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Feliciano Campo lleva el bar y la posada y se encarga de medir los parámetros del tiempo.
Cenas que siempre acaban con queso

Cenas que siempre acaban con queso

La vida de los vecinos gira en torno a su producción

José Ahumada

Lunes, 16 de febrero 2015, 07:27

Los hermanos Campo Campo son de Tresviso de toda la vida y aún más: en el árbol genealógico que han conseguido remontar hasta 1726 ya aparecen en el pueblo Lázaro Campo y María Collado, su esposa, y tienen documentación que prueba la presencia de antepasados al menos desde finales del XVI. Es bastante probable que aquellos fundadores de la estirpe se dedicaran entonces a lo mismo que ellos ahora: el cuidado del ganado y la fabricación de queso. Aunque el picón se haya convertido en artículo casi de lujo, en origen era solo la forma de conservar y aprovechar el excedente de leche de los animales. En 1926, su abuelo dio otro arreón a la economía familiar abriendo el bar que ellos siguen regentando.

La casa de los Campo Campo es la que más gente alberga de todo Tresviso. Allí duermen los tres hermanos (Feliciano, Miguel y Javier) y Jesús Fernández, el peón que les ayuda con las vacas. Johan, el colombiano que les hace el queso, también estaba con ellos hasta hace poco más de un mes, cuando llegó su mujer y se mudó justo al lado. Las tareas están repartidas: Feliciano, de 66 años, jubilado de Electra de Viesgo, lleva el bar y la posada; Miguel, de 58, atiende el ganado; Javier, 53, se ocupa del queso, aunque está en todo. También es el alcalde.

-Se ve que es el listo de la familia, ¿no?

-O el tonto, porque le hemos ido cargando con lo de los demás.

Lo habitual es que se pongan en pie a eso de las siete de la mañana. Cada uno desayuna a su aire y se va a lo suyo: Miguel y Jesús, a ordeñar, y Javier, a la nave del queso. Feliciano pasa la fregona por el bar y, en cuanto acaba, controla la estación meteorológica, que consta de un pluviómetro (ayer recogió 15,4 litros), un termómetro (4 de mínima y 6 de máxima), y una baliza para medir el espesor de la nieve (75 centímetros). Nadie como él, metódico, paciente y con tiempo, para llevar un registro minucioso de lo que sea. Además de fotos espectaculares, su ordenador contiene todo tipo de tesoros, desde palabras y expresiones que antes se utilizaban por aquí y se han ido perdiendo, hasta refranes, dichos y canciones e incluso una especie de censo de los habitantes de Tresviso con fechas de nacimiento, defunción y relaciones de parentesco.

Feliciano tiene mujer, Mabel, que vive, como sus dos hijos, en Torrelavega. Ella sube los fines de semana cuando se puede venir. Él baja solo cuando le duele algo.

Javier tiene organizada a su familia de forma parecida. Beatriz está en Santander con el chaval, que estudia Económicas. Ella es de allí. Solía frecuentar el pueblo, conoció a Javier y se quedó. Cuando el niño empezó el colegio volvió a la capital.

Las complicaciones

La nevada de este año les complica los días, y sobre todo a Javier. Sin carretera, no hay forma de vender quesos -llegan hasta Inglaterra y Suiza-, ni se dan comidas ni camas. Como él es alcalde, lleva días yendo con una cuadrilla a liberar la quitanieves que se les quedó tapada, a desenterrar la camioneta que iba detrás con el gasoil, y a seguir camino poco a poco, limpiando la carretera. Se supone que, mientras, una máquina está abriendo camino desde Asturias.

Están a cinco kilómetros del pueblo y se tardan dos horas en ir hasta allá con raquetas. Si se suman las seis que se pasan allí y las dos de vuelta, la jornada está ventilada. Cuando vuelve, de noche, le están esperando los demás para cenar. Es frecuente que haya más hombres sentados a la misma mesa; en estos días, sin ir más lejos, este periodista y su compañero fotógrafo. Se come fuerte, con vino, y siempre se acaba con queso. La estampa de estos hombrones de manos grandes y piel curtida delante del plato recuerda a los almuerzos de los chicos de 'Siete novias para siete hermanos' antes de ser desbravados.

Hemos quedado en que la nieve hace mucho más pesada cualquier actividad y también supone cierto riesgo. Los aludes de aquí no son aparatosos como los de las películas, pero como te pillen estás igual de acabado. Por eso, cuando un grupo sale a hacer algo lleva siempre un par de palas por si hay que desenterrar a alguien a toda prisa. Miguel y Juan no tienen que ir muy lejos, porque tienen la cuadra cerca. Ordeñan las cincuenta vacas y les dan de comer. La leche se emplea en hacer queso, pero con este tiempo los 200 metros que separan el establo de la quesería se hacen larguísimos. El día que la cosa se puso fea tardaron seis horas en cavar una trinchera para que el tractor pudiera llevar el depósito con los mil litros. Uno conduce y los demás se suben al morro para que no se levante en la cuesta. Después, conectan la manguera a un motor para pasar la leche al vaso de acero donde se calienta, bate y cuaja para convertirla en queso picón.

Ahí empieza la tarea de Johan Ruiz, un colombiano de 33 años que el destino trajo aquí. Resumimos su cometido para centrarnos en el muchacho: la leche tarda dos horas en cuajar, y entonces se pueden llenar los moldes, que se colocan en una habitación con calorcito. A los dos días se desmolda y queda un queso blanco que se cubre de sal gorda y se deja reposar. Después de una semana al calor, las piezas se llevan a una cámara. Tres meses después son queso de Tresviso.

A Johan se le saltaron las lágrimas la primera vez que vio la nieve. Venía de Medellín, donde dejó un buen trabajo -mecánico industrial en una cervecera- porque imaginó que en España prosperaría antes. No encontró gran cosa. El cura de Güemes, don Ernesto, lo empleó en el albergue de peregrinos, y aprovechó un día libre para darse un garbeo y ver nevar. Fue un 29 de diciembre, estaba en Tresviso y mientras contemplaba los copos se acordó de su ciudad 'de la eterna primavera', de su familia y de su novia. Se sintió tan solo que se echó a llorar.

Preguntó y le ofrecieron trabajo haciendo queso. Hace ya siete años de eso. Viajó un par de veces a Colombia por vacaciones -en Tresviso es imposible no ahorrar, porque no hay en qué gastarlo-, y, después de hablarlo con Alejandra, su chica, decidieron casarse. La boda, que se celebró el pasado 26 de septiembre, no fue demasiado romántica: lo hicieron por poderes. Fue al ayuntamiento de Tresviso con el representante de ella y firmó.

Desde Colombia

Alejandra, que tiene 22 años, llegó a finales de diciembre, y debe de tener una idea bastante extraña del país: Johan la recogió en Parayas, le enseñó El Sardinero y la llevó a dormir al Chiqui. Al día siguiente compraron ropa de verdad, regresaron a Tresviso, empezó a nevar y ya no paró.

Lo que más le cuesta es andar desocupada. Era perito de una aseguradora (en el fabuloso castellano de allá, 'analista de siniestros'). Ante todo, lo que quiere es continuar sus estudios de Psicología, pero es imposible que se matricule antes de octubre. Es probable que empiece a trabajar en agosto, pero es cosa de temporada y ella no se conforma con matar los días leyendo, viendo películas y mandando mensajes a su familia. No es de salir por la noche, pero sí le gustaría conocer sitios y pasear, ir al cine... Está planeando unas vacaciones con Johan en Francia. Cuando se pueda. Mientras, le echa una mano con los quesos. Demasiado fuertes para su gusto. Habla muy bien de sus nuevos vecinos, "gente muy amable y servicial", pero, por regla general, las conversaciones se limitan al clima y a preguntar cómo descansó. Nota que Johan se esfuerza en hacer que se sienta cómoda. "Estoy tranquila y contenta. Pero que yo me plantee estar aquí cinco o seis años es imposible".

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