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JOSÉ IBARROLA
Crímenes y criminales
TRIBUNA LIBRE

Crímenes y criminales

Javier Domenech es cardiólogo y licenciado en Historia

Miércoles, 5 de agosto 2009, 02:22

Ignoro si la perversión del ser humano se somete a escalas de intensidad ante la Ley. Me imagino que algo habrá al respecto, pero no creo que la distinción entre homicidio y asesinato, y la contemplación de los agravantes de premeditación, nocturnidad, alevosía o desprecio de sexo, sean suficientes para graduar la maldad. En los angelicales esfuerzos de nuestro ordenamiento judicial, se contempla la reinserción como clave fundamental. Me parece bien, siempre que se contemple que al crimen le sigue el castigo, y no la reinserción social como meta.

Existen crímenes que repugnan más que otros. Un asesino, puede matar intencionadamente movido por la pasión, el odio o el robo. Es un asesino. Un traficante de droga, mata con su comercio de placer. Es un asesino. Un violador, movido por la lujuria, es un despreciable criminal. Un pederasta, y sus asquerosas acciones, es un asesino repugnante. Pero un terrorista, amparado en unas ideas étnicas o políticas, es el más vil de todos con su gélida conciencia de matar a inocentes. Es mucho más que un asesino. Cuando, con clara consciencia de ello, se coloca una bomba, cuando ese explosivo no solo aniquila un supuesto objetivo, sino que arranca la vida de muchos otros, alcanzamos la cima de la maldad.

Los violadores, los pederastas, los traficantes de droga, los asesinos de sus parejas, ocultan sus rostros, en un tardío gesto de vergüenza al ser detenidos o juzgados y no tiene prerrogativa alguna en las cárceles, donde más de una vez, se ven sometidos a la acción de una ley no escrita, pero vigente y casi tolerada entre los demás presidiarios. Muchos de ellos, incluso, cuando cumplen sus condenas han sido objeto de ajustes de cuentas de sus víctimas.

Sin embargo, un terrorista que mata con calculada y fría premeditación, no solo se ve respetado por una parte cómplice de la sociedad, sino que en los juicios no muestra jamás arrepentimiento alguno. Un terrorista, será exquisitamente tratado por los jueces, que toleran sus insultos y desplantes con simples advertencias. Un terrorista es recluido al margen del resto de los reclusos y dispone de un régimen carcelario muy diferente al de los demás presidiarios, de quienes es apartado. Un terrorista sabe que, pese a cualquier pena que se le aplique, ésta puede variar en su provecho dependiendo de las situaciones políticas. Un terrorista juega con la ventaja de que algún día, podría ser liberado en aras de una supuesta pacificación social. Un terrorista cuenta con que dispone de la ventaja del chantaje de sus compañeros libres, y será recibido como héroe o como mártir.

No hay que mirar mucho hacia atrás. Hace pocos días, un recluso con más de 30 años de vida en presidio, solicitaba su liberación, creo que alegando motivos de salud. No hay en España ningún preso de ETA que lleve en la cárcel más de 15 años, aunque en su día fuese condenado a miles de años de encarcelamiento. No hay en España ningún terrorista conviviendo con el resto de los reclusos. Y sorprendentemente, ni un solo terrorista, tras abandonar la cárcel se ha visto amenazado o atacado por ninguna de sus victimas.

Esa es la diferencia que marca en España una injusta situación de trato favorable hacia una organización cuyos miembros lleva en su haber la vida de casi 900 personas, las heridas y mutilaciones de otras tantas, y centenares de viudas y huérfanos por sus acciones criminales. El violador, el pederasta, el asesino de su pareja, causan dolor en un círculo limitado, aunque provoque una amplísima indignación social. El terrorista, es un asesino multiplicado, que siempre justifica su acción y jamás se arrepiente de ella. Contará con la incomprensible benevolencia de algún juez incapaz de distinguir entre ley y sentido común, y el amparo de sus gentes, que esperan turno para emular sus gestas. Incluso, como ha ocurrido, si tiene la oportunidad volverá a hacerlo.

Por todo ello, cuando escucho las declaraciones pomposas de condena al terrorismo, cuando contemplo las concentraciones de rechazo a la acción de los violentos, cuando oigo que el Estado será generoso si abandonan sus acciones, siento una sensación de inmenso asco.

Aquí hemos pasado años justificando la acción terrorista como lucha contra el fascismo franquista. Aquí hemos amnistiado, excarcelado o desterrado a centenares de asesinos. Aquí hemos tenido gobiernos con mayorías absolutas, capaces de modificar el Código Penal y artículos de la Constitución, pero jamás hemos dado paso alguno hacia el cumplimiento íntegro de las penas que dictan los tribunales, amparándonos en la generosidad, la reinserción y un montón de excusas y zarandajas políticamente interesadas. Aquí, incluso los responsables de matanzas, como Hipercor, han gozado del trato de ilustrísimo en los parlamentos autonómicos, del calificativo de gentes de paz o de benevolentes órdenes de busca y captura que nunca les encuentran.

Aquí existen políticos, periodistas, intelectuales, que insisten en el carácter no criminal de las acciones terroristas. Aquí hay jueces capaces de contemplar más los derechos humanos de seres inhumanos, que los daños irreparables que causaron. Aquí se paga con dinero público a quienes protegen y justifican a los terroristas. Aquí hay colegios donde se enseña el odio y se honra a los asesinos. Aquí hay aún, quienes contemplan como objetivo que ETA deje sus armas, antes que aplicar con todo rigor la ley que se utiliza con otros criminales. Aquí hay quienes han dialogado con los terroristas para que cesen en su actividad criminal, sin que jamás se les habría ocurrido dialogar con los pederastas o los traficantes de droga para que abandonen sus actividades a cambio de clemencia.

Este país, no lo duden, durante el último medio siglo ha sufrido lo que su clase política ha tolerado.

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