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J. I. ARMINIO
Domingo, 1 de noviembre 2009, 11:38
La pérdida de la vista cambió su vida, pero no su forma de ser. Francisco Javier Peña Ruiz Capillas seguirá siendo un emprendedor mientras viva. Su última idea es tratar de ayudar a otros invidentes explicándoles su última idea: reutilizar cajas de madera, principalmente de «vino bueno», convirtiéndolas en recipientes para zapatos, medicinas, comida para mascotas, regalos, etc., usando como principal herramienta el sentido del tacto.
Francisco Javier Peña, natural de Torrelavega y vecino de Suances, recuerda que dicha idea nació hace varios años y que hoy se ha convertido en un proyecto «palpable y visible». Asegura que después de 14 años perdiendo la vista de forma paulatina hasta no ver nada y haber pasado por el centro de rehabilitación de la ONCE en Sabadell, donde aprendió a trabajar la madera desarrollando el sentido del tacto, se le ocurrió emplear parte de su tiempo en la creación de «cajas personalizadas».
Partiendo de envases de vino, cava y bodegas en general, facilitadas por restaurantes y comercios, consigue su «transformación total», utilizando para ello todo tipo de materiales reciclables. También utiliza las tapas, pasando a ser el grabado original un motivo decorativo de cocinas, bodegas, bares, etc.
Zapatero, botiquín...
Este invidente presenta ahora una extensa variedad de modelos de «cajas personalizadas», entre las que destaca las destinadas a cuidado de las mascotas, regalos, juegos, zapatero, botiquín...
Afirma que su proyecto está basado en tres ideas: en primer lugar, destaca la importancia del reciclaje y la reutilización de todo tipo de envases, en este caso de madera. También hace hincapié en que se trata de un sistema de autoempleo, bien para comercializar las cajas o bien para ofrecer talleres de confección de las mismas. Por último, dice que su idea parte de «las dificultades en las que nos desenvolvemos las personas con discapacidad».
El emprendedor torrelaveguense afirma que realiza este trabajo en agradecimiento a su gran amiga, mascota y perro guía 'Gresi', con la que ha compartido los últimos diez años de su vida y a la que dice que le debe todo: «Su compañía, su cariño y el trabajo bien hecho sin pedir nada a cambio».
Francisco Javier Peña, de 58 años, dirigió varios negocios (dos pub y un centro de jardinería), hasta que en 1978 sufrió su primer «accidente»: perdió el ojo derecho a consecuencia de un desprendimiento de retina. Años después le ocurrió lo mismo en el izquierdo y el cambio en su vida fue total: «Es algo genético en mi familia, tenía las retinas como las de un anciano. Fui perdiendo la vista y tuve que dejarlo todo. Entré en la ONCE y me enviaron a un centro de rehabilitación. Allí aprendí a vivir mi nueva vida».
Prejubilación
Se prejubila este mes, tras 16 años vendiendo cupones. En su tiempo libre le salió «otra vez» el emprendedor que lleva dentro: «Un día tropecé con una caja de vino y empecé a hacerme preguntas, a darle vueltas a la cabeza. La mayor parte iban a la basura y pensé en el reciclaje y la posibilidad de volver a utilizarlas. Al principio me decían que estaba loco, pero cuando hice la primera caja, un zapatero, cambiaron de opinión».
Según él, se trata de una idea con muchas posibilidades: «He hecho más de veinte cajas diferentes. Toda la madera es válida, hasta la última astilla. Sólo hay que desarrollar el sentido del tacto y coger experiencia. Al principio mi dedos parecían percebes por los martillazos que me daba». «Esto tiene salida para mucha gente discapacitada -añade-, especialmente en estos tiempos tan complicados. Yo sólo quiero darlo a conocer, que sea útil para otras personas. Hay un montón de cosas que se tiran y siguen siendo útiles, y personas con problemas que no se atreven ni a salir de casa».
Francisco Javier Peña está casado y tiene dos hijas que ya le han hecho abuelo. Vive en Suances desde hace ocho años.
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