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TEXTO: GONZALO SELLERS FOTOS: CELEDONIO
Domingo, 30 de noviembre 2008, 14:42
El arte lo tiene por linaje. En sus venas hay sangre del músico Regino Sainz de la Maza -su abuelo- y de la escritora Concha Espina -su bisabuela-. Pero Iñigo Muguerza no necesita una guitarra o una pluma para dilatar el patrimonio artístico familiar. Cobra su herencia intangible con las manos desnudas. Los indios americanos dirían de él que es un secuestrador de almas. Rapta miradas, gestos, expresiones, que esconde en el barro para luego fundirlas en bronce. Como la eternidad del instante de Zoe Valdés forjada en metal.
Hace cinco meses, este madrileño, nacido en 1963, trasladó su 'despacho' de Quijorna (Madrid) a la ruta de los Foramontanos en Mazcuerras. Allí, en la orilla de un sendero que se pierde en las mieses, instalará su estudio junto al establo que él mismo ha construido para perpetuar su otra pasión: los caballos. A su experiencia como jinete y domador de ejemplares difíciles, Muguerza une la recuperación del viejo oficio de herrero.
«La herrería también es un arte, y muy cercano a la escultura», apunta. «Me enseñó a hacer herraduras un amigo argentino -un gaucho analfabeto- hace veinte años», añade. Pero además de un arte, la herrería también es una ciencia. Las herraduras de aluminio que fabrica Muguerza son terapeúticas, es decir, solucionan distintos problemas físicos que pueden tener los animales. «¿Correrías una maratón con botas de montaña? Pues un caballo tampoco lo haría», dice.
Muguerza desarrolló su educación artística en el madrileño estudio de Amadeo Roca, entre 1977 y 1985. También en la capital, años después, varios miembros de la Familia Real -la Reina Sofía, el Rey Juan Carlos y la Infanta Doña Cristina- fueron sus modelos. La estatua de tres metros de altura del Papa Juan Pablo II que se encuentra en Brunete también lleva su firma. Pero en Cantabria también ha dejado su poso artístico, como la figura del pastor del Nansa en la cueva de El Soplao.
Homenaje a su familia
El homenaje a su abuelo Regino puede visitarse en la biblioteca pública de su Mazcuerras, frente a la casa donde el músico ensayaba cada día. De una de sus paredes se sujetan dos manos, en bronce, que simulan tocar una guitarra.
A su bisabuela Concha Espina también le ha regalado un instante de eternidad. La estatua, también en Mazcuerras, representa a la escritora en sus últimos años, ciega, escribiendo en las falsillas que utilizaba, junto a dos palomas, el laurel del éxito y una hoja de cagiga que simboliza el costumbrismo.
«Para hacer un busto no basta con una simple fotografía. Es necesario conocer a la persona. Una cosa es copiar sus rasgos y otra captar sus expresiones, su personalidad. Es muy distinto», indica.
Ahora se enfrentará a otro reto. La Consejería de Cultura, Turismo y Deporte, que dirige Francisco Javier López Marcano, le ha encargado una estatua homenaje a los mineros que se colocará en la entrada de El Soplao. Como explica Muguerza, el conjunto, de casi cuatro metros de altura, representará a tres hombres que salen de la cueva como si fuese una mina. El resultado será en bronce, como la marca de la casa que define todas sus obras. «Prefiero trabajar en este metal. En piedra es más caro y se tarda un año en terminar la obra. Con cobre está lista en tres meses», señala el artista.
El engaño de la tecnología
Muguerza denuncia el uso de las nuevas tecnologías que hacen quienes «no se sienten artistas y sólo quieren sacar dinero». «He visto figuras de madera enormes y muy bonitas firmadas por personas cuyo único mérito es haber tallado una miniatura. Luego, con un láser, se copia el modelo al tamaño que se quiera», critica.
También en su ámbito, en el trabajo con el metal, con el cobre, se viven engaños. «Como la figura de Woody Allen de Oviedo. El único mérito del autor es la cabeza. El resto del cuerpo es una percha, ropa real bañada en almidón, de la que se sacó luego un molde para fundirlo», explica.
La primera escultura de Muguerza todavía es una adolescente. En 1991, apenas dos años después de la muerte en un accidente de tráfico de Fernando Martín, mítico jugador de baloncesto del Real Madrid y de la selección española, su madre encargó a un artista una escultura para colocarla junto a su tumba. «Le hicieron obras muy truculentas que no le gustaron, así que a través de una familiar suya le presenté un esbozo de lo que yo haría. Le gustó mucho y me lo encargó. Lo que no sabía ella es que mi bagaje como escultor, en ese momento, era mínimo», recuerda Muguerza. Sea como fuere, la figura de un niño con un balón de baloncesto bajo el brazo acompaña, desde hace 17 años, a Fernando Martín en su retiro en el cementerio de La Almudena.
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