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Zona costera de Comillas./ Foto: Javier Rosendo | Vídeo: Héctor Díaz
El temporal «más fuerte de los últimos treinta años»
Estragos en Laredo, tagle, comillas, santander y somo

El temporal «más fuerte de los últimos treinta años»

A.Machín

Martes, 4 de marzo 2014, 11:26

«No puedo creer lo que veo». La mujer corría de un lado para otro repitiendo la frase. Como ensimismada mirando hacia un mar que le mojaba los pies a no menos de cien metros del muro tras el que solía haber una playa. A su lado, se escuchaba gritar a un bombero: «Todos fuera, por favor». Desalojando a una marea humana de curiosos y, en algunos casos, de poco sensatos espectadores que corrían con la llegada de cada ola. «Tú corre cuando yo te diga», le decía un padre a su chaval. Olas capaces de saltar por encima de edificios, como ocurrió en El Parque (Santander). Olas capaces de hacer que El Cormorán pareciese un Arca de Noé, una construcción flotante. De convertir el Sardinero en una especie de zona cero acordonada, zarandeada y bombardeada. De invadir paseos marítimos como el de San Vicente, de destrozar lo que quedaba en pie de las terrazas de la urbanización de Somo, de anegar lo que resistía del Puntal de Laredo... Porque el mar, por invadir, invadió hasta una estación de tren (la de Mogro). Y lo que no hicieron las olas o las mareas, lo remató el viento. Un árbol en mitad de la carretera en Comillas, fachadas en Torrelavega, cornisas en Castro, chapas en Los Corrales... «Es el temporal más fuerte de los últimos treinta años», asegura un experto del Instituto de Hidráulica. «Asusta», decía la señora que correteaba hipnotizada entre cascotes, arena y agua. Y asustó. Porque Cantabria vivió ayer el enésimo temporal en lo que va de año, el más fuerte de todos. Una tormenta perfecta.

Las seis de la tarde. La hora clave. La de la conjunción de una potente pleamar con las olas más grandes y los vientos más potentes. Todo junto. Y, por si faltaba algo, trombas de agua y hasta granizadas. Ejemplos: las rachas de aire alcanzaron los 104 kilómetros hora (en Torrelavega) y cayeron 15,2 litros por metro cuadrado (en Camaleño). Para medir las olas, con tanta insistencia desde principios de año, ni siquiera quedan boyas que no estén en fase de mantenimiento. Un trueno, a eso de las siete, fue como el rugido de una naturaleza enfurecida. De un mar cebado con la costa cántabra, rabioso. Como ya hizo el domingo dos de febrero. Pero aquella vez fue de madrugada, en torno a las seis de la mañana. A traición y sin apenas testigos. Esta vez, no. A media tarde, con todas las alertas activadas, con la costa parapetada para intentar defenderse e invadida por un ejército de curiosos que, además, aprovecharon el día sin colegio para hacer turismo de temporal con toda la familia. Por todo el litoral. «Esto ya no hay quien lo aguante», decía uno de los propietarios de El Parque mezclado entre los cientos de fotógrafos que tomaban imágenes de su local, golpeado sin remedio una y otra vez. Su rostro era la imagen del balance de daños en numerosos negocios, el anticipo de las fotos de devastación de las próximas horas, las que se verán cuando baje la marea. Del socavón y la grieta que ponen en riesgo el muro de El Sardinero hacia la Segunda playa, del interior inundado de los bares pegados a los arenales, del agua en los portales y garajes de la avenida García Lago, del golpeo de las olas nuevamente en el recinto de los animales de La Magdalena o en la zona de El Balneario, del hueco cada vez más llamativo que se ve entre las dunas de El Puntal...

Eso, en Santander. Pero hubo mucho más. En Somo, por ejemplo, cayeron las terrazas de la urbanización El Delfín, junto a la playa de Las Quebrantas. Prácticamente las que quedaban. Porque siete ya habían cedido el sábado. En Santoña, las piedras y las losetas iban y venían por el paseo marítimo a la altura del Fuerte de San Martín y las olas arrancaban a mordiscos las dunas de Berria.

Sin playas

Porque ayer desaparecieron las playas en toda la costa, y el mar, que ya se ocupó de quitarse obstáculos de en medio con los anteriores temporales, llegó más lejos que nunca. Eso pasó en Laredo, en El Puntal, convertido en uno de los símbolos de la rendición ante el empuje del Cantábrico. Y en Santander, donde el aparcamiento frente a los supermercados Lupa y BM se transformó en una piscina de agua turbia, mezclada con arena y hasta con unos cascotes que salpicaban los jardines del Parque de Mesones con muchos conductores a la carrera para retirar vehículos. Eso fue lo más llamativo. El mar ocupando un terreno que no parecía suyo. Como exigiendo espacio. Resultaba curioso ver rom per con naturalidad las olas en los lugares por los que

normalmente, se accede a las playas o en las áreas que se llenan de paseantes cada día. Subido a las aceras, corriendo por las carreteras, entrando de lleno en el terreno de los peatones y de los vehículos. «Aguantamos», decían en el supermercado BM con la puerta rodeada de sacos y empalizadas. Como en una trinchera. Algunos observaban subidos en los taludes de jardines, en bancos y hasta en contenedores, con agua a derecha y a izquierda. «Ya viene, ya viene». Olas que irrumpían tras saltarse unos muros que resisten a duras penas y que rara vez habían servido de parapeto para el mar.

Por haber, hasta anécdotas. Buena parte de los asistentes a la Gala del Deporte se quedaron incomunicados durante horas en el hotel Chiqui. «¿Y cómo les vamos a sacar de ahí?», se preguntaban los concejales del Ayuntamiento de Santander junto a la rotonda de la Avenida de García Lago. «El autobús hasta ahí no puede entrar». Lo decían mientras el agua andaba ya por la rotonda, la que tiene cerca un monumento al Quijote (en La Mancha no está acostumbrado a tanta agua). El conductor de una limusina tuvo que buscar ayuda en forma de pinzas para la batería mientras el agua le llegaba ya por la mitad de los neumáticos. El temporal le sorprendió con el coche aparcado frente al Cormorán. El mejor sitio. Y cerca, una chica rumana con los zapatos en la mano daba saltos por una carretera convertida en riada diciendo: «yo tengo que pasar como sea que no llego al trabajo y mi jefe me echa». En Parrilla Ginés la barra se llenó de pronto de tipos calados hasta los huesos buscando algo de calor o, al menos, una tregua después de una tremenda chupa de agua.

Porque Piquío, Mesones, la zona alta desde la que se ve El Camello o La Magdalena, Feygón... Todo estaba abarrotado de gente, como en un día de verano, pero empapados y al borde del agua. «Más para atrás, por favor», repetían una y otra vez los numerosos efectivos de los bomberos, la policía local o protección civil desplegados. A más de uno tuvieron que explicarle que las cintas de plástico se colocan para marcar el lugar hasta donde se puede llegar (no más allá).

Intervenciones

Porque el día no estuvo para bromas. El Gobierno de Cantabria registró entre las 7.00 y las 19.00 horas un total de 610 llamadas de emergencia y nueve intervenciones. Además, el tráfico de cercanías de Feve quedó interrumpido debido a la inundación de la estación de Mogro. Se movilizaron los bomberos en Torrelavega por una fachada en la Granja Poch, en Corrales para asegurar una chapa de un tejado, en Camargo una marquesina en Cacicedo, en Santander otra fachada en el Grupo San Francisco y varios árboles caídos sobre la calle, en Castro un andamio suelto en Oriñón...

El Sardinero se colapsó con largos atascos, zonas cortadas al tráfico y vehículos calados con problemas para salir. Pasadas las siete de la tarde, ya con la noche poniendo más dramatismo a cada escena, parte de la circulación por la zona se llevó a cabo con los semáforos apagados, con poca luz. Daños colaterales y riesgos.

Así transcurrió el día, con Cantabria metida nuevamente en la batidora. Y seguirá estándolo hoy, aunque las alarmas se desactivarán a media mañana en torno a las diez y, desde entonces, las previsiones hablan de calma. De una tregua. Apuntan a diez o quince días de un tiempo sosegado. Justo lo que no ha habido hasta ahora desde que comenzó el año.

La violencia del Cantábrico se deja sentir en todo el litoral

San Vicente de la Barquera volvió a sufrir el azote del mar en los mismos puntos que en el temporal del primer fin de semana de febrero. La céntrica avenid Antonio Garelli se cubrió por el mar, pero en esta ocasión todos los empresarios de la zona ya habían preparado sus negocios para que el agua no los inundase como ocurrió en la ocasión anterior.

El mar causó importantes daños en los Viveros Barquereños en donde una gran cristalera resultó destrozada; la empresa Ostranor se inundó totalmente. También el agua llegó a cubrir parte del conocido restaurante Annua.

Especialmente importantes fueron los daños en la playa, no ya en las instalaciones de los arenales que se vieron totalmente destruidas en el anterior temporal. En esta ocasión la fuerza del mar daño de manera importante todo el sistema dunar de Merón. En algunos puntos se podían ver cortes de la duna que casi ha desaparecido.

En Comillas, el temporal se dejó notar con especial virulencia, aunque los daños no fueron tan graves como en el de hace un mes. Esta vez la marea amagó con derribar de nuevo muros y pasarelas, pero no llegó a causar serios destrozos en la zona de la playa. El área más afectada fue la carretera que une Comillas con Cóbreces, donde se encuentra la gasolinera y un pequeño aparcamiento, así como varias casas. «Las olas han llegado a sobrepasar algunas de las casas que se encuentran a pie del acantilado y han arrasado con el aparcamiento y la carretera», explicaban los curiosos que se acercaron a disfrutar de las escenas que dejó el oleaje. En la zona del arenal, el fuerte oleaje de nuevo «ha movido mucho la arena y ha vuelto a causar soplaos en la zona de los pinares», explicó la alcaldesa, Teresa Noceda.

En Suances se repitieron las imágenes del pasado febrero. El azote del mar provocó que las olas salieran de la playa de La Concha hasta el interior de las calles de la villa. En Los Locos, se intensificaron los daños en la rampa de acceso, cuyo contrato para las obras de reparación ya se había licitado después del anterior temporal.

En la costa oriental, el temporal tuvo especial incidencia en Castro Urdiales, sobre todo en la zona comprendida entre el muelle de Don Luis y el hotel Miramar y la Casa de la Naturaleza, donde el golpe de las olas se llevó la balaustrada. Los bomberos atendieron media docena de incidencias como andamios sueltos o árboles caídos. También el parking de los Hierros sufrió inundaciones. Muchos curiosos se acercaron para ver el efecto del temporal marítimo, que dejó imágenes «impresionantes», tal como comentaba una vecina, Manuela Alvarado, que afirmaba que no había visto las olas tan altas nunca. «Es de terror», afirmaba.

En la zona del cargadero de Mioño los voluntarios de Protección Civil se vieron obligados a desalojar a la gente y acordonar el lugar debido a la altura que alcanzaron las olas, que superaron los 8 metros. Impresionados, muchos vecinos se apresuraron a inmortalizar el momento con sus cámaras y teléfonos. Escenas que algunos calificaron de «un espectáculo», como Javier Vázquez, o Vicente Liendo que lleva toda la viviendo en Castro y «como este temporal he visto pocos», asegura.

La fuerza del mar también se hizo notar tanto en la playa de San Martín como en el arenal de Berria de Santoña. La bravura de las olas ocasionó nuevos destrozos a la altura del Fuerte de San Martín, levantando algunas losetas del paseo y arrastrando con fuerza piedras.

Asimismo, la mar inundó gran parte la zona del paseo marítimo donde se congregaron curiosos para sacar fotografías.

En Berria, la mar cubrió por completó la zona de arena y erosionó todavía más el área dunar ya afectado por el temporal de principios de febrero.

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