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TRIBUNA LIBRE

El origen de las fiestas de Santiago

María del Carmen González Echegaray es escritora e investigadora

Domingo, 19 de julio 2009, 02:09

Allá arriba en el Alto de Miranda, nacieron las fiestas de Santander, en la antigua ermita de Los Santos Mártires, que anteriormente había estado situada en la parte baja de la Villa, en la Calle del Mar, rampa de la Calzadilla -hoy Plaza Porticada- y adosada a la antigua muralla. Al iniciarse el ensanche de la ciudad, fue trasladada al Alto de Miranda y con ella su romería y fiesta. Estaba dedicada a la Purísima Concepción y los Santos Mártires, y era de la Cofradía de los Navegantes de San Martín de Abajo.

Fue en 1848 cuando se trasladó a la nueva capilla de la loma de Miranda desde donde se abarcaba con la vista toda la mar interna y externa rodeando nuestra ciudad. Muy cerca se encontraba un merendero regentado por un vecino llamado Santiago, donde se celebraban las verbenas. Yo conservo un anuncio del señor Santiago, animando a la vecindad a subir por el entonces escabroso paseo de la Concepción, hoy día Paseo de Menéndez Pelayo, para celebrar los festejos a la ermita de los Mártires y pasar por su tasca a refrescar el gaznate.

El éxito de estas fiestas populares, animó al Ayuntamiento a aprovechar el nombre de este conocido personaje, y ampliar con ferias y las tradicionales corridas de toros, etc. los festejos veraniegos de la ciudad trasladándolos a fechas más oportunas. El 'Campanón' de los Santos Mártires enmudeció ante el sonido más alegre de las campanas veraniegas, repicando a toro, allá por el Verdoso, sostiene el cronista de la ciudad.

El día primero de mayo del año de 1869, se inauguraban las ferias. Del 23 al 28 en el mes de julio se colocaban a ambos lados de la Segunda Alameda, tenderetes con chucherías, puestos de chinitos: «Señora, ¿Quiele un collar?».

Y en barracones de madera se exhibían muñecas preciosas, 'vestidas de azul' que nunca tocaban a nadie. Había fotógrafos que te colocaban astutamente detrás de unos parapetos o telones, te hacían sacar la cabeza por encima y disparaban, resultando que en la foto aparecías vestida de odalisca.

Había rifas, algunas de ellas, con carritos que entraban vacíos y salían cargados de caramelos ante los pasmados ojos de la chiquillería. Tiros al blanco con escopetas chivatas; cantidad de carruseles con caballitos que subían y bajaban al dulce compás de un romántico vals, y casetas con susto incluido para los miedosos. Iba aumentando la importancia y brillantez de las ferias, llegando a su apogeo en 1872 que fue cuando se instalaron los arcos de hierro de la iluminación de gas.

Al final del paseo se situaba la Exposición Ganadera, ya en el Verdoso. Como ya dijimos, en los primeros años lo arcos de luz se alumbraban con bombillas de gas, Después llegó la luz eléctrica. bajo los altísimos árboles que como un dosel verde proyectaban sombra acogedora a la multitud. El vocerío y alboroto aumentó con las instalaciones eléctricas y los altavoces, siendo posiblemente este uno de los motivos por lo que desaparecieran de este lugar las ferias, porque las fincas de enfrente eran prados o jardines a cuyas casas alejadas cerca del Alta, no llegaban estas molestias, pero con el tiempo se fueron sustituyendo por viviendas urbanizadas que no soportaban el ruido.

Últimamente y antes de la guerra de 1936, se situó allí la Feria de Muestras, (en 1932), de la que tanto disfrutamos los niños de entonces. Recuerdo unos cartuchos riquísimos de leche SAM, envasados en cera, chocolatinas de Nestle y una canción que decía: «Don Paco y Doña Petra se fueron a la ciudad, tomaron el tren expreso de mayor velocidad, tan pronto como llegaron un pillete les siguió, y unos pollos que llevaban de la mano les quitó. No podremos comer pollo, pero habrá caldo mejor, gustareis del Caldo Maggi, el de más fino sabor». Seguro que alguna persona octogenaria se acordará.

Fueron perdiendo brillo e importancia las ferias de la «Alameda Segunda» y en 1947 se buscó otro espacio donde instalarlas. Obras del Puerto las llevó al barrio de Maliaño, a la zona marítima de Antonio López, curiosa cercanía con la mar, que había sido su primitivo origen.

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