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PPLL
Lunes, 30 de noviembre 2009, 01:33
El primero es un soltero de unos cuarenta. El otro, un crío casi preadolescente. Uno quería ser padre. El otro necesitaba uno. Hace unos meses sus caminos se cruzaron y ahora van por el mismo. Y no se separan. A los dos les cambió la vida. Han tenido suerte.
Cuando el niño sale a recibir visita desde la habitación de al lado, donde recupera el tiempo con clases particulares, se aferra a la mano de papá. «Y, de repente, tienes a un niño. Para él soy todo. Pasas a serlo y a estar con él las 24 horas. Es muy intenso.», explica un padre soltero deseoso de serlo. Padre de un niño con pasado y recuerdos. Desamparo es la definición para su historia. Para qué entrar en detalles. «Estaba muy necesitado de atenciones, con carencias afectivas. Atenciones, cuidado, cariño, normas.». Cuando el crío le clava las rodillas en la espalda mientras comparten confesiones en la cama, habla de su familia biológica. Lo hace sin acritud y papá no le contradice. «Es consciente de lo que pasó y nunca le hablo mal de ellos». No habrá preguntas de mayor. No habrá que construir una historia. Ya la sabe.
Habla con franqueza. Siempre quiso tener hijos. Por circunstancias que no vienen al caso, el biológico no llegó con pareja estable y él no estaba dispuesto a compartirlo porque sí. «La situación ideal, seguramente, es en pareja. Solo es más complicado. Pero es una satisfacción educarlo, sacarlo adelante.». Los años pasaban y ya no quería esperar -«la sensación de padre la tenía incluso antes de tenerle»-. Fue a Bienestar Social, rellenó los formularios. «A los quince días de tener la idoneidad me llamaron y me dijeron que había un niño. Era mayor, pero siendo soltero era consciente de las dificultades y acepté porque suponía la oportunidad de ser padre». Primero, visitas. Luego, un fin de semana. Después, a casa. Una nueva vida para ambos. Intensa y con momentos duros. «A veces piensas en tirarle por la ventana, en estrangularle. No, en serio, a veces te preguntas si lo estás haciendo bien, si eres muy duro, si estaría mejor en otra parte. Pero, si lo comparas con lo que él vivía, está mucho mejor», explica. Y se emociona un poco al decir que «la recompensa es el niño, los abrazos, los besos.». «Sus progresos lo compensan todo. Ha aprendido a doblar la ropa, se ríe, canta. Ha dado un cambio brutal en el colegio».
Y es que hay que pararse a pensar. No es un recién nacido. No parte de cero. La famosa mochila está llena de experiencias y desconocimientos. La carrera empezó y él tardó en tomar la salida. «Es un niño que desconocía, a su edad, la palabra intermitentes. Pon los 'habitantes', me decía en el coche. No sabía lo que era un lavavajillas. Cosas sencillas», relata. Eso en cuanto al niño. Porque papá se preguntaba «¿y si me rechaza?». No contó nada. «Llamé a mis primos -recuerda- y les dije: 'Voy a ser padre'. Pero cuando ya era un hecho». Lo afronta solo. «No quería dar explicaciones. La gente, a veces, tiende a dar excesivos consejos». Y tuvo que oír la cantinela de «si le hubieses cogido más pequeño». Porque papá ya no tiene vida social o sólo con «amigos con niños». Es cosa de piscina, bici. Porque papá, ahora, es papá.
Está convencido de que compensa. Que se lo pregunten cuando el crío va corriendo a su cama, se hace una bola y lo arrincona cuando se duerme. Que se lo pregunten cuando, al día siguiente de llegar a casa, le llamó «papá». Que se lo pregunten cuando, incluso, hay quien le dice que se parecen el uno al otro.
¿Y en el futuro? «Me gustaría que llegase a ser una buena persona. Un ciudadano honrado y honesto que se supiese defender en la vida. Y que me quisiera».
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