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Miguel Ángel Pérez Jorrín
Lunes, 2 de septiembre 2013, 12:52
Las Campanillas es la casa de Eusebio Güell, vizconde de Güell, en Comillas, colgada al final de una de las cuestas del pueblo, en una callejuela del barrio de la Peña. Discreta y nada monumental para quien vivió sus primeras vacaciones infantiles en el palacio de Sobrellano y pisó los palacios y jardines Güell repartidos por Cataluña, en ella se aprecia una querencia por lo antiguo que es también respeto: no hay timbre (ni buzón) que afee la fachada, se llama con dos golpes de aldaba y el zaguán está como hace 100 años, con losas de piedra como pavimento y un banco de madera como asiento. Al fondo, vigila la entrada un gran retrato de María Luisa Güell, de la que también habrá una historia que contar al respecto de su espíritu independiente y de los tremendos bodegones de sandías que pintaba, modernos aún hoy, y que presiden el comedor.
Eusebio Güell (Barcelona, 1928) no esquiva ningún tema, no duda en reclamar una ejemplaridad para los que disfrutan de títulos nobiliarios, le espanta la posibilidad de que Cataluña se independice y solo en un par de ocasiones dice «esto quizá mejor no lo ponga», aunque luego sigue con la conversación y remata el argumento. Fue directivo durante una década en la Compañía Trasatlántica que fundó su tatarabuelo, el marqués de Comillas, y se ha dedicado después a gestionar el patrimonio familiar. Recibe apoyado en su bastón, pero no es un reflejo de dandismo. «No puedo dar un paso sin él, así que mi colección ha mostrado su utilidad». Pese a que alaba la labor de la alcaldesa de Comillas «Noceda lo está haciendo muy bien» tiene amargas quejas sobre el empedrado de la villa. Lleva el nombre de Eusebio, el primer conde Güell. Fue éste un personaje casi renacentista: político, industrial y financiero, pero también un notable acuarelista y, sobre todo, el mecenas de Antonio Gaudí y el promotor de las grandes obras del arquitecto, que marcaron y marcan aún hoy el urbanismo de Barcelona.
¿Qué piensa al ver paralizada la restauración de la Universidad Pontificia de Comillas, uno de los grandes legados del marqués de Comillas, su tatarabuelo?
Es una pena. No sé si se metieron quizás en demasiada harina. Ya sabe que los españoles queremos hacer cosas grandiosas, pero no empezamos por el principio, casi siempre lo hacemos por el final. Es una pena tener la obra parada, pero esta célebre crisis tiene estas cosas.
¿Qué le pareció la restauración?
Estuve hace un año y me pareció muy bien, maravillosa. Las obras han sido magníficas.
¿También está notando la crisis?
La noto mucho. En mi caso es lógico hasta cierto punto. Soy muy vulnerable: pago muchos más impuestos y tengo menos ingresos, en parte por las acciones.
Usted trabajó en la Compañía Trasatlántica que fundó su antepasado y que ya ha desaparecido...
Estuve diez años, de 1950 a 1960, en la compañía. Lo dejé cuando la cosa estaba ya muy mal. Pero en esos años viví la última parte de la emigración española a América, sobre todo a Venezuela, y en barcos de la Trasatlántica. Hice dos viajes largos de inspección viendo las distintas agencias y representantes de la compañía en La Habana, en Caracas, en Nueva York, en Veracruz, y luego trabajé en Barcelona.
Y ahora parece que se vuelve a la emigración...
La historia tiene estas cosas. Yo lo experimenté entonces. Venezuela era el paraíso, el bolívar estaba por las nubes, era una cosa fantástica. Luego vinieron aquí los sudamericanos y ahora vuelven ellos. Es un vaivén.
Los Güell son una larga familia cuyos miembros han tenido y tienen una destacada presencia social y política en Cataluña. Su hermano Carlos, recientemente fallecido, desempeñó cargos públicos también. ¿Ha sentido la misma tentación?
No. Soy muy contrario a esto, no me gusta. Sentí mucho que mi hermano se metiera en política, porque no tenemos el espíritu necesario para eso. Creo que para ser político hace falta una manera de ser especial. Mi hermano Carlos valía muchísimo, pero él mismo lo tuvo que dejar muy desengañado.
¿Es usted de los que opina que la nobleza, la gente que tienen títulos, debe desempeñar algún papel especial en la sociedad o eso son cosas de otros tiempos?
Cada vez lo tiene menos. Depende de la persona y yo creo que eso es justo. Pero, hombre, el título siempre obliga un poco. Yo soy vizconde de Güell y marqués de Gélida y esto me fuerza a ser un poco mejor... Además, siempre me ha gustado ser abierto, yo creo que es lo mejor en la vida. Si eres amable la gente responde bien.
¿A qué le obligan los títulos? ¿Puede concretar algo?
A portarte mejor, a ser más educado, a ir vestido de forma decente. Si usted quiere son cosas superficiales. Pero hay otras que no tanto: por lo menos a no defraudar al fisco, a no tener dinero fuera.
Un asunto de actualidad...
Yo no tengo ni un euro fuera. Bueno, esto quizás mejor no decirlo.
Yo creo que es ahora el momento de decirlo...
Es que tener el dinero fuera hace daño. Lo único que tenemos los hermanos es una casa en Pau (Francia), pequeñita y debidamente declarada. Es más, hasta ahora hemos hecho el primo y hemos pagado en Francia y aquí, hasta que este año nos hemos enterado de que se paga en Francia y se descuenta en España lo pagado.
¿Cómo ve lo que se ha dado en llamar la deriva independentista en Cataluña?
Yo, como comprenderá, no soy independentista. Eso lo digo claramente. Me horripilaría que se separara Cataluña de España, lo mismo que si lo hiciera Cantabria. Ahora bien, creo que hay que hablar, pero de buena fe. La culpa nunca está de un lado, es compartida, como en los matrimonios. Si se va con esa mentalidad de culpa y responsabilidad compartida se podría llegar a un arreglo... a entenderse.
Cuando usted habla de esto en Cataluña ¿encuentra opiniones similares a la suya?
Yo no creo que se vaya a producir la separación. Pero me gustaría que la cosa fuera un poco más lejos: no sólo que no haya secesión, sino que se sientan más cómodos unos y otros. A veces también parece que el asunto está un poco aumentado por los políticos, como la cuestión del idioma. Y sobre esto ya le digo de entrada que yo no hablo catalán.
¿Y...?
Y nunca he tenido ningún problema. Si usted habla en castellano, le hablan en castellano. No digo que no haya recalcitrantes, pero como en todos los lados. Hasta ahora nunca ha habido problemas y ahora creo que los han creado o, por lo menos, fomentado.
Resulta algo curioso que usted no hable catalán...
Pues tiene razón y a mí me agobia a veces. Es que la gente, llamándome como me llamo, y de buena fe, me hablan en catalán y a veces me da vergüenza. Pero, en fin, tiene cierta explicación. En mi familia mis padres me hablaban en castellano y la institutriz en inglés. La guerra la pasamos en Italia . En la postguerra, en Barcelona, el catalán estaba prohibido, lo que tampoco estuvo bien. En la Compañía Trasatlántica no se hablaba catalán. Y a los cuarenta y tantos años me encontré con que no sabía una palabra y no he hecho nada para remediarlo. Mi hermano Carlos lo tuvo que aprender para dedicarse a la política. En una ocasión me pidió que le montara un mitin en Gélida (yo soy también marqués de Gélida) y se lo dije a la gente que conocía allí. Y les avisé: «Vendrá mi hermano, que es el político. Y no tengan miedo; habla catalán». «Menos mal me contestaron porque con usted no llegamos a nada», y se reían.
Español, catalán, cántabro, barcelonés, comillano... ¿cómo se siente emocionalmente?
Yo me siento español, pero quizás más catalán y cántabro. Y, si le digo la verdad, más barcelonés y comillano... Entiéndame, muy de aquí: realmente pienso en comillano y en barcelonés. Tenga en cuenta que paso ahora casi dos meses al año en Comillas y antes era mucho más tiempo. De chaval ya estábamos aquí en junio. A la hoguera que se hacía en las fiestas de San Pedro tirábamos los libros del curso de bachillerato aprobados. Era el comienzo del verano... Y nos íbamos a primeros de octubre.
¿Y ahora?
Ahora estamos en Comilas un mes y medio en verano y quince días en Semana Santa. Hago una vida muy normal, batallando con las cuestas y el empedrado para salir a la calle. Compro los periódicos, hago gestiones, me acerco al Samovy y, aunque vaya solo, siempre encuentro gente. Antes iba a la playa, pero ahora, con bastón...
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