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Mariana Cores
Jueves, 21 de enero 2016, 07:12
Job Dual Montoya recuerda con nostalgia que con 30 años tenía un piso casi pagado en General Dávila y una hipoteca de 120.000 euros recién firmada para comprar un chalé en Sancibrián, que pretendía convertir «en la casa de mis sueños» y en un lugar «magnífico» para que crecieran sus hijos. A este vendedor ambulante y a su familia, la vida le «sonreía». Hoy, todo ha cambiado. Casi diez años después, reconoce que está «hundido en la miseria». «Cada noche me acuesto con la angustia de que el día 9 de febrero me echarán de mi casa. Tengo tres hijos, de seis, doce y diecisiete años, y ningún sitio donde ir». Y es que el único ingreso fijo que recibe la familia es el que le llega a su mujer, Remedios Jiménez, de 38 años, a través del Gobierno regional. El negocio no funciona: «Ayer volvimos del puesto de la plaza de México con 20 euros. Esas fueron todas las ganancias».
Job Dual recuerda que antes de la crisis, la vida les iba «muy bien» y por ello decidieron cambiar de aires, «porque el barrio donde teníamos el piso no era el adecuado para que crecieran nuestros hijos». Optaron entonces por comprar una casa en una urbanización a las afueras de Santander, vivienda «que rehabilitamos por completo, desde el tejado a las fachadas. Todo». Jamás pensaron que la reforma «nos fuera a llevar tanto dinero. Los 130.000 euros que nos dieron por el piso de General Dávila, que vendimos a los tres meses de comprar la nueva casa, los invertimos en nuestro nuevo hogar». Con 31 años recién cumplidos, Job y su familia se mudaron finalmente a su nueva casa, pero la pesadilla comenzó solo tres meses después. «No nos dimos cuenta de que el saneamiento de la casa estaba conectado a una fosa séptica y un buen día salió toda la porquería. Tuvimos que levantar toda la casa y conectar nuestras tuberías con la red de saneamiento del municipio. Ahí nos gastamos lo poco que nos quedaba ahorrado».
«Malos números»
El contratiempo y la crisis acabaron ahogando la economía familiar. «Los malos números y una casa que no dejaba de necesitar arreglos, nos llevaron a la bancarrota, en la que ahora estamos. Tuvimos que rehipotecar la casa». Así fue como comenzaron a pagar 680 euros a Liberbank, Caja Cantabria en aquel momento. Tampoco consiguió levantar su negocio como vendedor ambulante. «Los mercadillos empezaron a ir de mal en peor. Casi nos daban más gastos que beneficios y nos quedamos mi mujer y yo desamparados. Fue cuando ella empezó a recibir una ayuda del Gobierno de 500 euros con los que subsistíamos, pero que dejó de percibir hace dos años».
Ante la dramática situación, «nos pusimos en contacto con un abogado que negoció con el banco unas nuevas condiciones. Durante aproximadamente un año y medio estuvimos pagando solo intereses. Pero pasado este tiempo, cuando tuvimos que volver a pagar la cuota entera de la hipoteca, esta había subido casi a mil euros, algo imposible de asumir por nuestra parte», explica.
En ese momento, pidieron, a través del juzgado, una suspensión de la hipoteca, que les fue concedida durante más de tres años, pero que caducó en mayo de 2015. Como consecuencia de ello y ante la falta de ingresos que les permita hacer frente a la misma, «nos llegó la carta más horrible que jamás pueda imaginar nadie con la orden de desahucio». «Ahora solo podemos pensar en mis hijos y en que nos den la oportunidad de pagar, pero algo que se ajuste a nuestros ingresos y que nos deje algo para comer», matiza Remedios.
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