sus juguetes. Eran muy parecidos»).

Este coleccionista recuerda el parón que supuso para este sector juguetero la contienda civil y como la llegada del plástico en los años cincuenta obligó a algunos fabricantes a unirse para poder equiparse con el utillaje que requería el cambio de material y de moldes. «Se juntaron más de veinte pequeñas empresas y crearon Fabricantes Asociados de Muñecas de Onil S. A. (Famosa).

José Miguel Varela tiene parte de su colección guardada en un local cercano a su casa por el que paga un alquiler que se le hace en el paro muy cuesta arriba. Es también el taller donde repara los juguetes: «Lo primero que se cargaban los niños eran los resortes. Los pasaban de cuerda» pero «ahora no me puedo permitir que la colección me cause gastos».

Deshacerse de sus juguetes vía internet le resultaría fácil, pero sólo pensar en ello le llena de ansiedad. Le costó mucho trabajo y mucho dinero el rastreo e investigación de sus más de cien muñecas entre las que se encuentran algunas de renombre francés, como las Jumeau de finales del siglo XIX y principios del XX y sus más de un millar de juguetes para aceptar buenamente ahora un adiós que no quiere dar. La fiebre coleccionista que le insufló su madre la fue mitigando en rastrillos y tiendas de antiguedades hasta que la revolución que ha supuesto el Internet en casa terminó con esas idas y venidas. «En Santiago compré una muñeca de cartón piedra de los años cuarenta y en Vigo un coche alemán de hojalata y unos recortables y la mayoría en el rastro madrileño». Pero fue Pipe, un muñeco de los años 60 de Famosa que descubrió en el mercadillo que se instala los domingos bajo el túnel del Pasaje de Peña el que con más ilusión llevó a su casa. Había una razón poderosa para ello. Había hallado a Rollo', el bebé que su mujer había acunado de niña.

José Miguel Varela tiene también una vajilla de porcelana de Manises de principios del veinte y un caballo de cartón (qué a saber cuantos jinetes cabalgaron) y conjuntos de soldaditos de plomo y hasta juguetes con las cajas de cartón en las que salieron de fábrica y hasta un Pale de una mítica juguetería santanderina ya desaparecida que aún conserva en su caja la etiqueta de Palacios. Era un juego de mesa parecido al Monopoly en la que algunos niños descubrieron su incipiente vocación por la banca.

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