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«Temo no volver a ver a mi madre»
PLANETA CANTABRIA/1 REPÚBLICA DOMINICANA

«Temo no volver a ver a mi madre»

Demetrio vino a Cantabria buscando un buen trabajo pero la crisis económica se cruzó en medio

ROSA M. RUIZ

Domingo, 27 de diciembre 2009, 01:11

Demetrio tenía un sueño: conseguir un buen trabajo para que a sus hijos no les faltara de nada. Hace cinco años en su país, la República Dominicana, las cosas no estaban bien, ni siquiera para él que tiene un título de 'plomero' (fontanero). Hizo todo lo posible por encontrar un empleo y hasta se compró una guagua (camioneta), pero su situación no mejoraba y le quitaron el vehículo porque no podía hacer frente a los pagos. Por entonces comenzó a oír hablar de Santander, una pequeña ciudad turística del Norte de España en la que no era difícil encontrar algún tipo de trabajo relacionado con la hostelería. No se lo pensó dos veces, dijo adiós a su madre nonagenaria, a sus hermanos y a sus cinco hijos y llegó a Santander con ganas de comerse el mundo. Pero el sueño no se ha cumplido y, de momento, a Demetrio las cosas no le están saliendo como esperaba.

Elige la Plaza de Pombo de Santander para hablar a EL DIARIO MONTAÑÉS de su país, de España y de sus objetivos. Hace frío y parapetado bajo su gorra es la viva imagen de la melancolía. La conversación siempre deriva a dos mismos temas: la necesidad de encontrar un empleo y la añoranza de sus hijos. Explica que llegó a Santander en pleno mes de julio del año 2004 y que apenas siete días después ya tenía trabajo como ayudante de cocina en un restaurante de El Sardinero. Pero llegó el otoño y el trabajo cayó como las hojas de los árboles. Entonces comenzó su periplo por distintos empleos que apenas le duraban unos meses. Tras pasar por la autoescuela para convalidar su carné de conducir, encontró trabajo como chófer y ayudante en una empresa de andamiaje. Las cosas parecían irle bien y hasta logró ahorrar algunos euros para poder enviar a los suyos. Hasta que un día se cayó de una plataforma y se hizo una grave lesión en la rodilla derecha. Tardaron un año en operarle y, según el mismo explica, a partir de ahí todo han sido dificultades. Ahora sobrevive haciendo chapuzas aunque sigue buscando trabajo «de lo que sea». A veces se le pasa por la cabeza volver a San Cristobal, su ciudad dominicana, pero aún no quiere tirar la toalla. «Me puede la indecisión y creo que debo volver, pero allá las cosas tampoco están bien y yo lo que realmente necesito es trabajar», asegura.

Como buen dominicano, no acaba de acostumbrarse al frío del Norte, y como gran padre sufre mucho por no ver crecer a sus hijos que, desde el país de la salsa y el merengue, solo le piden que vuelva pronto. «Cada vez les llamo menos porque es muy costoso y no siempre dispongo de dinero para hacerlo. Es duro porque ellos me piden que vuelva y me dicen que les hago falta», lamenta. «Siempre me quedo muy mal después de hablar con ellos».

En los cinco años y medio que lleva en Cantabria sólo ha vuelto una vez a la República Dominicana. Permaneció allí una semana, luego regresó a Santander y por ahora ve difícil la vuelta. «Los pasajes son demasiado caros para mi», comenta y sí se le pregunta que es lo que más echa de menos de su país no duda ni un segundo: «a mi madre que tiene 96 años. Me da miedo no volverla a ver nunca más».

En Cantabria

La vida de Demetrio en Cantabria es muy tranquila. Vive solo en un piso de alquiler en la calle Río de la Pila. Aunque sus hermanas también se han establecido en Santander no las ve mucho pues asegura que ellas tienen ya sus vidas resueltas y tampoco quiere ser una carga. Tampoco se relaciona con otros compatriotas aunque a veces le gusta ir a alguna de las discotecas de música latina de la ciudad. Pero no va con frecuencia. «No me gusta pegarme a los otros y sólo voy si puedo pagar mi consumición», explica con una gran dignidad. Casi nunca baila , algo que resulta extraño, porque, procede de un país en el que bailan hasta las estatuas y se justifica con una expresión muy dominicana :«A mi no me saltaron cuando chiquito. Somos muchos hermanos y yo era el que me quedaba en casa». Lo que sí hace, y con buena voz es canturrear y siempre algo de su patria.

Con los españoles tampoco ha hecho muchas migas y, aunque asegura que ha sido muy bien recibido y que los cántabros siempre le han tratado muy bien, «son muy sociables», insiste, no cuenta con muchos amigos de aquí. «La verdad es que estoy bastante sólo», termina confensando

El tiempo libre lo pasa en la iglesia pues es muy creyente. Ha encontrado su refugio en la parroquia de la Bien Aparecida, donde el padre Cristóbal, ha organizado un grupo de latinos que, además de cumplir con su religión, se reúne para hablar de sus cosas y, si pueden, ayudar a los más necesitados. «Creo que todos debemos servir a los demás», concluye este dominicano.

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