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Álvaro San Miguel
Domingo, 22 de mayo 2016, 08:01
Renfe ha gastado 126.129 euros en la limpieza de los vagones pintados en Cantabria durante los primeros cuatro meses de este año. A ese ritmo, la diversión de los grafiteros le costará este año a la empresa pública y por ende a todos los españoles, ya que sus pérdidas en media distancia y cercanías son subvencionadas por el Estado más de medio millón de euros en Cantabria. Una cantidad que superaría de largo los costes derivados de la limpieza de grafitis durante el año pasado (202.549 euros) y el anterior (339.898 euros). En total, desde 2014, van más de 650.000 euros gastados en limpiar pintadas.
Entre enero y abril de 2016 se contabilizan además 42 acciones (lo que los grafiteros llaman misiones), seis activaciones del freno de emergencia (palancazos) y 974 metros cuadrados de tren garabateados. Cantabria va camino de superar ampliamente los resultados de 2014 y 2015 en todos esos apartados.
Renfe identifica además una peligrosa evolución: «El procedimiento utilizado habitualmente es pintar el material mientras está estacionado fuera de servicio, aunque están aumentando los sucesos en trenes en funcionamiento. Al activar el aparato de alarma del interior de los trenes, frenan el transporte y saltan a la vía, desde donde hacen las pintadas», precisan fuentes de la operadora estatal. Los palancazos rompen la programación diaria de los trenes y provocan retrasos y molestias a los viajeros. «A lo que hay que sumar los riesgos físicos y psíquicos que suponen para los clientes. Es una alteración del orden público activar el freno de emergencia», afirma Renfe.
La Guardia Civil de Cantabria consiguió el año pasado detener a uno de los grupos más activos de la región (crew, según el anglicismo que usan los grafiteros). El Grupo de Delitos contra el Patrimonio de la Policía Judicial atribuyó a seis de los miembros de ese crew que ha dejado constancia en internet de misiones en trenes de Francia y Gran Bretaña, la autoría de un delito de pertenencia a grupo criminal.
Tras la reciente reforma del Código Penal, pintar el vagón de un tren ya no está tipificado como una falta de deslucimiento de bienes. Ahora la vía de sanción es otra y puede acarrear multas más fuertes que la que implicaba la infracción penal. Puede parecer excesivo para una pintada, pero detrás de un grafiti en un tren siempre hay algo más que un chaval con un spray de pintura. Para empezar, este tipo de acciones son realizadas por grupos que se organizan para garantizar tanto la ejecución como la huida. Los grafiteros no son violentos de por sí, pero no dudan en recurrir a la intimidación o al uso de la fuerza si no ven otra salida. La organización, la reiteración y el uso puntual de violencia es lo que llevó a la Guardia Civil a atribuir a los seis detenidos en la Operación Montannasse un delito de pertenencia a grupo criminal.
En este caso, además, la Benemérita les atribuía otros dos hechos notables: un robo con fuerza, que les permitió agenciarse buzos de trabajo para disfrazarse, y sendos palancazos. «Nosotros pensábamos que estábamos ante un grupo criminal porque estaban cobrando cierta entidad en Cantabria y había que atajarlo. Habían subido un peldaño y habían empezado a tirar de la palanca. Y esto, si no lo paras a tiempo, se te puede ir de las manos», explica el sargento jefe del Grupo de Patrimonio de la Policía Judicial de la Guardia Civil.
La investigación que se convertiría en la Operación Montannass (por la marca de pintura Montana) comenzó cuando la Benemérita detectó un repunte de los casos. En ese momento, el 14 de diciembre de 2014, se produjo un palancazo a la altura de Boo de Guarnizo en un tren Santander-Liérganes y empezaron las detenciones. «Ese palancazo fue muy depurado en cuanto a la técnica, porque iban disfrazados de trabajadores ferroviarios. Por todo ello consideramos que se trataba de un grupo organizado que cometía este tipo de hechos de manera reiterada. Así se lo dimos a entender a los jueces: que no era una niñería y que respondía a una organización».
Fuentes judiciales han informado a este diario de que algunas de las causas contra los grafiteros detenidos en el marco de la Operación Montannass siguen adelante. La Fiscalía debe decidir si presenta cargos por un delito de robo con fuerza en las cosas y por faltas de deslucimiento de bienes, pero lo que ya se ha descartado del todo es la posibilidad de juzgarlos por pertenencia a grupo criminal.
Violencia
Entre los operarios de Renfe también hay un sentimiento creciente de peligro. «Empieza a haber violencia. Antes se colaban a pintar de noche, pero ahora no les importa tirar del freno de emergencia y actuar con violencia. Ahí está lo que pasó en Mogro hace dos meses», dice Manuel Cortines, delegado sindical de UGT en Renfe. Se refiere a lo que ocurrió el 1 de marzo, cuando un grupo de encapuchados realizó un palancazo a la altura de Mogro (Miengo) en un tren que realizaba la ruta Santander-Cabezón de la Sal.
Cortines explicaque él estaba en la estación de Renedo el día que unos grafiteros tumbaron a pedradas a un guardia de seguridad. «Vio a un grupo que estaba pintando un vagón, echó a correr hacia ellos con la porra en la mano y al acercarse salieron dos que estaban escondidos en unos arbustos y empezaron a tirarle piedras».
El sargento jefe del Grupo de Patrimonio asegura que, al menos en Cantabria, los grafiteros no pretenden molestar al ciudadano ni intimidar a nadie. «Obviamente, buscan garantizar su huida en caso de ser sorprendidos, pero no los consideramos violentos, ni mucho menos. Ellos buscan protagonismo para su arte y los trenes son su escaparate. La violencia no va con ellos, aunque pueden darse hechos violentos puntuales cuando se ven sorprendidos». Suelen ser jóvenes de entre 20 y 30 años vinculados a la cultura del rap y el hip-hop. Aunque se trata de movimientos vinculados históricamente a las clases trabajadoras de las grandes ciudades, en Cantabria no se puede decir que los grafiteros sean de clase baja. «Más bien al contrario dice el sargento. Si analizas su nivel educativo, el lugar donde residen, dónde trabajan y otros factores, la conclusión es esa».
Son chavales que forman grupos. Cada uno tiene una firma (un tag) que se puede considerar su nombre artístico. Al grupo le ponen otro nombre. Normalmente, en los trenes firman con el nombre del grupo y en pequeño pintan las firmas de los autores. Cuantas más pintadas, más grandes y de mayor calidad, y cuanto más peligrosa la misión, más protagonismo y reconocimiento adquieren el grupo y los componentes. «Lo que buscan, por tanto, es el reconocimiento del mundo del grafiti».
La pintura que utilizan suele ser ácida y de secado rápido, lo que provoca que al limpiarla se destruya la película de protección antigrafitis que llevan los vagones. De esta forma, la superficie exterior queda indefensa ante próximas pintadas, que afectan a la pintura y a la chapa del tren. En cuanto pintan un tren, Renfe lo manda al taller para limpiarlo, así que el grafiti solo tiene unas horas de vida. «Por eso una de las misiones de uno de los miembros del grupo es grabar la actuación. Es su manera de dejar constancia de lo que han hecho. Y luego se dedican a difundirlo». Esa información es una de las principales fuentes de investigación policial, aunque no siempre es fácil acceder a ella.
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