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FERNANDO MORENO
Viernes, 27 de noviembre 2009, 12:05
La fiesta de los Machucos conmemora la apertura de una vía de comunicación de apariencia humilde y que es la vida para los habitantes de Calseca y Valdició. Se trata de un hito histórico para dos pueblos que tenían que hacer muchos kilómetros para resolver trámites en sus ayuntamientos: Ruesga, en el primer caso, y Soba, en el segundo. Son Calseca y Valdició dos poblaciones que han compartido la misma escuela, y la misma iglesia en Nuestra Señora de los Barrios, los mismos caminos de herradura con sus reatas de animales cargados de ollas de leche para irse al mercado de La Pedrosa (San Roque de Riomiera), vender sus productos y regresar de nuevo hasta el pilón que separa a los dos núcleos.
Ambas poblaciones presentan ausencia de casas infantonas con portaladas heráldicas, ni tabernas, sólo alguna bolera desusada y una vida humilde en lugares donde se ignora si la niebla sube del valle a la montaña o desciende de la montaña al valle.
Una vida dura para estos lugareños bajo las laderas del Porracolina que compartían la leña, el rozo y la hoja, todo era igual, todo excepto cuando tenían que «arreglar papeles en el Ayuntamiento». En ese momento los de Calseca subían por el Barranco del Paso Malo por senderos peoniles hasta Bustablado, Arredondo y llegar a su ayuntamiento en el Valle de Ruesga. Valdició contaba con el ancestral camino del Senderón y los pasos del Portillo del Cuadro y el de Bustalveinte, por Lunada, para atravesar el actual Parque Natural de Collados del Asón, y llegar hasta su ayuntamiento en Veguilla de Soba. Compartiendo las mismas montañas, la jurisdicción administrativa les separa, Calseca de Ruesga y Valdició sobano. Antiguas ordenanzas medievales por el dominio de pastos para las vacadas de señoríos, dividió el territorio hasta al momento presente. Así los once quilómetros, actualmente asfaltados en su totalidad por la Consejería de Desarrollo Rural, con un coste de 1,1 millón de euros, supone a los lugareños reducir los aproximadamente 50 kilómetros a que estaban obligados a recorrer para solucionar cualquier trámite, antes de que la administración les aportara una modernidad, que aun a pesar de la profunda crisis ganadera trata de seguir vinculando al sector terciario al patrimonio natural que viene detentando desde el siglo XVII, cuando la pasieguización inició su peculiar forma pastoril.
Estos espacios marginados y de compleja orografía siguen con sus pendientes, bosques y pastos y sus cierros y cabañas. Son lugares montuosos que viven momentos recientes de turismo deportivo con la celebración anual de la subida al Porracolina. Quince quilómetros y 1.164 metros de desnivel separan la salida de Bustablado y la llegada en Asón, por senderos sinuosos de uso tradicional, para ascender por la len al Porracolina, cierres de prados, cabañales y torcas kársticas, acompañan al senderista. En esos momentos cobran protagonismo topónimos humildes que sólo han conocido voces aldeanas, Tiujo la Llusa, Sierra de la Mazuela, Espinajones, Hoyo del Bocebrón o el Collado de Hormigas o el Alto de Pipiones.
Aun así, el paisaje no pierde sus viejos modos y se aferra a los otros tiempos. Como escribiera el insigne poeta don Manuel Llano: «Pronto volverá la otoñada con sus días grises, con sus nieblas y sus melancolías. Volverán las nubes cenicientas a ocultar el sol y los cierzos y las brumas a posarse en las cresterías y en los pernales».
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