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MARTA SAN MIGUEL
Martes, 4 de agosto 2009, 02:22
Rafael Selas (Madrid, 1972) besa cada día a los 250 niños que están a su cargo en el orfanato, desde que los sacara de la calle o del seno de una familia donde eran explotados. Ellos le llaman 'baba', o papá. Él da una cama que acaba siendo su hogar, les da el cariño que acaba construyendo vínculos familiares, les da medicinas y comida que los hace crecer sanos, y finalmente les da estudios. Tanto es así que desde que abrió sus puertas Anidan, la ONG que fundó hace siete años en Lamu (Kenia), cuatro chicas han llegado a la universidad, después de que él las viera crecer. Ellas son sólo el ejemplo de todo lo que se puede hacer por muy poco en Kenia.
- ¿Cuándo fue allí por primera vez?
- Hace ocho años. Fue una casualidad, íbamos a la boda de un amigo y aprovechamos para pasar unos días de vacaciones y hacer un safari fotográfico. Me quedé muy 'pillado' por el país, me cambió. Vi que por muy poco se puede hacer muchísimo.
- ¿A qué se dedicaba antes?
- Era productor de música para la quinta cadena de televisión de Estados Unidos. Me encargaba de hacer la música de la cadena. Trabajaba mucho en Miami, residía allí.
- ¿En qué momento se enfrenta cara a cara con la realidad keniata?
- Contraje malaria en ese primer viaje a Kenia y tuve que ir a las clínicas locales, que eran un desastre absoluto, donde se registraba una mortandad infantil del 12 por ciento. Muchos niños salían sin medicación aunque les hubieran diagnosticado malaria. No se podían pagar la medicación pese a que costaba dos o tres euros. En seguida me di cuenta de que esos dos o tres euros daban de comer a toda una familia de ocho personas una semana entera. Prescinden de la sanidad porque es un gasto que se sale de la economía de subsistencia.
- Si no hubiera cogido malaria, ¿existiría la ONG?
- A lo mejor sí. Mi amigo se casaba con una mujer suahili, y nos quedamos con su familia en la tribu durante un tiempo. En esa convivencia en pleno medio rural me di cuenta de que el niño no pinta nada, no tiene derechos, se le trata muy mal. Eso me impresionó, como la situación de la mujer, que no tiene acceso al trabajo, depende del marido, y que, si la abandona, tiene que salir a la calle a sacar dinero haciendo lo que sea. Ese primer viaje me cambió porque me enfrenté al medio rural africano, y está en regresión, en lugar de desarrollarse el país va cada vez peor.
- ¿Qué fue lo que más le sorprendió del país?
- Me quedé muy sorprendido con el problema que había de huérfanos. Kenia era sólo un país de algo más de 30 millones de personas, con dos millones y medio de huérfanos en la calle. Hoy son cuatro millones de niños en la calle y cinco millones de niños trabajando. Allí la infancia no existe, los críos no reciben educación, ni cariño.
- Pero es imposible luchar contra eso uno solo...
- Claro. Yo al principio me conformaba con llevarles felicidad, ahora soy más exigente. Les damos atención integral, no sólo felicidad sino un entorno de tolerancia y de libertad que allí no existe en ningún otro sitio.
- Al menos hay esperanza para muchos niños en Anidan
- Es una gran familia. Muchos niños acaban con nosotros porque son explotados sexualmente, laboralmente, no están escolarizados, tienen problemas de desnutrición, de hambre. Cuando les acogemos lo hacemos en un ambiente de cariño que les ayuda a superar esos traumas tan terribles con los que llegan. Esa libertad o tolerancia que parecen ideales se ejercitan todos los días. El niño pasa de un ambiente donde le pegan y abusan de él, a otro en el que se convierte en protagonista. Es el mayor cambio, están eufóricos, como si hubieran caído en el paraíso.
- ¿Qué hacen desde la ONG por el futuro de los niños?
- Anidan se dedica sobre todo a esa niñez marginal, pero también muchas veces a sus familias, porque detrás de estos casos de niños trabajando existe una familia que depende de ese niño. Hay que dar soluciones que atienda a los menores, engancharles a los estudios y buscar un futuro para cada uno de ellos, pero también ayudamos a la familia para que dependa de sí misma, ayudamos a las mujeres a realizar actividades que les den algo de dinero y no tengan que mandar a sus hijos al campo, a pesar de que el trabajo infantil está prohibido por ley en Kenia.
-¿Cómo se monta una ONG de la nada, cómo son los primeros pasos de Anidan?
- Tenía mi vida bastante resuelta en Miami, sin grandes lujos. Cuando decido dejarlo todo empecé con doce niños huérfanos de la calle, con problemas de desnutrición, de abusos, malos tratos. Para ello alquilé una casa en el pueblo, y aposté por la gente de allí para reformarla. Ahora tengo un equipo de 70 personas que se ocupan tanto del orfanato, que atiende a 250 niños al día y cien durmiendo en él, y el hospital pediátrico 'Pablo Horstman', por el que pasan cien niños aproximadamente cada día. Es totalmente gratuito e incluye analítica, diagnóstico y medicación. Es un proyecto muy ambicioso porque ha reducido la mortalidad infantil en picado, con un 12 por ciento y ahora está en torno al 2 por ciento.
- ¿Y cómo se sostiene económicamente ese proyecto solidario?
- Aparte de la afiliación de socios, que suman ya 740, mucho ha sido moverme yo y buscar empresas solidarias que hicieran una apuesta por una ONG que llevaba la totalidad de lo que recauda allí y lo gasta todo allí, y eso en su momento le gustó mucho a empresarios que estaban en otras organizaciones donde se queda mucho dinero en temas de administración y de gestión. Se vinieron a hacer una inversión importante, para que pudiera pasar de 30 niños a todos los que hay hoy. Por ejemplo, la Universidad de Valencia me ayudó con la instalación de paneles solares y molinos de viento, y gracias a eso somos los únicos que tenemos luz en la zona. El proyecto en su día a día lo mantienen los socios, que aportan desde diez euros al mes a la cantidad que puedan aportar.
- ¿Qué se puede hacer en Kenia con esos diez euros?
- Con diez euros puedes pagar la leche y la papilla de todo un mes de un niño desnutrido. Hay quien cree que diez euros es poco dinero aquí pero allí estás sacando adelante a un niño, o puedes parar cuatro malarias, que es mortal en los pequeños. La aportación de los socios fue clave al principio, casi todos eran familiares y amigos. Ahora dependemos completamente de las aportaciones de los socios, y la media es bastante pequeña, unos veinte euros.
- ¿Cómo les afecta la crisis?
- Con la crisis hemos dado un frenazo en seco. Las donaciones se han visto reducidas y los socios se ha estancado. La crisis aquí supone mucho paro y situaciones muy difíciles, pero allí se traduce en hambre y en millones de personas arrastradas a situaciones de supervivencia límite.
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