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Policarpo Sainz vivía en una cabaña pasiega en el puerto de La Braguía. / Daniel Pedriza
La Braguía se queda huérfana
Conmoción en selaya

La Braguía se queda huérfana

Uno de los últimos pastores de los montes del Pas falleció en Santa Clotilde a consecuencia de un cáncer

Leticia Mena

Viernes, 14 de diciembre 2012, 12:21

Policarpo Sainz murió el miércoles en el Hospital Santa Clotilde. Tenía 79 años y cáncer de pulmón. Su historia podía ser la de cualquier cántabro que empieza con una tos que se complica hasta llevárselo, pero la pérdida de Carpio (que así se hacía llamar) supone enterrar la historia de uno de los últimos pastores de La Braguía. Ayer sus vecinos le despidieron en la iglesia de Selaya en una mañana en la que se oficiaron cuatro funerales seguidos.

Carpio se hizo famoso cuando una de sus vacas se puso a pastar en la carretera y un coche se la llevó por delante. El animal murió y el dueño del coche reclamó daños. Como no podía pagar los 3.365 euros de la indemnización, el pueblo y muchos anónimos se volcaron con él. Al final no le embargaron las vacas y desde entonces, Carpio se convirtió en un pasiego popular. Vivía «como quería vivir». En una cabaña sin luz, sin agua y con la única distracción que le daban sus vacas. Solía bajar a Selaya una vez al mes pero hace ya tres empezaron a echarle en falta. El médico, el policía del pueblo y un asistente social decidieron subir hasta su cabaña temiéndose lo peor. Le encontraron desnutrido, «no pesaba ni 40 kilos», y muy enfermo. «No tenía espíritu y tosía muchísimo», recuerda el agente Martín Ruiz. Directamente llamaron a la ambulancia y le ingresaron en Valdecilla. El tiempo que permaneció allí no se quitó una boina en la que podía leerse su nombre bordado. Cuando mejoró un poco y sabiendo que lo suyo no tenía cura, le consiguieron una plaza en Santa Clotilde «para que, el tiempo que le quedara, estuviera bien atendido». Pero Carpio dijo que él volvía a su casa con sus vacas.

Hace poco más de tres semanas volvió al hospital. «Muy mal tuvo que verse para aceptar que le bajaran», decía ayer el policía local de Selaya que durante los últimos meses se encargó de llevarle hasta la cabaña comida del banco de alimentos. Yen Santa Clotilde murió. Durante las últimos días, Carpio no paraba de repetir que «nunca había dormido en una cama mejor en su vida». Así que quienes se preocuparon por él, ayer estaban tranquilos sabiendo que Carpio había tenido un final confortable.

Ayer, la noticia de su muerte corrió por las redes sociales junto a sus fotos, sobre todo aquella que fue portada de EL DIARIO en la que sujetaba en los labios un cigarro a medio liar. Los internautas le rindieron un homenaje con tuits que rezaban que «la niebla poblará la Braguía de humedad en tu honor» o con links recordando la solidaridad que rodeó a Carpio cuando estuvieron a punto de embargarle las vacas. Idea que estuvo cerca de volverle loco porque «se dejaba la pensión en cuidarlas», decía ayer Manuel Fernández, el dueño bar en el que Carpio se tomaba unos vinos cuando bajaba a Selaya.

El embargo

El problema surgió a raíz de que sus reses pastaban sueltas por los prados y las carreteras hasta que un coche impactó con una y la mató. El vehículo sufrió importantes daños y su propietario presentó una denuncia para reclamar la reparación, pero Carpio no se hizo cargo de los gastos. «Tampoco él me pagó la vaca», dijo. Por eso, cuando un juez amenazó con embargarle su cabaña de ganado si no pagaba los daños que una de sus vacas había causado en un accidente, el pueblo se volcó con él. Le reclamaban 3.365 euros que no tenía, ni siquiera sabía cuánto representaba esa cantidad. «Más de 500.000 pesetas». «¡Ah!». Así era Carpio.

Después de aquello, varias televisiones nacionales se interesaron por este pasiego. En una entrevista le preguntaron: «¿Qué le parece que Obama haya ganado las elecciones». YCarpio, con toda honestidad contestó: «No conozco a esa señora». Sus vecinos le vacilaron con aquello, pero a los reporteros les cayó tan bien que volvieron para regalarle una radio y una linterna. La única luz artificial que encendió en su cabaña.

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