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Teresa Cobo
Domingo, 16 de abril 2017, 08:08
Los obreros que perforaban desde Cantabria nunca se habían visto con los que avanzaban desde Burgos, pero hacía ya unos días que los de esta parte podían percibir los ruidos y los temblores de las barrenas y de los taladros con los que agujereaban la ... montaña los del otro lado. En la mañana del 26 de abril de 1959 horadaron la ya delgada pared de roca y de tierra que los separaba. Los llegados desde la boca norte saludaron a través de un boquete a los que entraron por la boca sur. Aquellos hombres se sentían ebrios de emoción por la gesta de haber calado el túnel de La Engaña, el último gran escollo orográfico, económico y técnico para unir el Cantábrico con el Mediterráneo por ferrocarril. Eso creían ellos y la mayoría de la sociedad de la época. Han pasado 58 años desde aquella hazaña estéril. El tren nunca llegó. La Engaña vuelve a ser noticia, a menudo lo es, con planes que dan titulares y luego se desinflan.
El Gobierno de Cantabria (PRC-PSOE) ha retomado el testigo de los partidarios de reabrir para uso turístico la galería ferroviaria de 6.976 metros de longitud que atraviesa la Cordillera Cantábrica casi en línea recta. El proyecto está ligado a la ampliación de la vía verde del Santander-Mediterráneo. La Consejería de Turismo está inmersa en una campaña para implicar a la Junta de Castilla y León (PP), a ayuntamientos de ambos territorios, al Parlamento de Cantabria, al Ministerio de Fomento a través de ADIF (Administrador de Infraestructuras Ferroviarias) y al Ministerio de Medio Ambiente. Las Administraciones, una vez unidas por la causa, deberán involucrar también a la Unión Europea para que aporte fondos. La inversión global supondría, grosso modo, 16 millones de euros, de los que casi 10 se los tragaría el túnel, reparado y acondicionado para el tránsito de peatones, ciclistas y trenes eléctricos. ¿Otro bonito cuento de la lechera? El tiempo lo dirá. A día de hoy, la única realidad tangible es que los poblados y las estaciones que se levantaron en La Engaña (Valdeporres) y en Yera (Vega de Pas) se desmoronan y el túnel que los une agoniza malherido por los derrumbes y las filtraciones de agua.
Los argumentos
La recuperación de esta vía subterránea para uso ferroviario es una utopía. La línea del Santander-Mediterráneo, de la que apenas quedaban 35 kilómetros por materializar, no exentos de complejidad, funcionó entre Calatayud (Zaragoza) y Cidad-Dosante (Burgos) desde 1930 hasta que se clausuró en 1985 por ser deficitaria. Comenzó a desmantelarse en 2003 y algunos tramos del itinerario se han habilitado como vía verde. Las obras del túnel se prolongaron durante veinte años, con paralizaciones y cambio de adjudicataria de por medio. Para cuando concluyeron, el transporte por carretera era más competitivo. Tampoco reúne el pasadizo los requisitos y las medidas apropiados para soportar tráfico rodado, que de todas formas sería agresivo para el entorno.
El aprovechamiento turístico gana peso como única salida airosa para La Engaña, un lugar que, a ambos lados del túnel, atrae cada fin de semana a decenas de personas que disfrutan de los paisajes y de las rutas de la vertiente burgalesa, con sus peñas de piedra caliza, y de la cántabra, con sus montañas y valles pasiegos.
La oportunidad de desarrollo para dos comarcas deprimidas será el argumento con el que las Administraciones autonómicas tratarán de convencer al Gobierno central y a las instituciones europeas de la idoneidad de invertir millones de euros en rehabilitar la antigua galería ferroviaria. Como avales presentarán el parque multiaventura que se construye en Pedrosa de Valdeporres (Burgos), a seis kilómetros de la boca sur, y el museo del producto pasiego que se pretende instalar en el edificio de viajeros de Yera, dos simientes con las que los promotores aspiran a generar nuevas sinergias turísticas que transformen la zona. Atrás quedó el proyecto del Teleférico Mirador del Pas auspiciado por el PP, que según el trazado final no iba a llegar hasta Castro Valnera ni a enlazar con la Estación de Esquí de Lunada.
Escasez y boicot
Medio siglo largo ha transcurrido sin que La Engaña haya cautivado a algún millonario como Stuart Weitzman, el zapatero de Hollywood, que quedó fascinado por la cueva cántabra de La Garma, creó una fundación para preservarla y ya ha donado 250.000 euros, cantidad que, por otra parte, no daría ni para restaurar medio kilómetro del túnel ferroviario. Sin pinturas prehistóricas entre sus encantos, La Engaña solo ha enamorado a pobres: a Administraciones sin recursos, a estudiosos, a andariegos, a creadores en busca de inspiración, a curiosos, a nostálgicos, a soñadores y a emprendedoras como Dúnia Rossel, una trabajadora social que, en diciembre de 2015, consiguió firmar con ADIF un contrato de alquiler del edificio de viajeros y de la nave de mercancías de la boca sur con el compromiso de rehabilitarlos en siete años. El objetivo de esta educadora infantil es fundar una colonia obrera de mujeres solas con personas dependientes a su cargo, sean niños, adultos o ancianos.
Rossel («La Engaña no es solo el túnel») espoleó una campaña de micromecenazgo solidario y se rodeó de un grupo de trabajo, pero no progresan. Cada tabique que levantan se lo tiran, cada poste que enderezan se lo tumban, cada puerta que instalan se la rompen, cada rincón que limpian se lo ensucian, cada material que almacenan se lo roban. ¿Quiénes? Individuos que no le perdonan no se sabe qué, si que lleve el pelo de colores o que sea feminista, su perseverancia o que pida aportaciones desinteresadas para un proyecto de vida en el que no ven con claridad dónde termina el interés particular y dónde comienza el colectivo. Sean quienes sean dejan como sello de sus destrozos esvásticas y pintadas insultantes.
Historia y sentimiento
Nada ha prosperado en La Engaña. El túnel se reduce hoy a travesía clandestina para ocasionales senderistas con ánimo de aventura que se adentran en la oscuridad, la humedad y el polvo en suspensión y rebasan la montaña de rocas y escombros que lo obtura en el punto kilométrico 2.500 por un gran desprendimiento. Esa es la realidad 58 años después de su perforación.
En La Engaña se deslomaron 560 presos republicanos y, a lo largo de los años, rotaron por las obras alrededor de 9.000 trabajadores llegados de toda España. Al menos 16 obreros murieron, la mayoría aplastados por lisos de roca, según la cifra oficial admitida por la segunda adjudicataria (Portolés), sin que se conozca el número de fallecidos de la etapa anterior, con la primera constructora (ABC). Cientos de operarios contrajeron la silicosis y cientos resultaron heridos. La Engaña encierra una gran carga histórica y simbólica, pero ese tipo de valores, tachados por algunos de sentimentales, no puntúan en los cálculos de rentabilidad. El túnel emociona, pero no es negocio.
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