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'La sombra recobrada', proyecto expositivo y editorial, sobre Beltrán de Heredia, ha marcado en el año cultural. :: CELEDONIO
EVOCACIÓN DE PABLO BELTRÁN DE HEREDIA

EVOCACIÓN DE PABLO BELTRÁN DE HEREDIA

A propósito de la edición de 'La sombra recobrada', de Ediciones la Bahía, sobre las huella del intelectual y profesor

JULIO MARURI

Domingo, 20 de diciembre 2009, 01:22

Aparentemente fue profesor de Historia; aparentemente fue insólito editor, año tras año; aparentemente ocupó distintos cargos en el campo universitario y también en el museal. Fue amigo de poetas y de músicos, ayudó a poetas y ayudó a músicos, apoyó empresas singulares como aquella representación de 'El caballero de Olmedo' de Lope de Vega, interpretado por un José Hierro rodeado de una compañía de amigas y amigos, improvisados actores, que durante dos meses de ensayos y una noche de actuación tomó el efímero nombre de Teatro Proel, acto que, según Don Pablo, índice contra pulgar en ristre y muy de alto abajo, fue fundador -y nada menos- del Festiva Internacional de Santander. Y, si dudabas de ello, lector amigo, te exponías a un buen cuarto de hora de apabullante argumentación, pues Don Pablo era, además de buenísima persona, un demonio en lo tocante a convicciones. y sin piedad para el contrariador.

Revestido andaba entonces Don Pablo con una de sus apariencias, la de director de la residencia de estudiantes de la UIMP, en el incautado seminario de Monte Corbán que había pasado de ser cárcel de presos políticos a esperanzador albergue de los mañanas que cantan. Hecho, se dice, único en la península. Y fue en su bello claustro donde se dio El caballero, decorado con treinta metros de percal rojo, no como telón, sino como colgadura de solemnes pliegues. El caballero Pepe Hierro y su dama se sentaban en un banco construido por el entonces jovencísimo estudiante de arquitectura Popi Regules. Y los últimos ensayos habían sido supervisados por el autor dramático Eusebio García Luengo y por su esposa la actriz Amparo Reyes.

Todo lo cual fue ofrecido a un Ministro de Educación y a un su invitado idóneo venido de Italia y -detrás de ellos- a toda la banda de profesores con los estudiantes extranjeros que le tocó aquel verano a la ilustre institución donmarcelinesca -dicho sea con todo respeto- y numeroso público venido de los alrededores. Y todo ello gracias a Don Pablo sin que se lo hubiera pedido nadie. Y sin que Don Pablo hubiera tenido de antemano la más remota noticia del proyecto.

Estábamos una tarde José Hierro y un servidor en compañía de Don Pablo y de algunos de sus importantes amigos santanderinos. Mientras Don Pablo estaba como muy ocupado en hablar de sus amigos de un proyecto de edición, Pepe, en voz baja me pregunta si Pilar Miquelarena ha dicho que sí a lo del proyectado Caballero. Esto apenas duró un minuto. Nos callamos para volver a la conversación general, cuando Don Pablo, torna vivamente hacia nosotros: -Pues eso podéis hacerlo en el claustro de Monte Corbán. Y dicho y hecho, como he contado más arriba. Tengo que añadir, para calibrar el oído de Don Pablo, que la voz de Pepe Hierro, cuando no quería que le oyesen más allá de su interlocutor, se reducía al tono casi inaudible del preso que osa comunicar con su vecino compañero en las filas del recuento nocturno. Lo sabe muy bien su amigo entrañable y compañero de cárcel el compositor santanderino Eduardo Rincón.

Conspirador

Y ahora pregunto: ¿qué ocultaba Don Pablo bajo sus innumerables apariencias? Pues algo así como el Pimpinela Escarlata de la baronesa de Orczy: Un conspirador que deseaba ardientemente la desaparición del régimen de Franco y la restauración de la Corona en la persona de -para sus fieles- su majestad el Rey Don Juan III de cuyo Consejo formó parte, como también un amigo incondicional y para siempre de Eugenio Vegas Latapie primer preceptor de su majestad: Don Juan Carlos niño. Conspiró también Don Pablo con Gil Robles, de la derecha republicana en pro de Don Juan, y «compañeros de viaje», simpatizantes comunistas, así como católicos demócratas, reformistas fieles del Papa Juan XXIII. Utilizó Don Pablo seudónimos para publicar sus artículos de protesta ya en España, ya en el extranjero.

Socio Don Pablo de la entonces joven Imprenta Bedia salieron de ella textos redactados por él e impresos con una máquina manipulada de tal modo que le resultara imposible a la policía política reconocer su utilización subversiva. Por todo ello fue víctima Don Pablo de horrendas calumnias propaladas por la Policía y sus cómplices, y conoció el exilio en Francia, en la Bélgica del Rey Balduino. Pero fieles amigos de Don Pablo obtuvieron para él un puesto de profesor en la Universidad de Austin, en aquellos benditos Estados Unidos, brazos abiertos para todos los exilios y todas las esperanzadas búsquedas de mejor vida. De allá volvió Don Pablo con su honor intacto a su querida Santander, su reposo.

Intratable con la infidelidad, capaz de hacer reproche al Soberano. Cascarrabias, también. ¿Y por qué no? En los últimos años de una vida admirablemente cumplida. Sostenido por algún amigo (de esos que hacen creer en la Providencia), curvado hacia la tierra que lo esperaba, se le podía ver, muy de mañana, abastecerse de un puñado de periódicos de los que jamás hacía comentario. Todavía publicó dos o tres volúmenes.

Los últimos. Con el sello de Ediciones La Bahía. Y una madrugada del pasado verano se nos fue para siempre. El mismo día en que se clausuraba en CASYC la exposición en su homenaje organizada por Don José María Lafuente.

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