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Dos mujeres esperan descalzas a que llegue el barco con el pescado mientras arreglaban sus enseres. / DM
Una vida junto al mar
COMILLAS

Una vida junto al mar

La escultura de la 'pescatera' del muelle recuerda el trabajo de las vecinas que durante años se dedicaron a vender por los pueblos el género que llegaba en los barcos

MARGARITA FERRANDIS

Jueves, 5 de marzo 2009, 09:40

Desde el año pasado, el muelle de Comillas, cuenta con una escultura nueva del artista José Antonio Barquín, que rinde homenaje a 'Las pescateras'. Estas mujeres, hace más de sesenta años, con los pies descalzos y el trigal en la cabeza lleno de sardinas, bocartes, besugos o lo que hiciera falta, salían corriendo por la playa de Comillas a vender el pescado por los pueblos del entorno, Trasvía, Ruiloba, Cabezón de la Sal, Santillana del Mar. Las más fuertes y osadas iban caminando hasta Torrelavega, ya que allí se pagaba mejor el género y, muchas veces, la necesidad obligaba a ello.

Al igual que la estatua de la pescadera que permanece inmóvil expuesta a las inclemencias del tiempo, así trabajaban ellas. Daba igual que lloviera, que hiciera sol, que fuera de día o de noche. En cuanto tenían el pescado listo entre las hojas de espliego en sus cestos, salían pitando para ser las primeras en llegar a donde fuera, porque según dice el refrán 'A quien madruga Dios le ayuda'. Y así era. Las primeras que llegaban se llevaban el gato al agua y las más rezagadas encontraban que la clientela ya estaba servida.

Las mujeres se ponían en el Alto de la Moría y donde la cruz de piedra, cerca de la estatua del Marques de Comillas. Desde allí se divisa perfectamente el mar Cantábrico. En ese mismo lugar se sentaban las 'pescateras' a jugar a las cartas, haciendo tiempo hasta que las lanchas regresaban con el redeño. Con un ojo puesto en la baraja y otro en el mar esperaban el momento de salir escopetadas. Rosa Martínez Canal tiene 83 años y todavía recuerda cuando avistaban a 'La Tinita', que era uno de los barcos más famosos y grandes que solía regresar a puerto muy cargado. «Mira, que viene la Tinita», gritaba una. Y allí bajaban todas, corre que te corre, hacia el puerto para la subasta.

Alianzas

Una vez en la lonja, las 'pescateras' hacían alianzas ente ellas para que no les quitaran el pescado, pero también para que no se lo vendieran demasiado caro, aunque siempre había alguna un poco más lista que el resto, que se adelantaba en las subastas para no quedarse sin existencias, aunque tuviera que pagarlo más caro. En esta profesión de lo que se trataba era de vender el pescado al mejor precio y lo antes posible. Por eso había mucha competencia entre ellas, y las que se sabían los atajos y tenían buena vista para ver por donde iban las otras, tenían parte del trabajo hecho. Según cuenta Rosario Castro Martínez (Sallito), «había dos tipos de 'pescatera': Las que vendían el pescado en la plaza de Comillas -que se tenían que camelar a la clientela para que las compraran a ellas-, o las que se iban andando por todos los pueblos a vender puerta por puerta, y en este caso lo que primaba era la rapidez, ya que cuanto antes vendieran el pescado antes se quitaban la carga de encima, que podía rondar entre los 15 y los 30 kilos».

Ida y vuelta

Carmen Martínez Caviedes, conocida como Carmita, es una de las más mayores que todavía puede contarlo. Tiene 85 años y era de las que se iba andando hasta Torrelavega. Hacía 25 kilómetros de ida más otros tantos de vuelta. Explica que «muchas veces salíamos de madrugada y nos íbamos abriendo paso en la oscuridad. Lo único que veíamos era el destello de las hoces de los agricultores, labrando los campos antes de que el sol empezara a calentar. Les ofrecíamos el pescado y si no tenían dinero para pagarlo se lo cambiábamos por maíz, harina o legumbres. El inconveniente de este trueque, es que nos deshacíamos del peso del pescado, pero teníamos que cargar con lo que nos dieran los labradores».

Por los establos

Cuando el sol empezaba despuntar se asomaban a los establos, y comprobaban si los pastores ya estaban ordeñando a las vacas. Si era así les ofrecían la mercancía. Y así hasta que vendían todo el género. Carmita todavía recuerda perfectamente «los kilómetros que separan Comillas, de Cóbreces, Novales, Toñanes, Santillana del Mar... Se me quedaron grabados en la memoria a base de mucho caminar». Pero con cierto pesar comenta que «eso no era vida. Eso no lo quiero yo para nadie», refiriéndose a lo duro que resultaba el trabajo.

Y si llovía, las 'pescateras' seguían su camino con el cesto en la cabeza. El agua empezaba a filtrar por el 'triguero', y de ahí escurría para abajo, empapando a las mujeres de un profundo olor a pescado. Por este motivo, muchas veces no las dejaban subir al autobús. Si había suerte el lechero, entre las marmitas, las llevaba de regreso a casa, y eso que se ahorraban. Así que esta escultura es un homenaje a mujeres como, Carmita, Cion, Sallito, Menchu, Lita, Edurne, Rosa, Pilar, Fonsa y otras tantas vecinas de la villa, que gracias a sus vivencias siguen enriqueciendo la historia del pueblo pesquero de Comillas.

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