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Diego Catálan, en el centro, en la Biblioteca Menéndez Pelayo. / DM
Sobre el Romancero de Cantabria y la tradición oral
POESÍA

Sobre el Romancero de Cantabria y la tradición oral

Director del Instituto Menéndez Pidal Universidad Complutense

Martes, 16 de diciembre 2008, 01:26

Fernando Gomarín y Juan Haya han editado pulcramente un manojo de excelentes versiones del mejor Romancero de Cantabria, y hay que felicitarles, y felicitarse, por su feliz iniciativa y por su trabajo. Creo, sin embargo, que el libro vale tanto, o más, por lo que significa que por lo que es en sí mismo. Y ello por dos razones. En primer lugar, la publicación va dedicada a Diego Catalán Menéndez Pidal, maestro que ha sido en los últimos cincuenta años de todos los que se han aproximado a los estudios sobre el Romancero, partiendo de intereses científicos, etnográficos, o simplemente estéticos.

En su prólogo, Gomarín y Haya subrayan oportunamente la vinculación de Diego Catalán con la tradición oral de Cantabria. Algunos de los trabajos primeros y más afortunados de Diego Catalán sobre el romancero tuvieron su origen y estímulo en textos singulares recogidos en el occidente de Santander, en encuestas juveniles de la década de 1940: Don Manuel de León y el Moro Muza; La guarda cuidadosa; La fuerza de la sangre, entre otros. Muy posteriormente, para la primera experiencia de encuestas colectivas de amplio alcance, y el adiestramiento de nuevos exploradores del Romancero hispánico, Diego Catalán eligió como banco de pruebas las comarcas de Liébana y Polaciones, y la decisión no pudo ser más acertada.

El éxito de la experiencia, y las vivencias de un entorno excepcional por poseer aún una tradición viva residual, pero viva- del romancero oral; por el componente humano, el paisaje, y hasta la gastronomía, fue determinante para que las campañas de encuesta del Seminario Menéndez Pidal tuvieran continuidad en varios años subsiguientes y se extendieran a varias otras áreas de la Península. Quienes participaron en esas campañas siempre tuvieron el recuerdo de las andanzas en Cantabria del verano de 1977 como primer referente y como piedra de toque para aquilatar el estado de la tradición romancística o valorar los resultados obtenidos en Léón, Galicia o Andalucía. Catalán, por otra parte, en tanto en cuanto depositario y conocedor excepcional del archivo romancístico de Ramón Menéndez Pidal y María Goyri, conocía bien la importancia de la recolección histórica del Romancero de Cantabria. En ese archivo se conservan, por ejemplo, los originales de campo de Lomba y Pedraja, amigo de juventud de Menéndez Pidal; textos de Maza Solano y José María Cossío, anteriores a la publicación de su magno Romancero de la Montaña; versiones magníficas anotadas con sus melodías por Eduardo Martínez Torner y Manuel Manrique de Lara, los más destacados musicólogos con que ha contado el estudio del romancero; y un largo etcétera. En varios de sus trabajos Diego Catalán puso a contribución y valoró la excelencia de estas versiones cántabras del Romancero hispánico.

La publicación de este libro en memoria del maestro recientemente desaparecido es, pues, un acto de reconocimiento y gratitud hacia la persona que más hizo para dar a conocer el valor histórico-cultural y poético de la tradición oral hispánica, y del Romancero de Cantabria en particular.

Apuesta y reto

La segunda razón por la que el libro publicado adquiere un significado que trasciende a su valor intrínseco es de índole muy distinta. El libro pone de nuevo sobre el tapete una apuesta y un reto que hace tiempo deberían haber sido abordados y resueltos.

Me refiero, claro está, a la edición del 'Romancero General de Cantabria', entendiendo por tal la edición plenaria y científica de todas las versiones de todos los romances orales recogidos en la región desde fines del silo XIX hasta la actualidad. Esa edición plenaria -es decir completa-, y científica, -es decir con criterios de publicación rigurosos y homologables a lo que es ya norma en la baladística europea-, es una deuda que Cantabria tiene contraída con la comunidad de estudiosos y simples degustadores de la poesía tradicional narrativa.

Hace ya más de diez años, en 1997, que, con ocasión de evaluar los resultados de una encuesta realizada con base en Reinosa contando con el apoyo de la Universidad de Cantabria, me permití augurar la próxima aparición de la obra; y me permitía también solicitar el apoyo para los investigadores más directamente responsables de la tarea: «A Fernando Gomarín, José Manuel Fernández, Juan Haya, Carmen Sainz, Fernando Vierna..., corresponde el deber, y el privilegio, de culminar una obra que lleva elaborándose silenciosamente hace más de un siglo. Que no les falten ánimos ni apoyo».

A finales de 2008 conviene reiterar esos buenos deseos. Pero tal vez no sea suficiente: una edición ambiciosa de esta clase requiere algo más que buena voluntad o apoyos institucionales. Es necesaria la humildad de reconocer que la tarea está por encima de las personas; que el Romancero, en tanto género colectivo, exige también un trabajo colectivo donde los saberes y la información de cada cual se complementen con los saberes y la información de otros.

A la altura del siglo XXI, no se trata ya de de hacer un Cossío-Maza Solano más «grueso», sino de una obra que a la vez haga honor a Cantabria, a los potenciales lectores y usuarios de la obra, y a todo un campo de estudios que hace ya décadas ha abandonado el simple folclorismo de cortos vuelos. Si se cumplen tales requisitos, quienes asuman el reto podrán contar con todo el apoyo de la Fundación y del Instituto Menéndez Pidal.

Por el momento, sólo me cabe felicitar de nuevo a los responsables de estos espléndidos Tilos que ya van en flores. Sólo falta que las flores devengan en granados frutos.

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