

Secciones
Servicios
Destacamos
JUAN CARLOS FLORES-GISPERT
Lunes, 13 de abril 2009, 11:14
Justina Alonso Caballero, propietaria de la joyería 'Salamanca', de Santander, cumple hoy 101 años. Desde su privilegiada situación en la calle Calvo Sotelo, en pleno centro centro de la capital cántabra, Justina ha visto cambiar Santander. Y sigue al pie del cañón. Cada día tras el mostrador recibiendo amigos y saludando a clientes. Es la más veterana de las comerciantes santanderinas.
-Hoy, lunes, cumple 101 años, ¿cómo lo va a celebrar?
-No lo voy a celebrar. Ya lo hicimos, y muy bien, cuando cumplí cien años. Eramos noventaitantas personas. Todo lo organizaron mis sobrinos. Nos reunimos toda la familia en una fiesta.
-Inauguró su joyería 'Salamanca' en 1950. ¿como era Santander entonces?
-Parecida a la de ahora. Algo más pequeña. Pero no me he dado cuenta del cambio, porque como he estado todo este tiempo en Santander no me he fijado en que iba cambiando.
-¿Todos los días baja a la joyería?
-Todos, todos. Es muy bonito estar aquí, mucho mejor que estar en casa. Yo, desde siempre, desde niña, he estado entre relojes. Mi padre tenía almacén y desde pequeña le ayudaba. Me gustaba mucho. Los relojes es lo que más me gusta.
-Hasta hay una marca de relojes que lleva su nombre, 'Justina'.
-La creó mi padre en mi honor. Somos relojeros desde el siglo diecinueve. Siempre hemos trabajado en relojería, algo de joyería cuando mi padre, pero muy poca cosa. Relojes, sobre todo relojes.
-Y cuando se casó se instaló en Santander...
-Me gusta muchísimo Santander. Yo nací en Medina del Campo. He vuelto alguna vez. Hace años. Me gustaba el pueblo...
-¿Cómo era la primera joyería que tuvo en Santander, en la calle San Francisco?
-Ya casi ni me acuerdo. Tuvimos muy mala suerte. Pasamos la guerra, el incendio de Santander... Mi marido, Urbano Salamanca, se enteró que había en traspaso un local en el número 25 de la calle San Francisco y aquí nos vinimos en el año 1936. Mi marido era relojero. Había estado trabajando con mi padre. Mi madre le apreciaba mucho y sabía que era muy buena persona. Con él tuve mucha suerte. Fue muy bueno. Nos vinimos a Santander y montamos la tienda en la calle San Francisco. Teníamos sobre todo relojería y algo de joyería. Antes había sido de Losada y no se por qué no siguió con ella. Estaba bien aquella tienda nuestra. Y, tras el incendio, nos trasladamos a un barracón en los Jardines de Pereda.
-¿Qué recuerda del incendio?
-Teníamos una chica fija en casa. Y subió otra chica de otro piso y le dijo a la nuestra: «está ardiendo Santander y la tienda de tu señor también». Mi marido se fue para la tienda pero no estaba ardiendo, aunque el fuego estaba muy cerca. Después sí, llegó el fuego hasta allí, aunque antes pudimos sacar alguna cosa. Así que instalamos nuestra relojería en un barracón de los Jardines de Pereda. Allí estuvimos unos años, y muy bien. Era muy mono y muy alegre, con ventanas por delante y por detrás. Y veíamos a los niños jugar. Yo estaba a gusto allí.
-Y siempre trabajando...
-Desde luego. Yo, desde luego, siempre trabajando. Nunca he podido estar sin hacer nada, desde la infancia entre relojes. Mi padre tenía negocio de almacén de relojería en Valladolid. Luego nos trasladamos a Dueñas, que ni a mi madre ni a mí nos hizo nada de gracia, pero es que la estación estaba más cerca y era mejor para el negocio. Mi padre compró un terreno muy grande y levantó una casa y, al lado, el almacén. El pueblo no estaba mal..., la iglesia estaba muy bien..., la plaza también estaba bien..., era un pueblo bonito...
-Tiene buena memoria.
-Pues no la tengo mal, para tener 101 años... Ja, ja, ja.
-Y desde 1950 en esta joyería 'Salamanca', de Calvo Sotelo 1, en pleno centro de Santander.
-Mi marido compró este local, pero no estuvo mucho tiempo en él, porque murió muy pronto. Yo fui muy, muy feliz en mi matrimonio. Tuve un marido muy bueno. Él era un poco mayor que yo y se me fue antes. Y cuando murió yo me quedé al frente de la joyería. Hemos tenido en estos años de todo, clientes famosos y mucha, mucha gente de Santander, a la que sigo viendo cuando bajo aquí cada día. Mantenemos la tienda prácticamente igual. Los muebles nos los hizo Peredo, el mejor ebanista de la época en Santander. Lo conservamos todo. Este reloj que tengo detrás lo hizo mi padre. Hasta parte de los mostradores son los originales de esta tienda. Hemos ido cambiando cosas, como el suelo, pero en general sigue igual.
-¿Qué vida hace a diario?
-Pues sencilla. Me levanto sobre las nueve de la mañana. Me arreglo y vengo a la joyería. A la una me voy a misa.Y después a casa a comer, sin exageraciones. Por la tarde bajo otro rato. Siempre estoy acompañada por una chica que tengo, que es muy buena. Yo no despacho en la tienda, claro. Aquí están al frente mis sobrinos, que ya son mayores y ellos atienden. Pero yo estoy aquí y lo paso bien. Tengo clientes muy antiguos que me vienen a ver. También atiendo a los viajantes y veo lo que hay que comprar. Me gusta ver el género, sobre todo los relojes.
-Vaya cambio en el género.
-Pues hay cosas que han cambiado mucho en cincuenta años y otras que no tanto. Ha cambiado mucho la relojería. Antes los relojes eran de dar cuerda y ahora son de cuarzo, de pila... Le voy a enseñar un catálogo. ¡Mire que cosas tan bonitas!
-En esta esquina de Calvo Sotelo ha visto pasar toda la vida de Santander...
-En Reyes, todos los años mis sobrinos veían pasar la cabalgata desde el primer piso de la joyería. Y ahora lo hacen sus hijos. Lo ven pasar de cerca, muy de cerca. Luego se cambian a la otra ventana y ven la plaza del Ayuntamiento. Mis sobrinos son como mis hijos. Yo no tuve, pero ellos lo son. Son mis hijos. En realidad lo son de mi hermana, a quien yo crié. Perdimos a nuestra madre siendo mi hermana muy pequeña. Así que nuestra relación ha sido siempre muy fuerte. Siempre muy juntos todos.
-¿Y conoció Santander cuando se instaló aquí con su marido?
-Bueno, yo conocía Santander de niña. Me acordaba de la playa. Porque de pequeña tenía los oidos malos y el médico recomendó cambiar de aires. Vine con mi madre y mi hermano mayor. Nos hospedamos en el hotel ese que esta aquí cerca, que estaba al lado de la plaza de abastos que ya no es de abastos...
-¿El Hotel Ignacia?
-Ese. Allí nos hospedamos. Y creo que le dimos bastante lata a mi madre... Eramos muy pequeños. Yo tendría tres o cuatro años y mi hermano seis o algo así. Me acuerdo mucho de una niña que estaba en la playa haciendo una figura con arena. Esa fue la primera vez que estuve en la playa. Me gustó mucho. Mi padre ya conocía Santander, porque viajaba y se hospedaba en ese hotel que le he dicho. Supongo que cuando estuvimos aquellos días en Santander me bañaría en la mar, claro. Me dolían los oidos. ¡Que malo es el dolor de oidos! La boca me ha dado menos guerra. Gracias a Dios no estoy nunca mala. Nunca he estado enferma. Me parezco a mi padre. No tuvo más enfermedad que la de morirse.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.