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Miércoles, 3 de julio 2013, 15:28
Las escalas de la cultura
Domingo de la Lastra Valdor | Arquitecto
Participar de la cultura implica formar una determinada actitud ante la vida, unida al sentido de la curiosidad, apartar la pereza y descubrir el placer de comprender. Pero la cultura es también un hecho social, una persona no es culta por el simple hecho de poseer conocimientos, porque la cultura existe en la medida que se comparte. No existiría un Cervantes sin El Quijote, ni un Picasso sin cuadros, la cultura precisa de una expresión porque sin comunicación no existe, muere en sí misma, se desvirtúa en una acepción egoísta de la palabra erudición. El Culto egoísta o el Saber encerrado son un sinsentido social carente de interés.
Las capacidades culturales de una ciudad se debaten en el terreno de la comunicación, en encontrar la manera en que esta actitud cultural se extiende entre la sociedad y el territorio. Ese proceso de activación se provoca desde diferentes escalas, desde la de los grandes eventos a la vecinal o privada, todas tienen su razón de ser y resultan igual de imprescindibles.
Una gran parte de las actividades culturales de Santander suceden al margen de las instituciones, sin confrontación alguna, sencillamente se comportan como canales paralelos que ocupan intereses y alcance específicos: librerías, asociaciones, colectivos, particulares, etc., participan de aficiones comunes y construyen sus propias redes de información y difusión, utilizando formas y herramientas que serían inabordables para un estamento público. La nueva Fundación Botín será un lujo para la ciudad de alcance internacional, que ocupará una determinada escala cultural, la agenda AUNA, que reúne toda las actividades culturales, tiene un lugar y una eficacia concreta, ambas son, y han de ser, inevitablemente incompletas, porque la cultura de lo institucional y lo particular han de funcionar de manera complementaria, para extender esa actitud cultural a través de una realidad social y territorialmente compleja.
Es preciso aprovechar y rentabilizar los eventos culturales, normalmente suceden y mueren una vez realizados.
Todos los esfuerzos que supone preparar una conferencia, concierto, exposición, teatro, lectura o taller, se disuelven al concluir el acto, sin embargo, cabría realizarse más veces en otros lugares y ser de interés para otros colectivos, si tuvieran opción a conocerlo.
La creación de una Bolsa de la Cultura donde instituciones, Universidad y particulares puedan poner a disposición y compartir lo que son capaces de hacer, permitiría que cualquier asociación o colectivo pueda acceder a estos recursos y organizar de manera fácil y económica su propia actividad cultural, haciendo participar a nuevos sectores de la sociedad. Una herramienta para activar nuestro capital cultural y fertilizar entre si las diferentes escalas en que sucede la cultura.
El arte cotidiano
Nieves Álvarez Martín | Poeta, artista y comisaria de exposiciones
Javier Díaz cita a Condorcet al comienzo de su informe para dejar clara la necesidad y utilidad de la verdad. Amén a eso: la verdad nos hace libres.
En aras a mi propia verdad, diré que estoy de acuerdo con quienes dicen que el Centro Botín abre una oportunidad única para Santander. Podría haber elegido cualquier ciudad del mundo nosotros no somos quienes más dinero aportamos a su fortuna y sin embargo estará aquí, en su tierra.
La ciudad y sus gentes saldremos beneficiados con ello, porque todo lo relacionado con cultura y economía crecerá. El Centro Botín colocará a Santander en el mapa mundial de la cultura como en su día sucedió con la UIMP, en educación; creo que los «discursos decimonónicos y provincianos» sólo sirven para mirarnos el ombligo. Así no avanzamos, y ya se sabe: quien no avanza, retrocede. Una, que ha viajado mucho por trabajo, temas sociales y placer ha descubierto que las ciudades que ponen la educación, la cultura y el arte entre sus prioridades, esas ciudades existen, están ahí, son visitadas y, sobre todo, implican a su ciudadanía en una estrategia cultural y social por encima de la media. Y, la verdad, de eso nos hace falta mucho.
Porque, digámoslo claramente, somos una ciudad en la que siempre estamos los mismos en todo lo que se organiza. Somos nosotros, los que nos saludamos por la calle, en las exposiciones, en el teatro, en los conciertos, en cualquier actividad artístico-cultural. Pero... ¿dónde está el resto? Y no me hablen de la crisis, porque hay actividades gratuitas; ni del tiempo, porque el tiempo se saca cuando algo interesa.
Llevar el arte a lo cotidiano. Hablar de sensibilización artística, porque la cultura es imprescindible para la vida, un talismán que produce el milagro de la autoestima, el crecimiento personal y social, una forma diferente de aproximación al universo de la vida diaria.
Y eso, debemos hacerlo a partir de la alfabetización cultural, porque el analfabetismo en el mundo del arte y de la cultura va mucho más allá de lo que podemos creer. Educar utilizando una didáctica activa, participativa y comprometida con el mundo en el que vivimos. Hay que generar propuestas atractivas en torno al arte, el cine, la poesía, la música, el teatro, la creatividad en suma, propuestas actuales, contemporáneas, en las que implicar a los agentes sociales y a la ciudadanía en su conjunto.
De la constatación de lo obvio
Elda Lavín | Escritora y editora
Una no puede evitar, al ser requerida para tomarle el pulso cultural a esta ciudad, dibujar en el rostro una sonrisa entre escéptica y condescendiente como aquella que el gran Rick le regalaba al prefecto de policía mientras afirmaba que él había venido a Casablanca «a tomar las aguas». No hablo del escepticismo de la edad, que habla por sí solo; sino de aquel otro que un estricto código moral nos hizo tatuar por convicción ya con el primer cumpleaños en el flujo sanguíneo.
Toda puesta en común de esta índole, propiciada o no por un informe universitario o por la construcción de un determinado edificio, resultará útil en tanto que conduzca a un verdadero pandebate para el consenso entre gestores de la cultura, léase profesionales de la res, y hacedores de la misma en toda la pluralidad de sus facetas, con la mirada siempre puesta, eso sí, en la ciudad, en sus ciudadanos y en un concepto de lo cultural nunca banal, nunca de «usar y tirar». Ahora bien, toda reflexión que tenga a Santander en su punto de mira ha de comenzar, en primer lugar, por sacudirse la caspa de un provincianismo añoso que bajo la forma de caciquismo, de servilismo político económico o de sectarismo, nos será difícil erradicar.
Creo que es tiempo de mirarse el ombligo sólo para extraer todo aquello que de universal hay en lo local (pocas cosas tan universales, y tan locales a la vez, como un pobre loco con una bacía de barbero en la cabeza agujereando aspas de molino en tierras manchegas). Y además hay que exponerlo al mundo, buscar en el panorama internacional el lugar bajo el sol que nunca se ha tenido (señores, seamos serios: nunca existió esa Atenas del norte) afianzando posiciones junto a nuestros vecinos inmediatos en ese tan apetitoso eje Burdeos- Avilés.
Ni que decir tiene que lo único no casposo aquí es la eliminación de viejos modos de pensar, en la medida que no se consigue con un simple golpe de mano sobre la hombrera, ni mucho menos con un simple golpe de mano desde los despachos oficiales, como hemos tenido oportunidad de comprobar recientemente.
Por todo ello, se necesita inversión económica (la obviedad no resta veracidad a lo expuesto) de parte institucional y, ahora más que nunca, del lado de las aportaciones privadas. Se necesitan planes educativos de solvencia (pues nunca la cultura fue aliada de la ignorancia) y soporte tecnológico, ergo seguimos hablando de inversión. Se necesita racionalizar (bien entendido en palabras de Montaigne que «la razón tiene tantas formas que no sabemos a cuál atenernos») y modernizar proyectos de calado innovador, y asimismo la suficiente capacidad auocrítica como para erradicar el «todo vale», algo que nos remite de inmediato a una imperativa necesidad de talento bien sea al frente de los proyectos, bien en la retaguardia, lo que es tanto como apostar por la erradicación de lo mediocre.
Y se necesita, en fin, franco y abierto compromiso de colaboración reflexiva entre todos los actores del fenómeno cultural a nivel intradisciplinar tanto como interdisciplinar.
Por contra, creo que hay un importante movimiento de cambio por parte de iniciativas jóvenes de muy diversa índole, apuestas que habrá que tener en cuenta en tanto que están marcando su territorio en el panorama urbano desde concepciones de génesis y desarrollo absolutamente innovadores, y que, por demás han nacido huérfanas de aquel proteccionismo oficial del que sólo nos queda ya referencias en la memoria.
Para los que también vinimos a Casablanca a tomar las aguas, la constatación de lo obvio nos dibuja asimismo una sonrisa en el rostro entre escéptica y condescendiente.
Me gustaría pensar...
Juan Silió | Galerista
Es de agradecer que el Ayuntamiento de Santander solicite un informe para conocer la situación de la cultura en nuestra ciudad, esto a priori demuestra dos cosas: por un lado interés por ella y por otro la intención de mejora en aquellos puntos que les afecten directamente.
La pena es que el documento final sea un conjunto de opiniones basadas en la experiencia personal más que en datos reales, que se jacte tanto de no ser una auditoría cultural como de que no haya unas conclusiones. Creo que justo eso es lo que el Ayuntamiento buscaba y lo que realmente necesita.
Me gustaría pensar que a partir de ahora el consistorio santanderino se va a poner en marcha y que alguna de las ideas aportadas en el informe van a servir para ir tejiendo un plan estratégico sensato y coherente; que van a saber encontrar en él muchas de las peticiones históricas que se han hecho desde diversos sectores y que nunca se han tomado en serio.
Me gustaría pensar que a partir de ahora la falta de interés hacia sugerencias que los profesionales privados del arte contemporáneo hacemos, la nula capacidad de opinión que se nos ha dado en estos años y la mala imagen que se nos ha querido dar por nuestras peticiones, va a cambiar.
Me gustaría pensar que a partir de ahora, cuando se hacen recomendaciones enriquecedoras para todos, como es la de que un edificio se destine a ser un Museo se nos conteste un «se estudiará», en vez de un «eso es absolutamente imposible» y que el tiempo acabe, gracias a Dios, dándole al Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria el lugar que le corresponde en la ciudad.
Me gustaría pensar que, a partir de ahora, cuando prometan algo se cumpla; cuando se informe de la inminente creación de un patronato, posteriormente de un consejo asesor, después de un proyecto museístico público o una simple página web no sean engaños para tenernos una temporada callados.
Nunca he creído que Santander fuera la Atenas del Norte, no entiendo estas falsas vanidades que no ayudan a mejorar ya que no hay más que recorrer 100 kilómetros para ser consciente de nuestra realidad. Tampoco creo que estemos en un nuevo Renacimiento como afirma el informe, pero sí creo que es momento de hacer un análisis en profundidad, un estudio serio de lo que puede pasar en la ciudad con la apertura del Centro de Arte Botín y que entre todos los implicados tratemos de buscar sinergias, aunar intereses y trabajar duro para sacar el máximo partido.
El aspecto no rentable de la Cultura
Aura Tazón | Escritora, editora y librera
Mucho se habla en los últimos tiempos sobre el informe de Javier Díaz sobre la situación cultural de Santander. Se trata de un estudio basado en métodos inductivos y de observación, cuyos resultados se comparan con una ciudad imaginaria, un «espacio urbano cultural utópico». Este, quizá, es el planteamiento más original del informe: viene a proponer que tomemos elementos de aquí y de allá, para componer un Frankenstein ideal, no físico, una especie de hipótesis demostrativa que se considera como «irreal pero factible», un ejemplo dorado que seguir.
La tesis de la que parte el informe es sencilla: el período dorado de posguerra, la llamada sociedad postindustrial, época en que se diseña el Estado del bienestar, ha muerto. En su lugar, ha nacido la «sociedad del conocimiento», en la que se cuestiona la estabilidad soñada. Este nuevo modelo está determinado por la Red y la globalización, y se caracteriza por un aliento multidisciplinar y la preponderancia de la innovación, como motor del progreso y del florecimiento cultural moderno. La globalización de esta «sociedad del conocimiento» ha convertido a la ciudad en un ente integrado en el mundo y, en consecuencia, en punto de referencia geográfico, como sucedió con la ciudad griega.
El factor cultural multidisciplinar y, sobre todo, el tecnológico, influyen sobre la economía, y el turismo cultural se convierte en eje de los mega espacios emblemáticos (tipo Guggenheim).
La crítica a esta concepción es sencilla. No es la tecnología, ni la globalización, sino la crisis económica y social, la que determina el actual resurgir cultural que se vive en Santander. ¿Por qué? Porque los agentes culturales buscan salidas para sobrevivir, como sucede, sin ir más lejos, con los libreros. Esta necesidad potencia la generación de espacios culturales que puedan tener su repercusión económica.
La diferencia entre la situación actual y las que se han podido dar tiempo atrás, está en la tecnología, pero no entendida como causa, sino como herramienta. Lo que no se puede pretender es convertir la tecnología en mero engranaje impulsador de la industria cultural, porque ello nos lleva a forjar productos vendibles, no Cultura. Lo que se necesita es fomentar que la tecnología trascienda el mero producto, cale en la población y sea rentable para la Cultura con mayúsculas, pues esta, en sí misma, no tiene por qué serlo.
Este elemento «no rentable» es, precisamente, el que ha de potenciarse y fomentarse desde el poder público.
Y, claro, no sólo un poder bienintencionado, coordinador y de buenas palabras, sino intervencionista e inversor.
Con la máxima tecnología, un editor puede crear un libro malo, un pintor dibujar de pena, un cineasta hacer películas torpes y romas, pero vendibles. ¿De qué serviría el esfuerzo? ¿Es esto lo que queremos para nuestra Cultura? Pan para hoy y hambre para mañana.
Tanto todo para nada
Jesús Martínez Teja | Periodista
La pasta. «Es la economía, estúpido», la guita la moneda la llama el pobre de la plaza de Pombo, el parné, los cuartos, quién y cuándo y cómo paga. El resto es sueño, nada, humo, banalidad, castillos en el aire. Pregunto por el dinero y el alcalde responde que el Ebro pasa por Zaragoza, como en aquellos diálogos absurdos de La Codorniz.
De la Serna habla de los planes, de las intenciones, del nuevo horizonte que se abre en la ciudad con el Centro Botín y la reordenación del Frente Marítimo, aclara que el informe sobre el modelo cultural de Santander para los próximos años busca «provocar debate», pero nada dice de la financiación, no la hay, y por eso reconoce que «no he contestado a tu pregunta».
Porque el sociólogo Javier Díaz, autor del estudio, propone un centro de creatividad, otro de poesía visual, un instituto cinematográfico, un laboratorio de pensamiento y un festival de música, y en la presentación del Ateneo añadió a sus ideas anteriores la creación de un centro de documentación sobre las vanguardias artísticas basado en el archivo de José María Lafuente. Santander será Manhattan.
Quienes hemos nacido aquí, y llevamos ya bastante tiempo, solemos mirar tales propagandas con alguna distancia, porque la experiencia demuestra que los grandes proyectos de Santander se quedan en el papel cuando no va el dinero por delante.
Y si ahora, en crisis y sin un euro, se nos anuncia un edén de la creatividad, la entrada en los campos elíseos de conocimiento, el valhalla del cine y del arte o un paraíso musical supongo que sin valquirias ni huríes es aconsejable un sano escepticismo.
Para potenciar la cultura podríamos empezar por algo más sencillo, barato y factible. Tomemos en serio la coordinación, por ejemplo, para evitar la coincidencia en el tiempo de conferencias o debates interesantes.
A la hora en la que se presentaba el informe, en el Ateneo se celebraban una decena de actos en la ciudad, entre ellos uno muy cerca, a cincuenta metros, en la Fundación Botín. Comencemos por ahí.
Con todo, aunque no creamos ya en cuentos de hadas, no hay nada malo en el contraste de pareceres, aunque sean hueros, o en la planificación voluntarista a largo plazo, ni siquiera en perder el tiempo. Ya lo dijo Hierro: «Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada».
Mi Santander imaginario
Vicente Gutiérrez Escudero| Profesor de matemáticas, poeta visual y escritor
Javier Díaz en su diagnóstico sobre la situación cultural de Santander habla de su Santander imaginario. He aquí el mío: en el Santander que imagino para 2014 la cultura tal y como la conocemos habrá desaparecido; todos seremos artistas, narradores y poetas. Ya no habrá «genios», ni élites político-culturales.
Los museos se extinguirán pues las calles se habrán convertido en lugares para la elaboración espontánea de esculturas, pinturas y poemas así como de otras prácticas misteriosas a las que nunca se pondrá nombre.
Las carreteras y autovías se llenarán de camas en las que escribir, leer, holgazanear o echar la siesta a cualquier hora. La bahía se repoblará con medusas luminiscentes y monstruos abisales que entorpecerán el paso de los transatlánticos. Las playas serán el lugar ideal para acudir a la llamada del amor, en todas sus vertientes, a plena luz del día. El centro se abarrotará de huertas. Por las calles, sonará constantemente música.
En las casas ya no habrá televisión sino que bajaremos a jugar a la calle y por las noches, a lo largo de la avenida Reina Victoria, nos reuniremos en torno a hogueras para tocar instrumentos, cantar, bailar y contarnos historias de miedo. La ciudad entera se llenará de sonámbulos y animales liberados de zoológicos. Unas pasarelas móviles conectarán los tejados de los edificios; viviremos de tejado en tejado, comiendo y cocinando cada día en una vivienda diferente.
El dinero se abolirá. Repartidos por plazas y callejones surgirán espontáneamente talleres educativos en donde el rol de profesor irá rotando entre los participantes; se impartirán talleres de besarse en la frente o talleres de construcción de objetos imposibles. Acudiremos día sí y día no a la Plaza Pombo para relatarnos unos a otros nuestros sueños y a lo largo del Paseo de Mataleñas se establecerán tramos para arrojar al mar objetos que ya habrán perdido su función como despertadores o armas, tramos para la experiencia táctil o tramos para pintarse colectivamente la piel.
El Parque de la Vaguada de Las Llamas se mantendrá intacto como ejemplo de aberración urbanística propia del Antiguo Orden. Las iglesias se convertirán en laboratorios en donde inventar nuevas y efímeras religiones, nuevos dioses personales: dioses-árbol, dioses-bicho En la Universidad se debatirá sobre Patafísica y psicogeografía.
Las sedes de entidades bancarias y los calabozos policiales que, para entonces, ya habrán perdido su utilidad, se destinarán a la experimentación del nuevo teatro y el nuevo cine, con películas que durarán 30 años y que se proyectarán sobre cuerpos desnudos. Para entonces, los carteles publicitarios habrán abandonado las calles y en su lugar se erigirán periódicamente inmensos dibujos realizados por niños.
La ciudad del trabajo y la explotación dará paso a la ciudad del ocio permanente. La cultura será todo. Y creceremos, al fin, acordes con nuestros verdaderos deseos.
Dinosaurios, bohemia, tumbas y otras letras
Ana Rodríguez de la Robla | Escritora y poeta
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. En efecto, el dinosaurio esperpéntico que encarnaron los fastos fallidos del 2016 sigue coleando en formas paleozoicas en nuestro Callejón del Gato: Hay un magno edificio que va a elevar la cultura que agoniza en esta ciudad minúscula, tan minúscula en sus logros que no aparece en ningún mapa cultural decente. Hay un informe supuestamente sólido, o más bien gaseoso, que dejando a un lado el autobombo que exhala contiene referentes caducados y caducos, omite con alevosía nombres e iniciativas esperanzadores de nuestra contemporaneidad, remite a soluciones de gestión inviables por periclitadas hace décadas y persigue bochornosamente la aprobación de una mano amiga es decir, todo un Informe Sobre y Para Ciegos. Hay un comité de sabios elegidos por los dioses y que como ellos se pelean y acuchillan a diario por permanecer en el Parnaso que nos llevarán a conocer el mar de la cultura, a nosotros, ciudadanos y creadores anclados en el secano cultural, en la Noche Oscura del Alma que Pena por Ver a Dios. En esta Atenas del Norte que no solo no lo es, sino que nunca lo fue más que en la imaginación calenturienta de cuatro iluminados y de esto ya ha pasado un siglo, seguimos contando el Cuento de la Lechera, que es el único que funciona en esta ciudad nuestra, porque la voluntad de hacer se ha perdido en el camino equivocado. Hemos transitado penosamente del proteccionismo infinito al búscate la vida como puedas; entre tales pedazos de pan, una hamburguesa que rezuma la grasa de miles de euros dilapidados en pos de un proyecto con música ratonera como banda sonora original. Después de que se ha visto lo indigesto del bocata, trufado de ilusiones de participación colectiva que en su mayoría no fueron sino boutades de aficionados mercenarios, regresamos al capcioso cuento, al cuento del Cántaro Roto como única manera de salvar la ropa del emperador desnudo. La eterna paradoja de este Santander, mi Cuna, mi Palabra.
Para salir de la pútrida tumba de quienes no ven se precisa el sentido crítico que con frecuencia se amordaza, se necesita inversión sí, inversión: dinero del que sí hay para según qué cosas y cabezas que sepan lo que hacen. No necesitamos chamanes ni literatura de ocasión. Que perdemos el tren, oigan.
Peligro de parálisis por análisis
Mónica Álvarez Careaga| Consultora cultural en actividad contemporánea
Las metáforas no son mi fuerte, pero me voy a arriesgar con ésta: sospecho que el sistema cultural de la ciudad padece anemia. Es una dolencia grave pero tiene tratamiento y algunas curas ya han empezado a funcionar. Yo destacaría estas:
La iniciativa pública. Se van creando nuevas infraestructuras culturales, como la Biblioteca Central y Archivo de Cantabria o el Escenario Santander. La instalación del Museo de Prehistoria en el edificio del Banco de España es, sin duda, una gran noticia.
La iniciativa privada. Destaca el Centro Botín, que aportará una localización simbólica al trabajo de la fundación, que ha sido excelente durante años. Otras fundaciones más modestas están haciendo aportaciones plurales. Los empresarios culturales idean y producen libros, exposiciones, conciertos, obras de teatro, con reconocido talento.
La participación. Se han incrementado los agentes culturales en todos los ámbitos. No acierto ahora a ver los comportamientos de monopolio que se dieron durante años.
La renovación. Las entidades públicas han empezado a sustituir gestores que llevaban décadas en el puesto. Nuevas personas, nuevas ideas.
La colaboración. La creación de asociaciones de galeristas, editores, libreros, productores teatrales, empresarios culturales. Juntos para mejorar.
La transparencia. Las instituciones enuncian sus líneas de trabajo y abren convocatorias. Los ciudadanos exigimos cada vez más acceso a los procesos de decisión.
Nos faltan datos cuantitativos sobre el sistema cultural de la ciudad, pero intuyo que tenemos que mejorar en stas áreas:
Financiación pública de la cultura. El ayuntamiento de Santander podría dedicar a este ámbito el mismo porcentaje de su presupuesto que el de Bilbao.
Inversión privada. Los nuevos medios de creación y comercialización de productos culturales necesitan fuertes inversiones en tecnología que, hasta el momento, no hemos sido capaces de implementar.
Internacionalización. No se trata de cambiar el discurso cultural, sino de tener las herramientas para compartirlo (y venderlo) en un contexto global.
Sentido crítico. Superemos la cultura celebratoria del homenaje y la repetición. El patrimonio debe ser analizado y debatido por cada generación para que haya una auténtica apropiación. Los asuntos que preocupan a los ciudadanos (medio ambiente, desigualdad, pobreza) inspiran una cultura viva y significativa.
Educación y difusión. Padecemos un déficit importante en acciones educativas culturales para los diferentes públicos. ¡Viva la cultura de masas!
Solipsismos y escepticismos
José Ramón San Juan | Periodista, poeta y cantautor
Que el escepticismo prevalezca a la hora de contemplar el rediseño cultural de Santander a la luz de la novedad radical que va a suponer el Centro Botín en el frente marítimo no debería sorprender a nadie. El escéptico no se hace de la nada, sino de la experiencia y, en el terreno cultural, siempre han sobrado motivos para esa actitud. Aunque en los últimos tiempos se registran indicios de cambio, éstos no son lo bastante alentadores, ni da la sensación de que se vaya en serio con el proyecto revitalizador que se quiere instrumentar.
Para empezar, el informe-diagnóstico encargado por la Fundación Santander Creativa al sociólogo y profesor de la UC Javier Díaz ha sido transformado por éste en elementos para un diagnóstico. Más que un informe, el texto constituye una especie de ensayo (un tanto farragoso) e incluso, en buena parte, un manifiesto personal, aunque representativo en algunos aspectos de un extendido estado de opinión.
Lejos de una aproximación sistemática o técnica al tema, Díaz ha optado, avalado por Max Weber, por la interpretación subjetiva de lo que resulta un solipsismo que, a su vez, es muy característico del santanderino y de su praxis, junto a la mistificación y el culto a la apariencia.
Javier Díaz, en tanto que sociólogo y gestor cultural experimentado, está bastante más cualificado que la media para opinar, pero, en la medida en que renuncia al diagnóstico e incluso a aportar conclusiones a su propio texto, la pelota sigue donde estaba antes: en el tejado. Sus opiniones, en términos democráticos, tienen el mismo valor que las de cualquiera; al menos cualquiera familiarizado con la evolución cultural de Santander y su estado actual.
Se supone que ahora debería iniciarse un debate, ¿pero están suficientemente definidos los objetivos de éste? ¿Y cómo lograr que sea realmente útil y no una mera catarsis de egos o una fuente de confrontaciones indeseables? Si va a vializarse mediante paneles o comisiones, ¿quién y con qué criterios va a elegir a sus integrantes? Si es asambleario, ¿quién evitará que termine como el rosario de la aurora y sin acuerdo alguno? ¿Se dará prioridad a los conocedores, como parece sugerir Javier Díaz, o a los actores reales (autores, profesionales, gestores)? Todo está en el aire.
No es fácil conciliar a las gentes del arte y la cultura, que acostumbran a moverse con prudencia, sigilo y oportunidad, y desconfían de toda iniciativa totalizadora. No ignoran, sin embargo, que las cosas están muy mal a nivel económico, lo cual alienta el escepticismo pero no niega la esperanza. Habrá que intentarlo, en cualquier caso. Como reza el catecismo liberal, toda crisis es una oportunidad. Amén.
El Santander soñado
Esperanza Botella Pombo | Historiadora, exsubdirectora de la Fundación Botín
Más vale tarde que nunca; nunca es tarde si la dicha es buena. Con el refranero celebramos el encargo del Ayuntamiento a la UC, a través de la Fundación Santander Creativa, del informe Elementos para un diagnóstico del sistema cultural de la ciudad de Santander, presentado públicamente en el Ateneo.
La realidad del Centro Botín, generosa iniciativa privada, y la reorganización del frente marítimo se coligen como el momento adecuado para la reflexión sobre qué queremos para Santander y cuál va a ser éste en los próximos años. Por fin, desde el Ayuntamiento, se ha planteado la reflexión sobre construir ciudad y cómo hacerlo (los ciudadanos ya hablan de ello hace tiempo). El informe de Javier Díaz, académico, realista, pragmático y soñador, todo a una, presenta, para la actual realidad social de carácter global, Sociedad Red, y basado en teorías de pensadores que han reflexionado sobre el papel del mundo urbano, y en ejemplos de otras ciudades que nos aventajan, presenta, repito, cuestiones fundamentales:
1- Soñar con el Santander imaginario, el de nuestros anhelos: democrático y compartido, que mejore la calidad de vida.
2- El Santander de la cooperación reflexiva y del consenso, de los profesionales, conocedores de la iniciativa ciudadana, sociedad civil, de los actores culturales, de los discursos plurales y de la tolerancia, lejos de la verticalidad clientelar y marginadora de la política, o en consonancia con ella, si sabe adaptarse.
3- Un Santander ampliado al Arco de la Bahía, a la conurbación Santander/Torrelavega, e inserto en el arco Atlántico. Un Santander abierto al mundo.
El informe propone elaborar un Plan estratégico con la cultura como eje. Experiencias de otras ciudades, Kassel por ejemplo, han demostrado que aquella, entendida como extensión de la educación, no es gasto, sino inversión; hace ciudadanos libres, críticos, comprometidos y participativos; revitaliza, renueva los servicios, el comercio, las empresas auxiliares, atrae visitantes, mejora la calidad de vida. La interacción es progresiva. Importa el fondo del informe, las propuestas al efecto pueden ser éstas u otras. Están planteadas como ideas para diseñar una dirección hacia esa modernidad reflexiva. Pero como no hay innovación sin tradición, la Prehistoria y el escaso Patrimonio que de milagro conserva nuestra ciudad, deben de ser considerados como parte de su identidad y del hecho diferencial. Construyamos sin destruir. Praga y Copenhague lo han hecho. Y tantas otras ciudades que nos atraen. A ver si nosotros atinamos.
Debatir no es malo
Jesús Cabezón Alonso | Escritor, político y articulista
Tengo para mi que me falta la inteligencia discursiva, la capacidad dialógica y el cosmopolitismo necesario para comprender en su verdadera dimensión el ensayo (incluidas las 30 páginas de introducción y autoafirmación) del profesor Javier Díaz que pretende una aproximación crítica al sistema cultural de la ciudad de Santander.
Quizá me ha despistado leer que se califica a Joaquín Ruiz Jiménez como el primer aperturista de la Dictadura; que se denomine Museo de Prehistoria a la instalación prevista en los sótanos del Mercado del Este; y que se defina el terrorismo como «anomalías cívicas que ha conocido el País Vasco».
Están bien las páginas dedicadas al Cluster Atlántico o al Eje Burdeos-Avilés, o el llamamiento a incentivar la reflexión y el debate. Pero hay bastante de lugares comunes en un texto trufado de extranjerismos que siempre adornan, citas y una bibliografía querida para el autor sin referencias a estudios y autores españoles que los hay y significativos.
Acepto su utilidad si se promueve un discurso útil sobre la relación de ciudad, ciudadanía y cultura y se incentivan los cambios por lógicos.
El resultado me parece una aportación personal, algo teórica, con territorios ya explorados, con conclusiones superadas y con propuestas que pueden ser sustituidas por otras. En la presentación posterior del trabajo en el Ateneo de Santander, el autor sugirió una iniciativa nueva no contenida en el texto inicial. ¿Por qué no un Conservatorio Superior de Música?
Sobran el sentido reverencil a lo que se apellide Botín, los listados de personas citadas por convencionales, se ignoran infraestructuras existentes y se silencian o apenas se citan esfuerzos actuales vinculados al ámbito editorial, al trabajo de creadores, a la fotografía, a las galerías de arte, a los libreros o activos como la Fundación Gerardo Diego, la Biblioteca Menéndez Pelayo. En el apartado dedicado a las bibliotecas, nada se dice de las existentes en instituciones privadas como el Club de Regatas o el Ateneo. Tampoco hay referencias significativas a colecciones de arte públicas y privadas.
No se analizan las causas del fracaso cuando se aspiraba a la capitalidad cultural europea, proyecto que algunos defendimos por creer en él, un análisis que podía ofrecer luz sobre algo elemental: un proyecto cultural ambicioso no se construye desde un despacho, sino desde las ideas claras y la necesaria complicidad de múltiples y muy heterogéneos apoyos.
¿Y si para 2014, por ejemplo, revisamos el callejero de la ciudad y desterramos las reiteradas obviedades?
¿Crea la ilusión historia?
Carlos Alcorta | Poeta y editor
Empresarios culturales, artistas, actores y músicos desempleados y poetas convertidos en turistas accidentales en su propia ciudad harían mejor en pasar de largo por este invierno, penosamente disfrazado de primavera para una fiesta que no acaba de celebrarse. La endémica indolencia que determina nuestro Zeitgeist, el espíritu de la época, está además condicionada por un desencanto crónico al que no pueden ser ajenas las particulares condiciones de una especie de orografía política en la que las cumbres brillan por su ausencia, y unas gestiones culturales que, como las climáticas, son apenas relevantes, incluso para la indisciplinada tropa a la que van, supuestamente, destinadas.
Las opiniones críticas de los creadores siempre son tomadas con reservas. Habitualmente se las considera como manifestaciones de un solipsismo latente, en las que prevalece un vanidoso deseo de autopromoción, como una parte más de ese combate íntimo que sostiene consigo mismo sobre lo que debe hacer en el futuro para consagrarse o el lugar que le corresponderá en el panteón de hombres ilustres. El creador, lo único que puede hacer por la cultura es mantenerse fiel a sus planteamientos, desoyendo los cantos de sirena de la mercantilización cultural, algo a lo que es muy difícil resistirse, dada la penuria económica asociada al artista, entendido éste en su más amplio significado. W.H. Auden, y estamos hablando de los años 70, en un ensayo titulado El poeta y la ciudad, escribía: «Cuando una sociedad como la nuestra piensa en lo gratuito, lo hace con sospecha (los artistas no trabajan, por tanto es probable que sean parásitos ociosos) o, en el mejor de los casos, lo considera trivial: escribir poemas o pintar cuadros son inofensivos pasatiempos privados». La situación descrita se ha agravado exponencialmente con el paso de los años, acaso por esa razón, uno tenga pocas esperanzas sobre las repercusiones reales de un debate que, por otra parte, lleva coleando en las últimas décadas.
Creo que para fomentar una reflexión sobre la cultura, una de las prioridades debe ser reconocer su carácter autónomo, disociarla de la política y de la economía, es decir, no emplearla como instrumento ideológico o únicamente como simple mercancía, lo que no es óbice para que, aunque parezca una paradoja, se sienten las bases para crear una industria cultural digna de tal nombre, con su propio peso específico.
Algunas de las actuaciones que se están llevando a cabo, y otras que aún son sólo un proyecto, nos inducen a albergar esperanzas, pero ignoro si dotarnos de solventes infraestructuras es la única solución, porque, teniendo en cuenta la escasa afluencia de público a muchas de las actividades culturales que se organizan, ¿qué futuro les esperan, tanto a las infraestructuras como a las actividades, cuando son ignoradas o desdeñadas por ese público para el que se programan, si la sometemos exclusivamente a la ley de la oferta y la demanda?
Ahora toca actuar
Juan Calzada | Exdirector del Palacio de Festivales y Productor
Tuve la tentación de no leer el informe del profesor y sociólogo Javier Díaz con la intención de no sentirme mediatizado antes de escribir esto. Pero, intuí que se nos pide una opinión sobre lo que el informe plantea y me leí las 137 páginas. Ahora estoy convencido de que lo más relevante es el título: Elementos para un diagnostico. NO es un diagnostico, es un texto, teórico como corresponde a un profesor, a disposición de todos los que creemos que la cultura es esencial. Un acicate para mejorar, innovar y crecer.
No se asusten por las 137 páginas, si prescinden de la metodología, bibliografía y «autoobservaciones curriculares», que es lo que Umbral universalizó con la frase «yo he venido aquí para hablar de mi libro», hay elementos y propuestas interesantes. Incluso para discrepar rotundamente, no pasa nada, es la grandeza de todo esto.
De todas formas hemos reflexionado tantas veces, que posiblemente, ahora toca actuar y ahí espero que nos encontremos todos los que tenemos un interés común, el sector cultural sin exclusiones sectarias. Se equivocan profundamente los que, con un nivel de autocrítica por debajo de la línea de flotación del Titanic, creen que la renovación consiste en cambiar técnicos y profesionales por gente que no sabe, pero tiene el carné de su partido. El informe pide la «disolución del sectarismo y el clientelismo partidista».
Me faltan referencias a realidades que ya existen en Santander y a dos elementos fundamentales en el status quo cultural. Por un lado, una de las medidas que se pueden tomar es desde ámbitos autonómicos y locales para paliar el castigo inmerecido e incomprensible al sector, al que se le aplica el IVA más alto de los países de nuestro entorno, y lo digo porque existen decretos en el ámbito autonómico en ese sentido. Y otra, a la exasperante tardanza de una Ley de Mecenazgo, ahora que el dinero público invertido en Cultura se ha recortado de manera drástica. Esta Ley-Godot, es imprescindible para un cambio de modelo, que propone una menor inversión pública y una mayor interacción publico-privada.
Como ejemplo, una de las ideas atractivas del informe, el eje o cluster atlántico, necesita imperiosamente esa Ley. Las enormes dificultades del Centro Niemeyer de Avilés, la crisis del Chillida Leku, son solo la punta del iceberg. Cuatrocientas palabras no me dan para decir todo lo que modestamente puedo aportar, pero sí para sentirme vivo en el debate.
Identidad y recepción
Juan Gutiérrez Martínez-Conde | Profesor y miembro del colectivo Peonza
Cuando hablamos de cultura en Santander no podemos perder de vista que se trata de una ciudad de menos de 200.000 habitantes. A pesar de ello creo que tiene una vida cultural estimable, aunque con importantes deficiencias.
Escribo desde Cazoña, donde unas 20.000 personas llevamos décadas esperando que se construya un centro cívico que tiene su parcela reservada. No hay por tanto una biblioteca, ni lugares para reunirse y celebrar conferencias o realizar otras actividades. Un grupo numeroso de mujeres, gracias al esfuerzo de la Asociación de Vecinos Amigos de Cazoña, puede cantar, hacer gimnasia o yoga en un estrecho y húmedo local situado al lado del depósito de la gasolinera. Se necesitan infraestructuras que favorezcan las relaciones sociales y el intercambio cultural.
Hay otros dos aspectos que considero importantes y son la identidad y la recepción de las actividades culturales que se programan. La identidad es la imagen que tenemos de nosotros mismos.
En algunos casos puede ser autocomplaciente y chovinista y en otros derrotista y castrante por su pesimismo. En ambos casos subyace la aceptación de que nada va a cambiar, bien porque no hace falta o porque es imposible.
Una solución a este problema puede ser la información y el conocimiento. Se acaba de celebrar el centenario del nacimiento de Quirós y a pesar de algua iniciativa interesante ¿se ha conseguido que se conozca realmente al pintor y que tenga la valoración que se merece? Lo mismo podríamos decir de tantos otros. ¿Cuántos cántabros conocen a paisanos como el fundador de Texas, el religioso que da nombre al Cañón del Colorado o el primer occidental que entabló relaciones con los habitantes originarios de la Isla de Pascua, por poner tres ejemplos?
Necesitamos conocer buenos modelos para poder imitarlos y mejorar nuestra autoestima colectiva. Es preciso construir una imagen positiva y realista alejada de la hipertrofia nacionalista, pero también del desprecio a lo autóctono. Recordemos que el romancero popular, el cancionero infantil o los cuentos tradicionales de esta tierra no se han perdido gracias a la labor de personas alejadas del mundo universitario.
La mala recepción de la cultura, por la deficiente información, prejuicios, o falta de hábitos, creo que es otro problema importante.
Hay conciertos, conferencias o exposiciones de indudable interés que no tienen la acogida esperada. Por el contrario, otras actividades organizadas por modestas instituciones tienen gran éxito, pero se desarrollan en condiciones poco favorables.
Hay que difundir la macrocultura, apoyar las iniciativas de la microcultura y no olvidar a los jóvenes en los debates y en las propuestas.
Un error irreparable y luces en la sombra
Isabel Tejerina | Profesora y actriz aficionada
Este debate nació como reacción ante un informe encargado por el propio Ayuntamiento, ya que en el mismo qué osadía se señalaban algunos lastres de la vida cultural santanderina. Una muestra de la resistencia a la crítica que ostentan quienes administran nuestros presupuestos, acostumbrados como están a las alabanzas y al servilismo de las camarillas de turno.
Las opiniones vertidas sobre el futuro están sirviendo para olvidar el pasado reciente. Una gran pantalla que ha desviado el foco de atención sobre la ubicación del Centro Botín.
La última paletada en el entierro de la polémica sobre una decisión que transformará para siempre la belleza de nuestra bahía. No ha habido manera de que el insigne banquero se convenciese de que ésta era una oportunidad histórica para hacer algo realmente valioso por su ciudad, situando su edificio en otro lugar, en una zona hoy deprimida, pero de enorme potencial estético y urbanístico: el entorno de la Biblioteca Central. El que realmente manda en Cantabria podría haber unido con facilidad mecenazgo y verdadero progreso de la capital y aprovechar la ocasión para redimirse ante el pueblo de algunos de sus pecados financieros.
Ha optado por un gesto narcisista y prepotente, que nuestros políticos tiralevitas le han aplaudido. Coincido con otras voces en que se trata de un inmenso error.
Por otro lado, más allá, o más acá, del macro diseño de anillos y ejes estratégicos de la cultura institucional y subvencionada, cuya realidad es posible que nunca traspase las fronteras de la pura especulación, quisiera destacar muy en positivo la energía e iniciativa de gentes sin nombre, la presencia real de los muchos amantes de la cultura que cada día la ejercen por puro amor al arte.
Cientos de aficionados a la música, la fotografía, el cine, la pintura, la literatura o el teatro, que no se llaman a sí mismos artistas, pero que crean cultura, muchas veces de indudable calidad, en barrios, foros alternativos, blogs, talleres, tertulias, etc.
Surgen espacios por doquier para unos creadores que no sólo no reciben ayuda alguna, sino que bastantes veces han de poner su dinero propio para cumplir sus ansias artísticas.
Y cuyo número crece precisamente en época de crisis. Porque en medio de la involución económica y política que padecemos, la cultura nos es más necesaria que nunca: nos ayuda a respirar, a pensar y a soñar.
El espíritu de los artistas
Eloy Velázquez | Escultor y Doctor en Historia del Arte
En primer lugar hay que agradecer y felicitar a las instituciones por abrir el debate sobre la cultura, entendida para la ocasión como el potencial que tenemos los humanos, desde nuestra capacidad creativa, para transformarnos y transformar el entorno que habitamos. En el siglo XVIII Voltaire decía que el gusto y la cultura de un pueblo se formaban tomando poco a poco el espíritu de los buenos artistas. Dos siglos más tarde, David Riesman afirmaba que la uniformidad del comportamiento social y el dominio del uso del tiempo libre de las clases sociales, había creado un estilo de vida alienante del que solo se podrá salir con la independencia de los medios de comunicación y producción de cultura.
Partiendo de esta última premisa cualquier debate actual sobre el tema se ve avocado a contar a priori con la homogenización y estandarización de la cultura que ha servido, entre otras cosas, para implantar en la sociedad de consumo un conformismo fácilmente manipulable del que se han venido beneficiando el poder político y económico. Por esta razón resulta loable que nuestros responsables políticos, desde un ámbito regional o local, se planteen la posibilidad de reorientar y revitalizar la cultura. Sin embargo la pesada losa que durante decenios pesa sobre ella exige mucho más que buenas intenciones. Y, si bien es cierto que no podemos cambiar las férreas estructuras que condicionan el sistema, bueno será que desde niveles más asequibles intentemos mejorarlo. Para avanzar en esa dirección en primer lugar será necesario hacer una autocrítica sin paliativos para redefinir y racionalizar los proyectos culturales en curso, revisando los criterios utilizados para valorar todo lo que se subvenciona o financia con dinero público. Respecto a los proyectos en construcción no se trata tanto de edificar magníficos continentes como de dotarlos de contenidos idóneos y eficaces, que rompan de una vez por todas con la rutina cultural imperante. Será necesario actuar con ecuanimidad desde una auténtica independencia, capaz de acabar con el caciquismo cultural y la dictadura de lo políticamente correcto, dejando de lado la frivolidad y el papanatismo que tantas veces ha encorsetado nuestras manifestaciones culturales. En estos momentos todos los ojos están puestos en el Centro Botín como parte de un poderoso y prometedor Corredor Atlántico dinamizador de la cultura, pero sus bondades solo se harán realidad en la medida que sus dirigentes, mirando a Cantabria y al mundo, sean capaces de generar un proyecto con personalidad propia, venciendo sin complejos el miedo patológico a innovar y a ser distintos. Ese miedo generalizado que domina buena parte de las instituciones culturales del país, generando proyectos absolutamente parciales y reiterativos que generalmente solo interesan a los implicados en ellos.
Personalmente, desde mi alergia a lo políticamente correcto y a las camarillas, lamento tener que declararme profundamente escéptico, aunque aplaudo y agradezco sinceramente las buenas intenciones de quienes han abierto este debate. De todas formas, si realmente les interesa mejorar la cultura, siempre les quedará Voltaire.
¿Esta vez va en serio?
Luis Alberto Salcines | Profesor, crítico, comisario de exposiciones
Cuando José Antonio Cagigas se hizo cargo de la Consejería de Cultura en 1999, programó unas jornadas para reflexionar sobre la cultura con la participación de intelectuales y creadores venidos de Madrid. Años más tarde, con Rafael Doctor como comisario de Santander 2016, hubo otras jornadas de debate sobre lo mismo pensando en la capitalidad europea de la cultura. Por otro lado, la creación del Centro Botín con la consiguiente polémica surgida por su ubicación y el destino de los edificios de Correos y Banco de España para fines culturales, provocaron intensos debates en la ciudadanía. A todo ello se ha venido a sumar el informe elaborado por el profesor Javier Díaz, una vuelta de tuerca en la discusión por su tono crítico con el pasado y sus propuestas de cara al futuro. Ahora se añaden las valoraciones del Consejo Asesor creado por Íñigo de la Serna del doumento de Javier Díaz. ¿Esta vez va en serio?
Javier Díaz en su informe hace una dura crítica de un aspecto de la cultura santanderina que aún estando presente en la actualidad se ha ido diluyendo y no tiene la incidencia del pretérito. Aludía a una cultura oficial, programada principalmente desde las instituciones. Ahora la cultura está más atomizada. Han surgido nuevos espacios vinculados a las generaciones emergentes, con un lenguaje acorde con los tiempos actuales, otro modo de entender la cultura pese a su precariedad económica. Grupos de teatro estable, galerías de arte, librerías con programaciones en torno al libro, pequeñas editoriales independientes que incluyen en sus catálogos autores internacionales, locales de la hostelería con atractivos conciertos, asociaciones de cortometrajistas y videocreadores Se sigue contando con la Filmoteca, el Festival de Teatro de la UC, la Fundación Gerardo Diego, Autoridad Portuaria, el MAS, el Casyc que han renovado sus programas. Leer cada día la agenda cultural en un periódico plantea un conflicto a la hora de decidir a dónde acudir.
Se trata de creer en la cultura. Sobran ideas y personas dispuestas a llevarlas a cabo. Como el problema fundamental es el económico, se trata de pensar en proyectos verosímiles y establecer unas prioridades: hay que ser ambiciosos pero sin olvidar estudiar los presupuestos correspondientes y contemplarlos no solamente desde el punto de vista de rentabilidad económica. De hacer posible que el ciudadano pueda ser espectador y creador, combinando lo local con lo universal. Y de no vincularlos a personalismos o partidos políticos en el poder para procurar su continuidad.
Cultura: inanidad e inanición
Enrique Álvarez | Escritor
Me parece sencillamente alucinante que las mentes ilustradas y otras fuerzas vivas de la ciudad estén perdiendo el tiempo estos días con un debate sobre el informe que, por comisión de la Fundación Santander Creativa, ha realizado un reputado sociólogo marxista de la Universidad de Cantabria acerca de la realidad cultural de la urbe.
No voy a juzgar tal informe, ni su diagnóstico ni su terapéutica. He oído y leído ya multitud de opiniones al respecto, y a ellas me atengo para escribir unas líneas a propósito de la inanidad de este tipo de encargos y, sobre todo, de la inutilidad de sus resultados.
La vida cultural de Santander se halla, en el momento actual, en el mismo estado que la de la inmensa mayoría de las ciudades españolas: en estado de agonía. Santander no es distinto en esto ni Oviedo ni a Burgos ni a ninguna otra ciudad de sus características. Aquí como en muchos otros sitios, la cultura está luchando a la desesperada por sobrevivir. Nada más y nada menos. El colapso económico de España, después de haber arruinado a las Administraciones, está aniquilando una por una a las industrias culturales, de tal suerte que, sin el sector público protector, y sin apenas empresas que puedan hacer ya negocio, la cultura se muere por inanición, aunque es fuerza reconocer que lo está haciendo de un modo heroico, que está ofreciendo una resistencia verdaderamente digna de los bizantinos del año 1453.
Claro que, en puridad, la cultura debiera ser más que el entramado de las industrias culturales, y por supuesto más que el conjunto de las consejerías y concejalías de cultura que nos han estado amparando una larga época. Debiera serlo, pero no lo es. Porque ahí está el daño: en que la sociedad se ha acostumbrado a que la cultura no consista en lo que uno puede hacer por mejorar su nivel intelectual y su sensibilidad sino en lo que deben fomentarnos quienes tienen el dinero. Seguramente esta crisis económica no nos ha hecho, todavía, más pobres de lo que éramos en 1975, pero en 1975 los españoles, y sobre todo los jóvenes, tenían ideales, y no meramente políticos, y hoy la mayoría los ha perdido por completo. Así que en Santander, como en Burgos, como en Oviedo, como en todas las ciudades ibéricas, el problema es que hemos dejado que demasiadas generaciones de jóvenes se sequen culturalmente a fuerza de arrancarles de sus raíces. ¿Qué se puede esperar de un país con cifras tan incuestionables de fracaso escolar que se levanta en masa contra el Ministro que tímidamente pretende devolver al sistema educativo el principio de autoexigencia, un ministro al que a fulminarán muy pronto por el desafuero de hacer evaluable para los que la pidan la asignatura de religión.
Escepticismo
Rafael Fombellida | Poeta
Uno se ha vuelto demasiado escéptico para aceptar debates de tono genérico y esfera urbana. ¿Debe someterse a examen la calidad cultural de la ciudad? Puede que sí. Pero, en todo caso, cada cual tiene derecho a elegir su distancia dentro de esa controversia. Quien espere el maná de las instituciones la sentirá más propia; quien guarde sus reservas hacia la acción cultural impulsada desde el poder, más ajena. Para uno, Santander ni es decimonónica ni es moderna; es sólo la ciudad en la cual vive y trabaja, y donde, apelando a la máxima de San Juan de la Cruz, sólo pretende «callar y obrar».
Un informe universitario delata retraso y localismo en ciertos círculos; estamos de acuerdo. En Santander existe un arriscado foco aislacionista, pero también (y el informe lo detecta) individualidades y propuestas de impulso nacional e internacional. Por lo común, el reloj de la cultura patrocinada va un poco más atrasado que el de la creación, y desde el poder el panorama que se divisa no siempre es preciso ni objetivo, sino parcial y una miajilla contaminado de provincianismo. Da la impresión de que desde las alturas no se tiene conciencia de la verdadera pujanza y trascendencia del tejido cultural de la comunidad, ni de su pulsión exógena.
El creador, salvo excepciones, no se ha sentido protegido. Una consecuencia, entre comillas benéfica de esta situación, sería el mantenimiento de la independencia creadora y ese «tener que buscarse la vida fuera» que muchas veces redunda en un mayor reconocimiento externo, algo que no siempre es bien comprendido aquí.
El gran fiasco de Santander 2016 debió dejar como enseñanza el hecho de que la modernidad no se improvisa, que el calado social de la cultura debe ser trabajado con paciencia y constancia, que los fuegos de artificio a veces se mojan, y que el cosmopolitismo epidérmico y el localismo tradicional no se avienen. Hay que cambiar de mentalidad, no sólo generar infraestructuras. Pero es provechoso que alguno de los dueños del dinero público dé pasos en favor de un mayor aggiornamento, como así parece demostrar.
En todo caso, habrán de tener cuidado con que la «modernidad» no degenere en papanatismo. Santander no necesita una ilustración de nuevo rico, pues es una ciudad que siempre ha aportado valores culturales a su tiempo. En el presente también lo hace, aunque a veces no se dé cuenta, o reaccione tarde. El creador está acostumbrado a batallar solo y a esperar poco de aquello que no sea consecuencia directa de su trabajo. Eso nos hace razonablemente escépticos, aunque nos deje expectantes. Otra cosa será la operación especulativa adjunta al macroproyecto cultural previsto. Mejoras urbanísticas, comerciales, económicas, emprendimiento, empleabilidad. Bienvenidas sean, pero eso ya no es cultura. Es liberalismo.
¡Que no es eso, que no es eso!
Jesús Alberto Pérez Castaños | Artista y comisario de exposiciones
Recientemente se ha presentado un diagnóstico universitario que ha propiciado cierta polémica (¡por fin!) y posible debate en el inamovible marco cultural de Santander. Quienes asistimos a él, desde hace mucho contemplamos perplejos cómo no se acude al fondo de la cuestión: se desconoce la realidad natural de la cultura en nuestra ciudad (pasa exactamente lo mismo con la de Cantabria). Quienes deben informar o asesorar, se integran en inconsecuentes camarillas de clientelismo o inofensivos clanes de influencia. Se reúnen de vez en cuando y sistemáticamente se empeñan en obviar lo que está al alcance de cualquier lector de prensa diaria: en Santander existe e estos momentos una numerosísima diversidad de creadores como no ha existido jamás. Son tantos y de tanto interés que inexplicablemente desde las instituciones se actúa al margen de ellos, como si no existieran. De esta invisibilidad se utiliza una representación anecdótica, pero justificativa de determinadas políticas culturales, dispersas y sin continuidad.
En Santander se actúa en estos tiempos críticos, a modo de guerrillas. Están integradas por gentes inconformistas y deseosas de innovadoras experimentaciones estéticas, que aprovechan las escasas oportunidades o la falta de ellas, para mostrar sus dignos trabajos en condiciones difíciles. A modo de ejemplo, es imposible no destacar el inestimable momento editorial que hoy día existe, fruto de la voluntad y esfuerzo económico de algunos interesados en difundir la cultura que en Cantabria se realiza. ¡Bien por ellos! Es conveniente resaltar las esperanzadoras iniciativas ciudadanas (barrios llenos de luz), que nos estimulan desde propuestas culturalmente festivas, participativas e innovadoras.
También es preciso señalar que nadie se ha preocupado de conocer porqué la urdimbre juvenil teje sus apetencias culturales en escenarios alejados de la convencional oferta santanderina. Porqué existe ese divorcio generacional, y ese escepticismo hacia lo institucional, cuando en ellos deben fructificar las experiencias culturales de la ciudad. Tampoco se tiene en cuenta que no existe ningún espacio expositivo o medio institucional que proporcione sus necesarias presencias culturales.
Tras la debacle de Santander 2016 y su monstruoso despilfarro económico, que nos mostró cómo el especulativo espectáculo de la frivolidad cultural no conduce a nada, sobre todo en nuestro territorio urbano donde era necesario empezar desde el principio, dotando a la ciudad de una infraestructura cultural creíble, constante y coherente, hoy parece necesario plantearse de nuevo las estrategias culturales que acompañarán al impulso de determinadas iniciativas privadas, que al parecer se constituirán en la panacea para resolver las nihilistas perspectivas que desde tiempo inmemorial crecieron en nuestra ciudad.
Se necesita un debate veraz, generoso, participativo y constructivo sobre nuestra realidad cultural. Sin exclusiones, ni exotismos desproporcionados que incentiven el especulador panorama actual.
Quiero finalizar estos breves comentarios, haciendo mío un esclarecedor pensamiento del artista conceptual Hans Haacke: «La clase hegemónica se perpetúa en el campo económico, pero se legitima en el campo de la cultura».
En la buena dirección
Joaquín Solanas | Director general de Cultura del Gobierno de Cantabria
Con sorpresa y alegría veo estos días como las principales propuestas y nuevas directrices planteadas para la cultura en Santander, tras sesudos estudios de conocidos intelectuales, aportes de la prensa y sus periodistas especializados, así como las reflexiones y encuentros de agentes culturales de peso, son las que en el primer discurso dio el Consejero de Cultura del Gobierno de Cantabria en el Parlamento (pueden buscar en sus archivos).
No querría que sonase a autohalago o autocomplacencia pero el consejero Miguel Ángel Serna hace prácticamente dos años dio a conocer lo que serían sus ejes de actuación, que fueron: apertura de las fronteras de nuestra cerrada Cantabria, renovación de proyectos e instituciones y apoyo a los creadores y profesionales cántabros.
Ahora EL DIARIO MONTAÑÉS nos plantea con acierto un debate que tiene como algunos de sus principales ejes abrir la ciudad, apoyar al creador local y a las empresas con ayudas y convocatorias y renovar y reforzar instituciones como el Palacio de Festivales o el Festival Internacional de Santander.
Me congratula saber que íbamos bien encaminados y el sector coincide con los objetivos, siendo también así en la importancia que todos damos a un centro de ciudad con un claro matiz cultural. He de reconocer que hemos potenciado la salida e internacionalización de nuestros artistas, se han redactado e implementado siete nuevas convocatorias para profesionales del arte y la cultura, se ha renovado la dirección y programación del Palacio de Festivales, reforzado la programación en la Filmoteca, se ha contratado una nueva dirección en el FIS, se está finalizando un Museo de Prehistoria en el centro de la ciudad, se ha financiado la recuperación de la Murallas medievales de la Plaza Porticada... En definitiva, se camina laboriosamente con la brújula de esos principios marcados por el consejero de Educación, Cultura y Deporte y el Gobierno de Cantabria.
Estoy seguro que habremos cometido errores y podríamos hacerlo mejor pero es importante hacer saber a los santanderinos y cántabros en general que la nave ha trazado un buen rumbo.
¿No sería mejor hacer de Atenas la Santander del sur?
Miguel Ibáñez | Poeta y profesor de Lengua y Literatura
Desde que tengo uso de razón oigo hablar de que hay que dejar atrás el Santander decimonónico. También aparece mucho en la conversación la Atenas del norte. Santander, ya se sabe, la ·Atenas del norte. La expresión debe ser pronunciada con un ligero rictus de ironía y suficiencia, como el que utilizábamos hace muchos años los lectores de Althusser con el profesor eurocomunista o con la chica un poco hippy que leía Juan Salvador Gaviota.
Il faut être absolument moderne. Rimbaud escribió eso en 1873. Es por lo tanto una consigna decimonónica. Un programa cultural que se proponga dejar atrás el Santander decimonónico para avanzar hacia la modernidad es en sí mismo oh paradoja exquisita- decimonónico. La intención de ir siempre hacia adelante, la creencia en el progreso, la fe en el desarrollo de la humanidad son ideas típicas de nuestros antepasados, los que veían, precisamente, en Atenas la cumbre de la cultura. Por eso no llamaron a su ciudad la Jerusalén del norte, aunque era una ciudad muy católica, ni la Pompeya del norte, aunque hubiera unos cuantos burdeles. No, la referencia para ellos liberales, ilustrados, burgueses- ya no era la religión medieval ni el paganismo renacentista, sino el mundo clásico, que ellos relacionaban con las bibliotecas, los institutos, ateneos, museos y teatros.
Muy pedante todo, sí. Pero también sirvió para traer a Santander el ferrocarril, la enseñanza media, el darwinismo y la poesía romántica. Me pregunto si la pedantería contemporánea, cuando llegue la hora inevitable de hacer balance de ella, arrojará un resultado mejor. ¿Se dirá que nuestros happenings, performances, videoinstalaciones y experimentalismos, nuestras señales de tráfico pintarrajeadas con mensajes infantiloides, nuestra post-modernidad lúdica y subvencionada habrán servido para algo? ¿Habrán aportado algo al pensamiento, a la cultura, o por lo menos al comercio local?
En cualquier caso, qué decimonónico este empeño en ser moderno. Qué entrañablemente santanderino. Es tan propio de las ciudades de provincias ese afán que en el fondo resulta tranquilizador. Porque es la misma Santander de siempre: la que escribía poesía modernista cuando en Madrid triunfaban las vanguardias, la que descubrió la poesía experimental en los años ochenta, la que reivindica la filosofía educativa de John Dewey cuando el resto del mundo intenta superar el desastre causado por la filosofía educativa de John Dewey.
En fin, a mí en el fondo me da igual, con tal de que me dejen leer. Que no hagan mucho ruido con sus cosas, quiero decir, y que me dejen disfrutar tranquilamente de mi ciudad pequeña y mesocrática. Mi ciudad con una calidad de vida más que aceptable, hasta el punto de que tengo la sensación de que muchos atenienses de hoy en día preferirían que la suya fuera la Santander del sur.
2014, ano cero
Juan M. Moro | Artista y profesor, premio nacional
Aquel año una enorme nave de curvilíneo carenado y refulgente epidermis (a modo de bólido automóvil, alguien apuntó) aterrizó en la bahía de la ciudad. Prevenidos de su llegada y siguiendo ordenes estrictas, las furzas públicas habían preparado un enorme anillo en torno al lugar elegido con objeto de facilitar el acoplamiento. Todo estaba dispuesto para un encuentro en la Tercera Fase, no faltando ningún tópico del género, pues incluso una prolongada rampa ascendente había sido desplegada sajando en dos el ingenio cósmico. La era del renacer cultural daba comienzo.
Sinceramente, como un relato de ciencia ficción de tono maximalista y mesiánico es como veo el tema que nos ocupa. Dicho de un modo menos literario y más técnico, todo ello es algo así como ingeniería cultural y, la verdad, son dos términos que no casan bien. Parece una formulación matemática, un artificio mecánico, o alquimia sociológica, exportado todo ello al terreno de lo que recientemente el matemático y pensador libanés Nassim Taleb ha definido como acontecimientos tan impredecibles como improbables. Sí, los hechos culturales son altamente improbables, cuando menos aquellos de cierta relevancia. Por ello permanecen sin solución enigmas como el Siglo de Oro español y tantas otras pequeñas surgencias creativas en los más variados contextos económicos. Yo creo que es porque tiene que ver con las personas, más aún, con personas en singular.
Hablo de los artistas, es decir, de los que han hecho y hacen arte aquí y ahora. Al menos de aquellos que de largo y contra viento y marea (es decir no sólo al abrigo de la subvención) han dedicado buena parte de su vida a crear cultura. Tomando como origen la estrategia adoptada para el proyecto de ciudad europea 2016, se trata de un sector profesional de cuyo concurso se ha venido prescindiendo. La operación de marketing cultural basada en fuegos callejeros de artificio, nada sólido en definitiva, no engañó a casi nadie de dicho sector (suponemos que tampoco a nadie del jurado, aunque la interpretación oficiosa del resultado haya sido hecha, cómo no, en clave perversa). Eso sí, aquella humeante mercadotecnia sirvió para descubrir a la clase política el enorme potencial de una actividad que, a bajo coste, proporcionaba grandes titulares de prensa y, especialmente, salir en la foto. Y hasta la fecha seguimos en ello. Con estos antecedentes, si lo que se pretende es mantener las condiciones generadas en aquel estrepitoso fracaso, desde mi humilde y limitado entendimiento, en fin mejor hablemos de ciencia ficción.
No quiero olvidarme del informe. Sí Javier, estimado colega, estoy de acuerdo contigo sobre la gran importancia del pensamiento de John Dewey, de su pedagogía y su estética de la experiencia, a lo que cabría sumar desde Rabindranath Tagore hasta la tan reciente y renombrada Martha Nussbaum. Es de eso de lo que he estado hablando, de la cultura como ética y vida.
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