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TEXTO: TEODORO SAN JOSÉ FOTOS: JOSÉ SUÁREZ
Domingo, 19 de julio 2009, 02:11
Las ventanas del Café Quod están abiertas de par en par. Fuera, el sol aprieta y calienta Hihg Street. Dentro, un grupo de estudiantes se apiña en las mesas más próximas a los ventanales en busca de una brizna de aire que alivie el bochorno. La ronda de refrescos ayuda a atemperar el sofoco, pero no el tono de la conversación, que versa sobre dobles difusores y adherencias, de chasis, de alerones, de escuderías, de par motor o de 'kers', caballos y potencia. Hablan con la pasión propia de lo que son, unos aspirantes a ingenieros de Fórmula 1, mientras tratan de hacer entender a legos en la materia cuestiones que para ellos no son sino conocimientos básicos.
Hace calor en Oxford. Los propios estudiantes nos aconsejan cambiar de escenario. En la terraza del 'Head of the river', bajo unas sombrillas y a la vera del río Támesis, el grupo sigue disfrutando de una tarde de asueto que les rompe la monotonía en su obligada tarea de acabar el proyecto ineludiblemente antes del 28 de agosto; ese trabajo será el colofón al Máster de automoción deportiva, el punto final a unos estudios de postgrado que han cursado en la Oxford Brookes University.
En aquel centro tecnológico especializado en ingeniería coches de competición se han pasado los últimos doce meses gracias a la 'Beca Cajastur Fernando Alonso', que les asigna a cada seleccionado una dotación de 36.000 euros, más otros 6.000 para la matrícula.
Nuestros interlocutores son los doce integrantes de la segunda promoción de estas becas, entre los que se encuentra un santanderino, Carlos Galbally Herrero. En aquella terraza se suman al grupo varios de los becarios del primer máster que acaban de recibir la graduación. Alguno de ellos ya están incorporados a equipos de competición de F1, como es el caso del santoñés Dionisio Cagigas Fojaco, integrante del ahora envidiado Red Bull Racing cuyos bólidos pilotan Webber y Vettel. A Carlos le gustaría seguir los pasos de 'Diony' pues también aspira a entrar en alguno de los equipos de competición.
«El único parecido entre los coches de carreras y los turismos es que tienen cuatro ruedas», afirma Carlos, que se licenció hace dos años en el ICAI madrileño. Y lo sustenta en cierto conocimiento de causa. Antes de ser seleccionado para disfrutar de esa beca, este santanderino de 24 años se aplicaba en el departamento de investigación y desarrollo sobre temas de transmisión y vibraciones para Mercedes Benz en su factoría de Sttutgart. Un departamento fundamental para la firma alemana, que da gran importancia a la eliminación de ruidos en el interior del vehículo.
Del turismo a la competición
En la Oxford Brookes, Carlos ya acabó hace semanas las clases del máster Motorsport Engineering. Aunque en Stuttgart le esperan con los brazos abiertos -también fueron los primeros en animarle a que aceptara la beca Cajastur al saber que estaba seleccionado- el santanderino da por buena la apuesta que hizo ahora hace un año de acudir a Oxford porque ha aprendido «bastante de automoción de competición. Me siento con suerte de estar aquí», afirma.
Ahora, aunque su proyecto de graduación versa sobre una simulación para dotar de un sistema híbrido a un motor de la clase C (en colaboración con Mercedes Benz Technology) con el fin de conocer las variaciones en el consumo de combustible, el santanderino reconoce que «este máster me ha picado el gusanillo de mundo del motor de competición». Tanto que le ha faltado tiempo para enviar currículos a los equipos de competición de Ferrari, Renault y Adrián Campos Racing.
Carlos tiene las cosas claras: está dispuesto a dejar un contrato indefinido en la Mercedes a cambio de «estar un tiempo en este terreno de la fórmula uno. Con 24 años tengo tiempo de buscar más cosas». Y no le importaría quedarse cerca de donde está, en el centro del mundo ingenieril de la F-1, «a pesar de que éste es el país sin verano», dice con sorna; «a mi la falta de luz me mata», dice el inquieto y siempre risueño Carlos,
«Aquí te dan todo en conocimiento práctico; nosotros, por lo general, traemos una buena base teórica, pero aquí nos enseñan todo lo que nos falta en conocimiento práctico». algo que ya nos lo había insinuado John Durodola, jefe del Departamento de Ingeniería Mecánica: «Los estudiantes españoles llegan muy bien preparados en la teoría, pero flojos en la práctica».
De los actuales estudiantes becados por Cajastur, Durodola fue correcto al no destacar a ninguno -«están preparados para la Fórmula 1», indicó- y se limitó a alabar su alto nivel y sus ganas por aprender -«voluntariosos, con enormes ganas, grandes estudiantes», dijo-. Pero de los que integraron la primera promoción sí citó, entre otros, a «Dionisius Cáguigas» (así lo pronunció), «que ha conseguido entrar en uno de los varios equipos que suelen abastecerse de nuestros estudiantes».
Se siente parte del éxito
El equipo en cuestión es el Red Bull Racing. «Me había vuelto ya para casa una vez acabado el Máster del pasado año y después de dejar currículos a troche y moche» recuerda este simpático santoñés. «Al poco, me llamaron para una entrevista, y en diciembre de 2008 empecé en el equipo». Diony, que así le gusta que le llamen, es ahora uno de los ingenieros de modelado y simulación del Red Bull, uno de los encargados de que cuando Vettel y Webber se acomoden en el simulador sientan lo mismo que experimentarían si estuviesen pilotando el coche original y rodando sobre el circuito.
«Se trata de preparar un modelo, lo más fiel a la realidad, para implementarlo en el simulador y que el piloto se encuentre igual que si estuviera sentado en el monoplaza», explica el santoñés, vecino ahora de la nueva ciudad de Milton Keynes, donde el Red Bull Racing tiene la sede tras hacerse con la infraestructura del equipo Jaguar (y anteriormente Stewart). Una sede en la que Diony ya es uno de los 120 integrantes de la oficina de diseño de un equipo con 600 trabajadores.
Dado que durante la temporada los pilotos no pueden hacer pruebas en los circuitos, el simulador les permite hacerlo bajo techo y cuantas veces y el tiempo que quieran. Para ello preparan el circuito virtual, casi a la carta, pero lo desarrollan con las impresiones previas dictadas por los propios pilotos y con las hojas de datos y telemetrías aportados por otros ingenieros.
«Procuramos que el piloto se encuentre lo mismo que tendrá en el circuito. Tratamos de acercarnos a la realidad. Todo se puede mejorar ¿Hasta dónde? Hasta que el modelo sea lo más fiel a la realidad, hasta rozar el cien por cien», se pregunta y responde Diony, «Yo comparo todo esto con la ingeniería aerospacial», explica este santoñés de 26 años, al referirse al nivel de desarrollo de la tecnología puntera que abastece los equipos de competición de F1.
A última hora de la tarde el grupo de becarios españoles se reúne en una esquina de una tranquila plazoleta, junto a The Old School, restaurante inglés, y a las puertas de un italiano. La opción es clara y el grupo entra en Gino's, donde los estudiantes tienen cierta familiaridad.
Mientras daba cuenta de unas anchoas rebozadas al estilo italiano -«Jo, si algo se echa de menos Cantabria es por comer buen pescado», se lamenta el santoñés- relataba el estado de euforia que se vivía en el Red Bull Team y cómo ya se siente parte de sus éxitos: «Imagínate, había gente que llevaba años sin conocer una victoria y de repente tenemos un coche competitivo y ganador. Llegan los triunfos en China, Inglaterra, y por qué no, campeones del mundial... Yo me siento parte de esos triunfos. Mi aportación es una pieza ínfima a esos buenos resultados, pero una parte al fin y al cabo». El objetivo inmediato de este ingeniero industrial por la Universidad de Cantabria es «seguir aprendiendo. Que no es poco».
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