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J. I. ARMINIO
Sábado, 23 de enero 2010, 15:35
Hay jóvenes, que han tenido problemas en su vida, o no tienen quien vele por ellos, pero cuentan con un amigo y profesor muy especial. Leoncio Villa Iglesias 'Leo' es un octogenario, jubilado, al que «lo del sofá» no le seducía, así que decidió dedicarse a una labor desinteresada: enseñar todo lo que aprendió como mecánico y calderero a jóvenes que han tenido problemas con la Justicia y que están inmersos en programas de medidas judiciales en medio abierto. Con ellos, dice, es feliz y hace gala de su carácter campechano, parlanchín y entusiasta. Según él, a este país le iría mejor si los jubilados enseñasen lo que saben a las nuevas generaciones, en lugar de «perder tanto el tiempo.»
'Leo' nació hace 82 años en Matamorisca, un pueblo situado a siete kilómetros de Aguilar de Campoo (Palencia). Allí empezó a trabajar en un taller como mecánico de coches, pero no veía «ambiente» y decidió emigrar a Torrelavega, en busca de «más industria». Primero, formó parte de la plantilla del taller de automóviles de José Meana, en la calle Joaquín Cayón, donde permaneció once años, hasta que se cerró. Después, trabajó en el vecino municipio de Cartes, concretamente en la empresa de Germán Marcos, como oficial de primera de calderería. Los últimos 25 años, hasta la jubilación, estuvo en Talleres Del Val, en Sierrapando.
Siempre entre hierros
«Siempre estuve entre hierros, primero como mecánico, y después como calderero», cuenta. «El patrón me pedía que tirara dos o tres años más, para que enseñara a los chavales, pero me retiré el mismo día que cumplí los 65. Ganaba lo mismo en casa que trabajando, así que me vino de perlas.»
Lo de pasar las horas «sentando en el sofá» no le seducía, así que enseguida se enteró de que «hacía falta uno que enseñara a chicos con problemas. Aquí vienen castigados seis meses los que tienen peleas en la zona de vinos, los que conducen borrachos...», explica.
Aunque dice que su mujer le pone «verde», él se encuentra a gusto con lo que hace, así que la pide que le deje «a su aire.» Dedica toda la mañana a enseñar lo que sabe a los chavales y después de comer ayuda a un hijo que tiene una empresa de tapicería de muebles en Santander. «Eso ya lo tengo que dejar, me canso mucho», reconoce en voz baja.
'Leo' destaca el buen comportamiento de sus alumnos: «En la calle serán lo que sean, pero aquí no se mueven. Tu corta ahí, tu sierra eso... Los tengo que son inmigrantes, otros gitanos...». Con él aprenden calderería, electricidad, fontanería, ajuste, mecánica..., un poco de todo. Hacen soportes para tiestos (los quieren vender en el mercadillo de los jueves), juegos para niños, herramientas, utensilios de cocina, maquetas, cerraduras, etc.
«Estoy encantado y feliz»
También está encantado con la labor que hacen los padres amigonianos: «En lo que están aquí no están pensando en hacer alguna cosa mala por ahí. Aquí el que tiene afición aprende y algunos siguen el oficio. Otros se van a la construcción, al Ejército...» No cobra nada, pero está feliz. «Si todos los jubilados nos dedicásemos a esto, a enseñar lo que sabemos, nos iría mejor a todos en este país. La experiencia vale mucho y se está desaprovechando», asegura. El taller está situado en el barrio El Zapatón, cerca del Centro de Mayores en el que cientos de jubilados se dedican a otras cosas (bailes, juegos, conferencias...). A él no le llama eso: «No he entrado nunca y, además, no tengo tiempo. Si termina un día y no he hecho nada es como si lo hubiera perdido».
La Casa de los muchachos es uno de los dos servicios que presta la Fundación Amigó en Torrelavega.
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