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Jueves, 9 de abril 2009, 03:13
El primer libro que recuerda lo protagonizaba un travieso conejo que Yolanda Soler imaginaba. «Primero fue mi padre el que me lo narraba porque no sabía leer, y cuando aprendí siguió contándomelo porque era una edición inglesa con ilustraciones que aún sigue publicándose», señala. Con ocho años por imitación y obligación porque tenía serios problemas con la ortografía («hoy habrían dicho que dislexia»), la directora del Cervantes de Manchester y Leeds comenzó a leer las novelas de Enid Blyton, las 'Leyendas de Becquer' y a Julio Verne. De las novelas y aventuras de 'Los cinco' o 'Torres de Malory' le quedan el recuerdo de las galletas de jengibre, «que como de vez en cuando desde que vivo en Inglaterra y una sensación de mundo perdido, en el que sólo me resultan familiares los paisajes».
Fue entonces cuando empezó a escribir su primera novela inspirada en aquellos personajes pero que se desarrollaba en los Picos de Europa, 'Aventura en la montaña', de la que aún conserva una treintena de páginas manuscritas. Vinieron después las biografías de personajes ilustres, Dickens, 'Mujercitas', las novelas de las Brönte cuyo pueblo, Haworth, suele visitar algún domingo de sol, y 'La Gangrena' de Mercedes Salisachs, que acababa de obtener el Planeta y andaba por casa en aquella primavera del 76. «Creo que más o menos ahí debió de terminar mi infancia literaria. Pensaba entonces que para ser escritor había que ser extranjero o estar muerto», recuerda Soler Onís.
También estaba muerto el autor del libro que nunca olvidará 'La realidad y el deseo', Luis Cernuda. «El Padre Hernández nos leyó en clase de literatura en los jesuitas uno de los poemas de 'Los placeres prohibidos'. Fue en el otoño del 79. Horas después, en la vieja Librería Larra de la calle Constantino de Las Palmas de Gran Canaria donde encontré una breve antología de Alianza que se abrió por 'Si el hombre pudiera decir.' supe en ese instante que acababa de abrírseme una puerta. Tras mucho buscar encontré 'La realidad y el deseo' editada por el Fondo de Cultura Económica de México un año después en una librería malagueña». ¿Qué le impactó de aquellos versos? Así lo describe: «El ritmo, la sensualidad, el erotismo, el desencanto de aquella poesía habrían de acompañarme siempre».
En cuanto a hábitos de lectura, los ha tenido todos, a cualquier hora y lugar, preferiblemente tumbada, en un sofá, en la cama, en la playa, «pero que ahora leo en el autobús cuando regreso hacia el trabajo tras dejar a mi hija en el colegio, práctica peligrosa, que más de una vez me ha alejado varios kilómetros de mi destino. Ella que lo sabe me impide sacar el libro en el viaje de ida: 'Las dos leyendo no, que nos pasamos'».
Yolanda Soler Onís suele encontrar un rato por las noches, antes de acostarse, y un par de horas los sábados y los domingos por la mañana. «Últimamente leo mucha novela negra», afirma. No en vano las librerías inglesas son un paraíso para los aficionados al género: «En estos días leo a Dorothy L Sayers. Me gusta Benjamin Black, seudónimo de John Banville, que acaba de publicar en España 'El Lémur'. Sigo con entusiasmo la serie policiaca de José María Guelbenzu. 'Un asesinato piadoso' es la última entrega».
Disfruta de «la poesía que me envían los amigos» y de la relectura de los poemarios que la acompañan desde hace años. Soler Onís recomienda 'Doménica', que es una metáfora sobre la guerra escrita por José Ángel Cilleruelo.
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