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GUILLERMO BALBONA
Viernes, 31 de julio 2009, 11:42
«No nos damos cuenta de lo mágico que es un cuadro». Juan Genovés vive inmerso en el 'tempo' de la pintura, en busca de su particular 'sol del membrillo', fascinado por las sensaciones que produce una pintura. El artista reivindica la trascendencia permanente del cuadro, el ritual y el fruto que se obtiene de la obra y reclama la atención sobre lo que ello significa. «En la quietud de una pintura hay, sin embargo, movimiento, un sonido mudo, muchos gritos mudos».
Genovés concluye hoy un taller plástico en La Magdalena con el entusiasmo de haber compartido muchas horas con los jóvenes, pero también frustrado por las limitaciones físicas y temporales que conlleva encorsetar la vivencia de la pintura en un formato académico. El veterano pintor, Premio Nacional, ha sugerido a la UIMP que estos talleres de arte sean trasladados a la sede de Cuenca y que, al menos, tengan una duración de diez o de quince días y puedan abrirse a alumnos extranjeros y al intercambio con otras universidades.
Ello no es óbice para que Genovés haya convertido el Faro de la Magdalena en un ágora para «conversaciones y aproximaciones» con sus quince alumnos, para el intercambio continuo, tras insistir en que él «no se considera nunca un profesor». Genovés, uno de los grandes artistas españoles del realismo social, se definió como «un pintor de larga experiencia dispuesto a intercambiar ideas», aunque «el horario medido del taller no le va bien a una actividad que estoy seguro va a crecer y a mejorar en próximas citas».
De su vínculo con los jóvenes, el artista de 79 años, muestra su fe: «A la gente joven la tengo de mi lado. Eso es algo que se nota. Es maravillosa y muy preparada, más que nosotros a su edad. La sensibilidad ha aumentado muchísimo, a pesar de lo que se diga».
A juicio del artista valenciano, el «oficio de pintar en el siglo XXI es algo muy fuerte, un acto de resistencia». Frente a la carga de imágenes que nos invade y que transmite uniformidad, él reivindica la imagen plástica, «la huella del pintor como un testimonio. El artista con su huella es el notario de la sociedad», dijo Genovés en su encuentro con los medios, a pocas horas de que finalice su tarea en la UIMP.
Lujo de la cultura
«La pintura a principios del XX fue vanguardia, ahora es resistencia y luchamos contra la idea de que todas las imágenes son iguales. Una imagen fotográfica, otra cinematográfica y una plástica pintada a mano no pueden ser lo mismo. La imagen plástica, que siempre encierra la huella del artista, es un lujo de la cultura que no puede perderse». El pintor valenciano subrayó que pese a los malos augurios, se está produciendo una celebración: La vuelta generalizada a la pintura, aunque confiesa que se decanta por que el arte tenga abiertas todas las ventanas. Estamos ganando, la pintura vuelve a ser el pulso del creador», sostuvo el pintor.
En su opinión es una falacia eso de que ésta es una sociedad rápida y, por tanto, la pintura también tiene que serlo. Y subraya dos connotaciones: «La pintura no es rápida. No nos damos cuenta de que el día sigue teniendo 24 horas como en el Renacimiento»; y, por contra, «el 90 por ciento de la población se pasa cinco horas delante del televisor. Hay mucho mito».
Y, además, el creador ligado a la galería Marlborough opina que «el arte cambia, no progresa. No es mejor la pintura de ahora que la de Altamira». Juan Genovés, quien fundó a finales de los años cuarenta el grupo Los Siete con el objetivo de celebrar reuniones en las que debatir sobre el arte, confiesa que «todo el arte le parece interesante, y toda persona humana en el fondo lo es».
Genovés, al comienzo de esta década, protagonizó una retrospectiva a través de más de 50 obras sobre la evolución experimentada desde 1960. Su cuadro 'El abrazo' se convirtió en uno de los símbolos de la transición española. Defensor a ultranza del espectador, apunta convencido que «intentar traducir la pintura a palabras es inútil. En la contemplación, un espectador ante un cuadro es dueño de sí mismo. Medalla de Oro en Bellas Artes, en 1961, junto con otros pintores, fundó el grupo Hondo que proponía una nueva figuración y tras una crisis, su pintura experimenta importantes cambios y se alinea en el denominado realismo político que considera al artista como militante y al arte como testimonio.Ahora piensa que «tenemos demasiado sacralizados a los artistas».
Y precisa gráficamente: «Si estuviera contemplando 'Las Meninas' y el mismo Velázquez viniera a explicármelas, le pediría que se apartara y me dejase mirar. No nos damos cuenta de lo mágico que es un cuadro. Se está moviendo pero está quieto. Para mí es como magia», reitera.
«Yo no puedo hablar de mis pinturas. Además el artista casi nunca dice la verdad cuando habla de ellas. A veces me ha sorprendido un niño, que ve cosas que ni yo imaginaba».
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