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DOMINGO - I

El Capricho: la cuna del modernismo

Antonio Gaudí diseñó este proyecto a los 31 años de edad Con él, sentó las bases del desarrollo arquitectónico de Comillas

TEXTO: ifernandezg@eldiariomontanes.es

Domingo, 12 de octubre 2008, 03:29

Escondido entre árboles y setos, al pie del viejo barrio de Sobrellano, muy cerca del imponente palacio que el Marqués de Comillas mandara erigir para sus descansos, y aun más de su capilla aledaña, en el lugar desde el que aun puede otearse, a duras penas, el mar Cantábrico... allí, en ese punto exacto, se encuentra 'El Capricho' de Gaudí, el edificio más emblemático de Comillas y uno de los más representativos de Cantabria, a juzgar por las opiniones manifestadas por lo internautas de la webb www.eldiariomontanes.es en la votación que dio lugar a la selección de las 'Joyas de Cantabria'. Es 'El Capricho' una construcción original, pequeña, extraña, coqueta y genial. Sencillamente, encantadora. Se percibe con el primer vistazo, desde la cuesta por la que se accede al recinto, y se confirma a continuación, tan pronto como se ha dispuesto del tiempo necesario como para observar con detenimiento las fachadas exteriores del inmueble, sus puertas y ventanas, su torre, sus estancias interiores, sus forjas y decorados... Entonces, se cae en la cuenta de que este edificio es una de las obras más representativas y valiosas del movimiento modernista, y que su fama ha traspasado todas las barreras hasta llegar a lugares tan alejados como Japón. Antonio Gaudí la diseñó con 31 años de edad, pero ha terminado por ser una de sus obras más representativas. Hoy en día, 'El Capricho' ya no es una residencia familiar, sino un restaurante, y precisamente está en manos de una familia de japoneses. Afortunadamente, se encuentra abierto al público. Quien lo desee puede verlo por fuera y recorrer sus estancias interiores, además de comer o cenar en su restaurante. Un lujo. Personalidad y categoría Julio Campuzano es, desde hace diecinueve años, uno de sus empleados. Ha trabajado en El Capricho lo suficiente como para conocer bien todos sus rincones, todos sus detalles y muchas de sus viejas historias. En la primera estancia de la visita, que era al mismo tiempo sala de juego, biblioteca y sala de lectura, explica algunas primeras historias: «Aquí vivió don Máximo Díaz de Quijano por mediación del Marqués de Comillas, que era su concuñado». De hecho, la finca parece segregada del Palacio de Sobrellano, erigido por el marqués, aunque nunca lo habitara. La importancia de la casa puede verse, ya, en esta primera habitación: su encanto, su personalidad y su categoría. Sorprende, de entrada, el valor de sus artesonados, que luego se repiten, aunque en versiones y formatos diferentes, a largo de todo el corredor de habitaciones que se extiende por la primera planta: la sala de espera, con su chimenea y su balconcillo; el comedor principal; la antesala del baño... Todas estas estancias quedan a mano izquierda, desde el pasillo. A la derecha, un antiguo jardín-invernadero, que hacía las veces de terraza cubierta, forma parte de las actuales instalaciones del restaurante. Su orientación al sur lo convierte en un espacio agradable y cálido, aunque quizá no sea el más cautivador de la casa. Puede que sí lo sea, en cambio, el antiguo baño, reconvertido en la actualidad en un pequeño despacho. Recuerda a los baños de los viejos balnearios del siglo XIX. No en vano, El Capricho fue construído entre 1883 y 1885, a raiz de que Comillas se pusiera de moda como consecuencia de la visita del rey Alfonso XII en los veranos de 1881 y 1882, invitado por el Marqués de Comillas. Muchos industriales y comerciantes catalanes comenzaron a veranear en Comillas a partir de este hecho y, por ello, numerosos arquitectos barceloneses recibieron encargos para edificar en la villa de los arzobispos. Aquí se consagraron algunos, entre ellos Antonio Gaudí, que contaba con sólo 31 años cuando diseñó El Capricho. Otros dicen que «el modernismo empezó aquí, en Cantabria». Julio Campuzano es uno de ellos. Continuando por el corredor se llega al dormitorio principal de la casa, que goza de una imponente terraza, no muy bien orientada, por cierto. Desde ella se ve el mar Cantábrico, sin duda, pero el sol no calienta más allá del mediodía. Quizá se deba a que Gaudí nunca visitó el terreno sobre el que habría de proyectar El Capricho. En la terraza, las forjas de la balconada sorprenden por su fuerza y su carácter. Constituyen un elemento importante en los diseños de Gaudí, acaso porque «como su padre era calderero, veía por los ojos de él». También los azulejos vidriados se aprecian en este punto mejor que en ningún otro. En El Capricho, los azulejos tienen motivos vegetales: el girasol es el protagonista. Planta bajocubierta Recorrida toda la planta noble, por una escalera circular se accede a la planta bajocubierta. Actualmente se utiliza para reuniones y convenciones, pero en su tiempo fue el lugar donde habitaron los integrantes del servicio. La escalera situada junto al dormitorio no es el único acceso posible. Hay otro junto a la entrada, que parte del recibidor mismo. En ambos casos se accede a través de pequeñas escaleras de caracol, no muy cómodas, por cierto. Ahora bien, cuando se llega a la planta superior, se descubren una serie de espacios encantadores y con no poco estilo. La estructura de las vigas permanece visible y, a decir verdad, otorga un cierto carácter al espacio. Hay habitaciones a uno y otro lado del edificio y, desde una de ellas, puede remontarse la torre hasta la misma terraza de la superficie. Desde ella se goza de una inmejorable vista sobre Comillas: sobre su patrimonio arquitectónico y sobre su patrimonio natural. Y uno se convence entonces, de manera definitiva, de que Comillas constituye en sí misma una de las más valiosas joyas de Cantabria, independientemente de que, como tal, sólo haya sido designado el breve y al mismo tiempo magnífico palacete que responde al nombre de El Capricho.

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