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Alfredo Casas
Sábado, 28 de julio 2012, 01:11
Como se lo cuento: la prima de riesgo descendiendo, el IBEX 35 en ganancias casi un 4% y los toreros embistiendo. El mundo al revés. De los asuntos económicos, salvo los sorprendentes datos, nada más puedo aportar; mis conocimientos se ciñen a la economía doméstica. Precaria para más señas. Respecto del asunto taurino, un primer apunte, los integrantes de la terna fueron despedidos entre calurosas ovaciones. Y los simpáticos cánticos de los integrantes de las peñas santanderinas. Como era de esperar, no faltó el popular: «Illa, illa, illa, Padilla maravilla».
Si los componentes de la terna fueron recompensados de tal modo fue en reconocimiento a su animosa entrega y la firme determinación de triunfar, pese a la adversidad de un descastado lote de Torrestrella, del que apenas se salvó el manso aunque combativo ejemplar que hizo quinto en el orden de lidia. Insuficiente para sostener un espectáculo, el séptimo de abono, que alcanzó las dos horas y media.
Una sola vez bajó la mano Padilla al toro que rompió festejo. Su bienintencionado propósito terminó por agarrar al piso a un astado que, hasta entonces, se desplazó en la media altura sin la más mínima transmisión. Y todo ello gracias a que su diestro le incitó con dos atinados recursos: buscarlo al pitón contrario y el clásico zapatillazo. Vamos que el que de verdad embistió fue el torero.
Despegado, enmorrillado, hondo y falto de remate fue el segundo de su lote, un toro que no tardó un mostrar su mansa condición. Carente de celo y blando de manos, el de Torrestrella quiso huir de la suerte tras el quinto muletazo de rodillas con el que Juan José inició su trasteo.
Molinetes de Padilla
Debió el torero inventarse un toro que, a pesar de soltar la cara tras el embroque, no le enganchó las telas. Es por ello que Padilla hubo de recurrir a los molinetes, pases de pecho de rodillas, martinetes, bernardinas y un recreado abaniqueo para no defraudar a su público. Si bien en un primer intentó quiso matar en la suerte del encuentro, el torero terminó precipitándose lo que provocó un pinchazo y una estocada caída y tendida que le impidió pasear un afanado trofeo.
El que sí obtuvo una oreja del quinto fue David Fandila El Fandi. Y Lirio, el único toro del encierro que se movió tras los engaños. Que su verdadera voluntad fuera la de perseguir la franela es un asunto que prefiero mantener en cuarentena. Con todo, acometió incansablemente a los cites del torero granadino. Suficiente para que se sucedieran, a un ritmo vertiginoso, las conservadoras series de muletazos.
Digo conservadoras porque David siempre condujo el engaño en la media altura, sin apretar al toro, ni rematar una sola embestida por debajo de la pala del pitón. Con el público a favor de obra, el hecho de que la tizona entrara a la primera, poco importó su deficiente colocación, fue más que suficiente para demandar un trofeo que la presidencia otorgó a regañadientes. Más templado y sosegado se exhibió El Fandi frente al segundo de la tarde, un morlaco blando, rebrincado y noble, que duró lo que un caramelo en la puerta de un colegio.
Embestidas de Luque
Quedan por analizar las embestidas de Daniel Luque, que dispuso de un primer morlaco manso y con genio; motivo éste por el que, al verse sometido con la mano izquierda, buscó las tablas y decidió no regalar ni una más de sus embestidas, es un decir.
Esforzado y decidido, el torero lo provocó hasta que el «torrestrella» pidió sopitas definitivamente. Quiso el público premiarle, pero el presidente optó por no atender la contagiosa petición. Las hechuras del sexto no engañaron. Alto de cruz, montado, estrecho y escurrido del cuarto trasero, el toro que cerró plaza no acometió por pura imposibilidad morfológica.
Dispuesto a no irse de vacío, Daniel Luque lo intentó todo por la vía civil. No tuvo opción de recurrir a la criminal. Cuando se quiso dar cuenta el sevillano, el astado ya había entregado la cuchar
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