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G. BALBONA
Miércoles, 14 de octubre 2009, 12:40
Entre el recuerdo y el homenaje, el bosquejo biográfico y el cuaderno de un retrato vital y necesario, el del rapsoda, poeta y actor Pío Fernández Muriedas, ve la luz estos días la obra 'Aventuras y desventuras de un trotamundos de la poesía'. Benito Madariaga, escritor y estudioso, certifica su papel de Cronista de Santander, con un testimonio que subraya esa función de mirada al pasado, de rescate y compilación, de reivindicación y trazado por la historia de la ciudad y de quienes la habitaron.
La Consejería de Cultura, que presentará este perfil el próximo 12 de noviembre, se ha encargado de la edición de una obra, tal como avanzó este periódico, que abre nuevos caminos a la hora de recorrer las huellas dispersas del juglar y símbolo de la palabra poética ligada al 27 y a su divulgación durante el siglo XX.
Personaje singular, «insólito e irrepetible», hombre libre, Pío Fernández Muriedas, que durante su vida se dedicó a «recitar poesía, contar cuentos y a representar piezas cortas y monólogos teatrales», queda reflejado en este libro en el que no faltan ilustraciones, revisiones de fechas y acontecimientos, poemas y ediciones, homenajes históricos como el de la farola santanderina y breves antologías poéticas, amén de una selecta y representativa correspondencia en la que tanto escribe Muriedas como asoman cartas de sus amigos. El «sorprendente recitador» mantuvo correspondencia con personajes destacados e incluso con dos Nobel: Vicente Aleixandre y Miguel Ángel Asturias. Uno le llamó «Voz de las voces sobre el haz de España», y el segundo, «Señor del verso». Pero Pío Muriedas, «hombre inusual y asombroso», recuerda Madariaga, también trató a escritores y artistas como Valle-Inclán, Pío Baroja, Ramón Menéndez Pidal, Camilo José Cela, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Joan Miró, Antonio Quirós, Antonio Buero Vallejo, José María Pemán, Gerardo Diego y Miguel Labordeta, entre otros muchos.
Solo o con su compañera, María Luisa Gochi, el rapsoda recorrió toda España difundiendo la poesía y dando a conocer a los principales escritores del pasado y del momento que le tocó vivir. Un artista así tenía que ser «un hombre curioso y controvertido. Para unos fue un «excéntrico, trotamundos, bohemio y pícaro». Para otros «un don Quijote, un Max Estrella, como le comparó Buero Vallejo». Muchos practicaron antes que él el arte de recitar en teatros y universidades, pero en opinión de Madariaga, «ir por los pueblos y mostrar la poesía en escuelas, conventos, fábricas y ateneos pueblerinos, para poder comer todos los días, es algo inaudito». Una forma de vida arriesgada y difícil de un «actor, propagandista político con la República, recitador poético, narrador y pintor naif por necesidad».
Una publicación, entre el recuerdo y el homenaje, que aglutina por primera vez datos copiosos, testimonios y voces de un itinerario, a modo de inventario documental y gráfico.
Juglar comprometido con el hombre, personalidad inclasificable, Pío fue un «personaje insólito e irrepetible», como reza el pórtico del libro (edición de Bedia). Ilustraciones, material bibliográfico y fotográfico integran este paseo de vida y de muerte que edita ahora Cultura. Cuatro apartados estructuran el recorrido en el que priman los propios escritos de Pío Muriedas, en el que se intenta dejar a un lado la anécdota -«la forma de proceder que le dio popularidad y la menos interesante», asegura Madariaga- y que está presidido por toda una declaración de principios sobre el reconocimiento honesto de las dificultades que entrañaba esta labor.
«Donde Pío cuenta su vida»; «La muerte de María Luisa» («mujer, compañera inseparable, madre de dos de sus hijos que escogió con él una forma de vida insegura y severa»); «El homenaje de la farola» (la cita de 1982 que acabó rubricando la ligazón de cariño y admiración entre Santander, las diversas generaciones de artistas y escritores y el recitador); y «Se acaba la función» conforman los itinerarios que vertebran el libro sobre Pío. Madariaga, biógrafo de muchos personajes de Cantabria, dedica su escritura «a un hombre que no hubiera salido de la nebulosa del olvido». Han transcurrido diecisiete años de la muerte de Muriedas. El libro subraya que es de justicia recordar a este personaje «para hacernos la pregunta de si en vida no supimos reconocer su aportación valiosa a la función sublime de trasmitir la poesía. Quizá nos dio la lección de saber vivir al día y comunicar la poesía oral declamando textos como los antiguos juglares».
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