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Ana Rosa García
Lunes, 5 de septiembre 2016, 09:11
La del psiquiátrico de Parayas es la crónica de una muerte anunciada. Su traslado al Hospital de Liencres, previsto antes de que acabe el año, pone el punto final al dilatado declive de unas instalaciones que se inauguraron en agosto de 1975 con un diseño ... innovador para la época, con pequeñas edificaciones independientes (miniresidencias) dotadas con zonas verdes, centro social, cine, capilla, ausencia de rejas... que respondía al concepto de asistencia psiquiátrica moderna para enfermos mentales de intensidad media.
Pero basta una breve visita al Parayas actual para que cualquiera de las virtudes que algún día tuvo (ubicación, amplitud, espacio a cielo abierto...) se borren de lleno cuando se conocen de cerca las condiciones en las que conviven hoy en día sus pacientes. Más aún si se tiene en cuenta que Parayas representa una pata del servicio de Psiquiatría de Valdecilla.
«Compara y opina», propone uno de los facultativos que guía el recorrido por el complejo, de régimen abierto, estructurado en diez pabellones, una configuración similar a una urbanización de chalés. Seis de ellos se crearon como unidades de hospitalización, aunque solo están operativas tres, con 66 camas en total. Parayas nunca llegó a funcionar por completo. Tenía capacidad para 314 pacientes, pero jamás pasó de la mitad. En sus mejores tiempos, llegó a acoger a 150 enfermos. A día de hoy, la cifra apenas suma medio centenar, mayoritariamente jóvenes.
Habitaciones triples
Con una distribución similar, cada casa consta de dos plantas. Desde que el centro se convirtió en mixto en 1999, una se destina a mujeres y otra, a hombres. En la planta baja, están dotadas de comedor, con servicio de cocina, sala de estar y terraza ajardinada, acotada con una verja. Aunque cada pabellón tiene algún dormitorio individual, se reserva para cuando algún paciente atraviesa una enfermedad común o presenta problemas de sueño. Lo habitual es que sean triples, con un mobiliario anclado en el pasado -no se ha renovado desde su estreno- y un baño compartido por planta, donde la gran amenaza es la legionela.
Oficialmente no se ha confirmado nunca la presencia de la bacteria, pero los profesionales del centro apuntan que «este es el motivo de que dos de las seis unidades o miniresidencias estén precintadas y fuera de uso desde hace meses». Y no solo eso, sino que «para evitar riesgos» (la legionela se contagia por inhalación), todas las duchas llevan instalados filtros de agua que se renuevan cada 15 días, con un coste de 150 euros la unidad. El aviso pegado en la pared de la cocina de uno de los pabellones clausurados da otra pista: 'No utilizar el agua para nada'.
A la plantilla, en general, no le ha cogido por sorpresa la noticia del traslado. Unos lo intuían y otros lo pedían a gritos. Todos sabían que era «inevitable por la situación estructural del complejo, que es cierto que está en malas condiciones», admite un trabajador que lleva toda la vida en Parayas y que no duda en reconocer que no le gustaría que un familiar suyo «pasara ni una sola noche aquí».
Sin embargo, a renglón seguido lamenta que el deterioro se arrastra desde hace más de 15 años «porque a este hospital se le ha abandonado. Ningún Gobierno, ni de un signo político ni de otro, ha querido invertir; este centro ha sobrevivido a base de parches. Teníamos claro que estaba abocado al cierre».
Desde el equipo médico, que llevaba meses demandando a la Consejería de Sanidad que conociera «la realidad de Parayas y viera que, como centro hospitalario, deja mucho que desear», reconocen que la reacción ha sido «inmediata» desde que la Dirección de Valdecilla pudo comprobarlo con sus propios ojos.
El jefe de servicio de Psiquiatría, Jesús Artal, coincide en que «el hospital presenta deficiencias importantes de tipo estructural. Algunas, de origen, tales como problemas de accesibilidad o largas distancias entre los edificios, o instalaciones que nunca se llegaron a utilizar. Otras se han producido con el paso del tiempo y la falta de un adecuado mantenimiento». Por eso, es de la opinión de que «llevar a cabo una renovación arquitectónica sobre la estructura original no sería positivo en términos de coste-beneficio». Y lo justifica porque «en las últimas décadas el modelo asistencial para personas con trastorno mental grave y crónico ha cambiado de forma muy sustancial».
Cambio de modelo
Cuando se abrió Parayas, para proporcionar asistencia de media y larga estancia psiquiátrica a pacientes varones -hasta entonces atendidos en el pabellón 20 de Valdecilla, mientras que las mujeres ingresaban en el sanatorio de Cueto de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús (actual Padre Menni)-, «el modelo imperante, de marcado corte institucional, pretendía cubrir todas las necesidades de los pacientes dentro de la propia institución», explica Artal. De hecho, uno de los bloques del complejo, que ya solo acumula polvo, se destinó a talleres ocupacionales que daban servicio a empresas de la región, como Teka.
Con el paso del tiempo se fue desterrando la idea del manicomio, y «se apuesta por un modelo de perfil comunitario, en el que el hospital debe fomentar que las necesidades no sanitarias sean cubiertas y vividas fuera de sus muros».
En definitiva, remarcan los facultativos al frente de Parayas, «esto es un centro de rehabilitación, donde el objetivo no es que se queden a vivir aquí para siempre, como hace treinta años» -la estancia media hoy se sitúa «entre tres y seis meses, con la posibilidad, en la fase final del ingreso, de empezar a salir los fines de semana»-. Y dentro de este planteamiento, apuntan que la estructura de Parayas se queda «obsoleta», mientras que «Liencres supone un gran salto en la calidad de la asistencia» de los pacientes psiquiátricos.
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