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Juan Carlos Flores-Gispert
Jueves, 31 de octubre 2013, 15:45
A las dos de la tarde del viernes 3 de noviembre de 1893, mientras se encontraba anclado en Santander, estalló un incendio en la cubierta del barco de vapor Cabo Machichaco, cuyas tres bodegas alojaban 51 toneladas de dinamita de cuya existencia no se había dado parte. La actividad de bomberos y marinos tratando de sofocar las llamas atrajo a cientos de personas al llamado muelle número 1, de Maliaño.
A las cuatro de la tarde, con el foco todavía vivo, se conoció el contenido de la embarcación, sin embargo la zona siguió sin despejarse de gente. Un hora después estallaron las dos bodegas de la parte delantera. Los edificios de las inmediaciones se derrumbaron, los cristales de las ventanas de la ciudad se quebraron y cientos de fragmentos de hierro al rojo salieron despedidos, algunos a varios kilómetros de distancia. La onda expansiva se propagó por toda la bahía y una tromba de agua se alzó sobre la orilla arrastrando cadáveres y supervivientes. La explosión provocó la muerte de alrededor de 600 personas y dejó heridas a más de 2.000. En aquel momento había 50.000 censados en la ciudad, lo que da idea de la magnitud de la tragedia.
Durante los meses siguientes se procedió a extraer la parte que no había explosionado. El 21 de marzo de 1894, sin embargo, días antes de la desaparición de sus últimos restos, el barco volvió a estallar y provocó la muerte de 15 operarios.
Aquel suceso fue una de las mayores tragedias que han tenido lugar en la España contemporánea. La voluntad de registrar y expresar el recuerdo por lo acontecido quedó plasmada en varias obras de creación, entre ellas, el relato Pachín González (1896) de José María de Pereda, un monumento frente a la estacion de ferries y un panteón en el cementerio de Ciriego.
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