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CÉSAR CALVAR
Sábado, 3 de enero 2009, 11:09
La venta de automóviles, uno de los termómetros más fiables para medir la salud de una economía, cerró 2008 en caída libre al registrar un hundimiento del 28,1%, el mayor retroceso anual de toda su historia. Para desesperación del sector, el año pasado se matricularon sólo 1.161.175 coches nuevos, frente a 1.614.835 en 2007. Ahogado por el exiguo volumen de negocio, el segmento de la automoción acabó el año sumido en una maraña de despidos, ajustes en la producción y paradas que afectan a numerosas plantas de toda España.
Hay que remontarse al año del gran cataclismo económico de la pasada década para encontrar un desplome comparable al de 2008. En 1993 la debacle fue del 23,5%, y el volumen de ventas se desplomó hasta las 792.590 unidades, muy por debajo de la barrera psicológica del millón, que para algunos expertos marcaría hoy el umbral bajo el cual el sector entraría en situación de coma profundo.
Lo peor es que ese listón a la baja, no traspasado desde 1996, podría volver a cruzarse en 2009 si se cumplen las previsiones nada halagüeñas de los expertos, que prevén otra bajada adicional del 10%. El presidente de la patronal de fabricantes Anfac, Luis Valero, auguró que si nadie pone remedio este año las ventas serán «aún peores», con un volumen «por debajo del millón de unidades».
Con las cifras de 2008, el negocio español del automóvil retrocede una década en su evolución, pues sus resultados son parecidos a los de 1998, cuando se vendieron 1.192.530 vehículos. Si los números del conjunto del año fueron malos, los de diciembre fueron aún más desalentadores, al reflejar un desplome interanual del 49,9%. El último mes del ejercicio se vendieron 72.377, la mitad de los 144.441 del mismo mes de 2007. La cifra de diciembre confirma, además, el avance de la enfermedad en los últimos meses. En septiembre la caída fue del 32%; en octubre llegó al 40% y en noviembre ya hizo saltar todas las alarmas al alcanzar el 49,6%. La industria automovilística culpa de buena parte de esta degradación a la falta de confianza del consumidor medio, agobiado por la rápida subida del paro y por la posibilidad de perder su empleo, por el descenso en su poder adquisitivo y por su menor renta disponible.
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