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Nacho Cavia
Lunes, 29 de febrero 2016, 07:25
Los vecinos del barrio de la Iglesia de Pedredo se han pasado todo el fin de semana encomendándose a su patrón, San Pedro, para que el agua no entrase en sus viviendas y establos, amenazados por la fuerte crecida de los arroyos cercanos. Un escenario ... que también se repetía a pocos kilómetros de distancia, en Las Fraguas, donde la intensa lluvia casi lleva la tragedia hasta las mismas puertas de las casas de sus habitantes.
Más de 30 horas ha pasado sin dormir María Luisa de Cos este fin de semana. Desde su vivienda de Pedredo no ha dejado de mirar con miedo la curva que el río Saramío hace en la entrada del barrio, temiendo que acabara desbordándose una vez más, un año más, como ha ocurrido muchas veces durante las últimas cinco décadas. Como ella, varios vecinos no han cesado de vigilar, de espaldas a la iglesia, el caudal desbocado, más propio de un gran río que de un arroyo que hace unos días apenas era un hilillo de agua. Tanto es así que su cauce, normalmente, se usa de cambera para subir a las mieses. Ayer, sin embargo, era una autovía de agua que amenazaba con llevarse a su paso todo por delante.
En Las Fraguas, Francisco Javier González Fernández fue presa de la desesperación, viendo como el agua iba subiendo en su garaje y haciendo peligrar sus pertenencias. «Me dan ganas de vender la casa e irme de aquí», decía, mientras el alcalde, Pablo Gómez, llamaba al 112 para solicitar la ayuda de los parques de emergencia. «Siento una impotencia tremenda», mascullaba Francisco, pidiendo que se limpie el río «de una vez por todas». «Se gastan el dinero en nada», decía en referencia a los últimos trabajos de la Confederación Hidrográfica en la desembocadura de Los Llares con el Besaya, una de las zonas de mayor conflicto en todo el valle: «vienen, mueven cuatro piedras y se creen que ya está hecho, pero no sirve para nada».
En Pedredo y Las Fraguas «no se puede seguir viviendo siempre así», con un temor constante a que el río Los Llares acabe con las pocas fuerzas que les quedan a los vecinos, impotentes y hartos de aguantar todos los años el mismo problema sin que nadie haga nada, clamaba el alcalde, Pablo Gómez, ataviado con botas altas para vadear regatos y comprobar los daños junto a los vecinos.
Las tuberías no dan abasto
El regidor se sienta en las cocinas de las casas y escucha las quejas. En Pedredo, tras la misa de mediodía, los vecinos no escondían su preocupación. Juan Díaz Gutiérrez, indignado, llamaba la atención sobre la falta de medidas preventivas año tras año. «Desde que hicieron la autovía se unieron regatos y las aguas bajan ahora con mucha más fuerza, sin que se pueda controlar. Las tuberías que las recogen ya no dan abasto», lamentaba. Pablo Gómez asentía: «esas grandes obras son como presas, al final el agua busca una salida natural y cuando llueve el caudal se suma y es descomunal».
Todos están de acuerdo en que hay que buscar una nueva salida al Saramío fuera de las viviendas, por otras mieses, «pero sin dañar a nadie», aclaraba María Luisa, «a ver si nos quedamos todos más tranquilos». Con ellos, y con el miedo en el cuerpo como todos, María Teresa Díaz Ceballos apelaba a una solución «que la habrá, que para eso están los entendidos», apuntaba mientras el alcalde atendía la llamada del presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, interesado en cómo estaban las cosas. «Ojalá encontremos juntos una solución pronto», decía al colgar Gómez.
Camino de Los Corrales de Buelna, el Besaya amenazaba la carretera N-611 en la Media Hoz, a la altura de la curva del Manco, donde la Guardia Civil hacía de vigía por si la situación empeoraba. También Protección Civil de Los Corrales de Buelna echaba un ojo de vez en cuando a los ríos.
Una de las imágenes del día fueron las decenas de riachuelos que bajaban del monte buscando cauces mayores. En las laderas arrasadas no hace mucho por el fuego nada impedía ver como descendían trombas de agua acompañadas de troncos y piedras, arrastrando cuanto se ponía a su paso.
Carril-bici cortado
En Cieza, los bomberos achicaban alcantarillas que, en vez de tragar, escupían agua, y en Los Corrales de Buelna bombeaban el agua de garajes y sótanos, además del enorme charco que empantanaba el parque de La Haye Fouassiere.
Protección Civil tuvo que cortar el carril-bici de Los Corrales a Suances, a la altura de Las Caldas de Besaya, que el río había convertido en una piscina para nadadores más que en una pista para ciclistas. También desbordaba el río en Somahoz, en el aparcamiento próximo a las canchas deportivas.
Y fieles al cauce principal, los afluentes no eran menos. El Muriago se desbordaba en Barros, amenazando como siempre la casa de Isabelita, cansada de ver como, en cuanto llueve, la mies se vuelve una ciénaga. Y en San Felices de Buelna, aunque menos fiero que en tiempos pasados, el arroyo Tejas quiso tener cierto protagonismo anegando pequeñas fincas cercanas a la Agüera. Las obras de encauzamiento se notaron en ese polígono industrial para tranquilidad de los empresarios.
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