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nacho gonzález ucelay
Jueves, 12 de enero 2017, 13:33
El dictamen del Consejo de Estado, que reconoce la responsabilidad del Ministerio de Defensa en el accidente del Yak-42 (siniestro ocurrido en mayo de 2003 y en el que perdieron la vida 62 militares españoles que regresaban a casa tras una misión en Afganistán ... ), y el compromiso adquirido por la ministra María Dolores de Cospedal de que su departamento acatará esa resolución, aunque no sea vinculante para el Gobierno español, han sido recibidos como "oro moral" por los familiares de los fallecidos, entre los que había tres cántabros: el teniente coronel José Ramón Solar, el teniente Antonio Cebrecos y el soldado David García.
"Oro moral" porque el informe no dicta nuevas indemnizaciones las reparaciones económicas correspondientes ya fueron satisfechas pero admite sin rodeos la dejadez del ministerio que por ese entonces dirigía el popular Federico Trillo, hoy embajador español en Londres y, más que nunca, blanco de las críticas de las familias, que han necesitado caminar 13 años en soledad antes de encontrarse con alguien que les dijera que sí, que es verdad, que tenían razón, que ese accidente se pudo evitar.
"Esperanzador" e "ilusionante", el gesto institucional, sin embargo, "no va a cerrar nuestras heridas", aseguran Sara García y Jesús Calvo, que responden al presidente Rajoy que desde aquella catástrofe aérea habrán transcurrido muchos años "para él" pero "no para nosotros", ella hermana pequeña del santanderino David, él hermano mayor del madrileño Miguel Ángel.
"Para mí no ha pasado el tiempo. Ni para mí ni para mis padres ni para mis hermanas", dice molesta Sara, que, con Andrea, su gemela, era una de las dos niñas del soldado. Entonces, cuando el accidente, tenía 11 años. Hoy, cumplidos los 25, valora con extremada prudencia el dictamen del Consejo de Estado y el compromiso adquirido por la ministra Cospedal.
"No, no es un alivio, es la primera verdad que nos dicen en 13 años. Aliviarnos no nos va a aliviar nada porque en el momento en el que nos tenían que haber dicho esto, que fue cuando el avión se estrelló, no nos lo dijeron", recuerda Sara. "Nos han hecho tantísimo daño que no hay nada en este mundo que pueda aliviar el inmenso dolor que todo esto nos ha producido".
Por eso, más que un sentimiento de alivio, a la hermana de David le invadía ayer otro de esperanza: "La esperanza de que mi familiar pueda descansar por fin en paz y de que yo pueda dormir un poco más tranquila por las noches".
El cadáver de otro
Coincide Jesús en que la palabra no es alivio sino más bien justicia. "Es que, por primera vez, alguien nos ha dicho que teníamos razón. Por primera vez en estos 13 años, en los que lo único que hemos recibido de los políticos han sido patadas, amenazas y pinchazos telefónicos", dice contrariado el hombre, que, en su caso concreto, además, enterró y se despidió de un cadá- ver que no era el de su hermano. "Unos meses después recuerda nos llego una notificación diciéndonos que estuviéramos preparados porque iban a venir a abrir el féretro que nos habían dado porque no era el nuestro".
Horrorizada por el relato de Jesús, Sara, cuya familia sí recibió los restos mortales de su hermano, niega con la cabeza. El hombre añade. "A Miguel Ángel le daba pánico el fuego. Bueno, pues no solo murió carbonizado sino que, encima, la familia a la que le tocó su cuerpo en la lotería esta que nos hicieron lo incineró".
Según Jesús, esa es, precisamente, una de las heridas abiertas por las que todavía no deja de sangrar la rabia de las familias.
"En el funeral por mi hermano cuenta ahora Sara me di cuenta de que su ataúd medía lo que yo (una niña de apenas 11 años) cuando David medía un metro ochenta. Ahí no entraba el cuerpo entero. Y, sin embargo, en la necropsia decía que estaba entero". La chica también recuerda con bastante nitidez "cuando mi hermana mayor se acercó al sitio en el que estaba el féretro e intentó abrirlo". No la dejaron. "Se lo prohibieron".
Emocionada, Sara vuelve la vista hacia Jesús: "Nosotros incineramos a David porque él lo quería así. Pero si en lugar de David es otro... A mí se me hubiese caído el alma a los pies si hubiera incinerado a alguien cuyos familiares no lo hubieran querido así", como era el caso de la familia de Miguel Ángel.
"Aquello fue una auténtica tomadura de pelo", precisa Jesús. "Bueno. He oído que la familia de otro de los fallecidos en el accidente recibió un ataúd con tres pies... ¿Me puedes explicar cómo puedes meter tres pies dentro de un féretro y entregárselo a una familia?", se pregunta atónita Sara. "A una familia a la que estás viendo completamente destrozada correr a tirarse encima de los ataúdes con una bandera que lo único que estaba tapando era miseria...".
Para justificar su inconformismo con el dictamen del Consejo de Estado y con el posterior reconocimiento de la ministra de Defensa, Sara y Jesús rebuscan en el pasado, estos días más presente que nunca. Entre los dos reúnen sin esfuerzo sobrados argumentos.
Saber que el avión en el que debían regresar a casa sus hermanos no reunía las condiciones de seguridad suficientes, que los tripulantes de la aeronave no tenían la preparación concreta para aterrizar en aeropuertos como el de Trabzon (Turquía) así lo subraya el informe emitido por el Consejo de Estado, que se produjeron raves errores en la identificación y la posterior entrega de los cuerpos de los militares a sus familias respectivas y, ahora, que el Ministerio de Defensa tuvo su responsabilidad en todo lo anterior, es para ellos suficiente como para no conformarse.
"Nos han hecho mucho daño", insiste Sara. "Y un daño innecesario", matiza Jesús.
Morir en vida
"Yo he visto a mis padres morir en vida", dice el hombre emocionado. Ninguno de los dos se sobrepuso. "Y yo tuve épocas en las que me pasaba las 24 horas del día sentado delante de un ordenador buscando cualquier dato sobre el accidente, leyendo y viendo algunas cosas que a veces, cuando ya no podía más, me decía: ¡joder, hay que tener estómago para estar mirando esto! Pero es que lo tenía que hacer. Tenía que mirarlo".
A Sara, tan traumática experiencia le ha llevado a vivir diferente. La chica no olvida aquella mañana en la que, pensando que era David, su madre corrió por el pasillo a coger el teléfono para saber si llegó. "Pero no. Era mi hermana mayor. Llamaba para decirle que David iba a bordo de ese avión y mi madre, que no quiso creer lo que le decía, le dijo que colgara porque esperaba la llamada de su hijo".
Desde ese día, nada ha sido igual. "Vivo con rabia", reconoce la chica. "Porque con todo esto nos han partido la vida por la mitad".
En la hora de calibrar su sufrimiento, Sara y Jesús, Jesús y Sara, acentúan su crítica, que personalizan en el exministro de Defensa, Federico Trillo, al que consideran principal causante de su dolor y del dolor de sus familias.
"Me parece una vergüenza que este señor vaya a incorporarse como miembro del Consejo de Estado", dice la hermana del soldado David. "Y me parece una vergüenza porque ese mismo Consejo de Estado al que él quiere pertenecer otra vez le ha culpado a él de la muerte de mi hermano y sus 61 compañeros", recuerda indignada la muchacha. "Y la señora Dolores de Cospedal, lo que debería hacer con ese señor es culparle de los errores que se cometieron, tal y como lo ha hecho finalmente el Consejo de Estado, echarle del Partido Popular y procurar que no vuelva a ocupar ningún cargo público jamás en su vida. Que no sé, la verdad, cómo puede dormir por las noches".
La chica, que no duda de la buena voluntad política de la ministra que ha prometido buscar "por tierra, mar y aire" los contratos desaparecidos del Yak-42, le pide a Cospedal que no deje pasar la oportunidad de satisfacer a las familias. "No es necesario que los busque por tierra, mar y aire. A lo mejor le basta con agacharse a abrir un cajón, cogerlos de allí y explicarnos a todos qué es lo que pasó".
Jesús, que asiente con la cabeza, no añade a lo anterior sino el malestar que le han producido las últimas declaraciones de Trillo al que todo lo que haga el Gobierno, dice, "me parece bien".
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