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VIOLETA SANTIAGO
Domingo, 26 de octubre 2008, 08:41
«¿Tú te coges ya la baja?», le pregunta una a otra. «Voy a ver si aguanto un poco más, aunque me encuentro fatal», contesta la interpelada. Es la paradoja del cazador cazado: en Cantabria, cientos de personas acuden diariamente a un centro sanitario con la encomienda de hacer análisis, resolver achaques ajenos de salud, ayudar en partos, acompañar a los pacientes, seguir la evolución de enfermos... Y el resultado es que enferman ellos. Van a sanar a los demás y acaban escaldados.
No es histeria colectiva, como alguien les ha dejado caer alguna vez. Los trabajadores de la Residencia Cantabria (trabajadoras en su gran mayoría) están abonados al mareo, la afonía, el agotamiento, los trastornos gástricos y respiratorios, la irritación de ojos y piel y el dolor de cabeza. Sufren estos síntomas desde hace cuatro años, ante la indiferencia, al menos pública, de la Administración sanitaria, que tiene previsto cerrar esta instalación en unos años.
Pero mientras llega esta clausura, más de un millar de empleados trabajan en unas dependencias que les alteran físicamente y que provocan decenas de bajas laborales al año. Estas son asumidas por la Consejería de Sanidad, «que conoce a la perfección lo que pasa, aunque es evidente que no quiere reconocerlo de puertas afuera, por la gran repercusión social que tendría».
Así lo denunciaron el viernes 10 empleadas de este centro hospitalario. Por él pasan cada día cientos de cántabros, absolutamente ajenos a las dolencias que el hospital provoca en personas como María, Ana, Mar, Antonia, Pilar o Lourdes. Son médicas, enfermeras, empleadas de la limpieza, administrativas, auxiliares. Muy reacias a dar su nombre completo, y más aún a salir en la foto, aunque están bastante hartas de las condiciones en que desarrollan su labor y, sobre todo, de que nadie dé una respuesta. No pretenden alarmar a la población, pero exigen «trabajar en un ambiente sano. Así no se puede seguir».
Esta semana han estado recogiendo firmas entre el personal (casi 300) para enviar una carta a la dirección del Servicio Cántabro de Salud (SCS) y al consejero, Luis Truan, a quienes instan a dar una solución y a quienes citan los peores destinos: Ecógrafo, Cuidados Intensivos, Laboratorios, Genética, Neonatología, Radiología, Administración y Consultas, Urgencias y Partos. En todos estos servicios, aseguran, la plantilla tiene síntomas de intoxicación.
Sin estadísticas
El grupo no maneja estadísticas sobre la cantidad de horas que los profesionales abandonan su puesto al cabo del año, ni de la cifra de ellos que ha pedido el traslado para dejar de sentir molestias. Pero saben que el mismo viernes una limpiadora se tuvo que tender un rato sobre una cama libre para que se le pasara el mareo, o que E. se pasó toda la mañana del jueves vomitando y echa polvo.
También saben que «el problema» se intensifica en todas las áreas del inmueble que carecen de ventilación. Los servicios que se ubican en los sótanos, las plantas bajas o la séptima, en la que se localiza Neonatología, que tampoco puede ventilarse. «No podemos demostrar nada objetivamente. Pero tenemos muy claro cómo llegamos al puesto de trabajo y cómo salimos. De hecho, cuando nos quejamos, la recomendación normal de la dirección es que salgas un rato a airearte. Y las bajas que nos da la Mutua son 'por accidente laboral'».
«No queremos seguir así»
La Inspección de Trabajo, en alguno de sus informes, ha aconsejado, además, la movilidad laboral a la que ya se han acogido numerosos profesionales. Dos de las entrevistadas por El Diario están a la espera de uno. No les hace ninguna gracia cambiar de entorno, aunque se irán si les ofrecen un puesto aceptable en otro lugar. «El cierre de la Residencia no se producirá en varios años, todavía. Y no queremos seguir más así».
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