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Nacho González Ucelay
Santander
Domingo, 19 de noviembre 2017, 15:27
El argayo registrado hace unos días en la autovía A-8 a su paso por Caviedes, Valdáliga, se produjo en una zona de riesgo, según reconocen los especialistas, que no creen que el deslizamiento –monitorizado mediante drones– pudiera haberse predicho y evitado. Eso, dicen, es prácticamente imposible en una comunidad autónoma que, por su singularidad geológica, «tiene una alta propensión a este tipo de fenómenos».
Profesor titular del departamento de Ciencias de la Tierra y Física de la Materia Condensada de la Universidad de Cantabria, Alberto González Díez, asegura que en la región hay localizados miles de argayos. Tantos que ha dejado de contarlos. «En 1981 se inició un inventario reforzado con algunas tesis doctorales que sirvieron para mejorarlo, pero llegó un momento en el que preguntarnos cuántos argayos podría haber dejó de tener sentido». Por eso esquiva una respuesta siquiera a título orientativo. «Es que a lo mejor le digo que hay diez mil y me estoy quedando corto», afirma el geólogo, que bajo ese término –del francés antiguo ‘hargant’– arropa a un amplio rango de movimientos del terreno.
«Genéricamente se les llama argayos porque todos son movimientos de ladera», aclara el profesor. Pero técnicamente son diferentes. «Hay desprendimientos o desplomes de rocas, hay deslizamientos de tierras planares o rotacionales, hay coladas o flujos de material...». A todos se les denomina argayos «porque ese es el término que se utiliza para que la gente entienda más fácilmente que en un sitio había algo que ha dejado de estar».
No porque sí, sino por la acción de tres factores principalmente: la actividad sísmica, el agua y la mano del hombre.
«En Cantabria, las sacudidas sísmicas actuales son de muy baja intensidad», explica González Díez. «Hace 5.500 años se produjeron movimientos de una gran importancia que provocaron enormes argayos. Pero esa, hoy por hoy, ya no es una razón», de modo que las causas que provocan los argayos en la región se resumen a dos.
Una, el agua. «El agua lubrica los materiales que forman un terreno que con una determinada inclinación no deberían moverse pero que, como consecuencia de esa acción, acaban moviéndose y cediendo». De ahí que los argayos se signifiquen muy especialmente con la llegada de las lluvias.
«Cantabria tiene muy poca capacidad para almacenar agua en sus laderas. Por eso, cuando después de una época de cierta sequía vienen tres o cuatro días de lluvia intensa, no es raro que se produzcan argayos», explica el profesor.
De acuerdo con un estudio elaborado recientemente por el Instituto Geológico y Minero de España (IGME), los argayos han provocado pérdidas materiales por un valor aproximado de 4.500 millones de euros entre los años 1986 y 2016. Y conforme con los datos que maneja la agencia de seguros Asefa, los deslizamientos fueron la causa del 30% de los siniestros relacionados con los daños a edificios entre 2000 y 2010.
De su incidencia en Cantabria da prueba también un trabajo presentado en julio de este año por tres especialistas (Felipe Collazos, Luis Ayres y Sara Sánchez) en el IX Simposio Nacional sobre Taludes y Laderas Inestables celebrado en Santander.
En su resumen, los tres aseguran que como consecuencia de los daños producidos entre los años 2011 y 2016 se produjeron «numerosas afecciones» que obligaron a ejecutar varias actuaciones con el objetivo de reforzar las carreteras frente a este riesgo y a declarar de emergencia algunas obras de reparación.
Y la otra, la mano del hombre. «Pongamos que va un señor en una retroexcavadora y corta la ladera cambiando el ángulo del material. Lo que antes no se movía porque tenía algo que lo sujetaba ahora empieza a moverse porque este señor ha quitado el apoyo de esos materiales que se encontraban en una pendiente natural».
Por estas dos razones, precisamente, se produjeron los espectaculares argayos de Sebrango y de Caviedes, dos ejemplos de manual a los que los especialistas no confieren más relevancia que sus consecuencias sobre la población, que las ha tenido en ambos casos.
El deslizamiento de Sebrango, producido en junio del año 2013, «tuvo una gran repercusión por la amenaza que representaba entonces para los habitantes del pueblo». Y el desprendimiento de Caviedes, registrado el pasado sábado, día 11, «llamó mucho la atención porque obligó a cortar una vía principal». Pero su interés entre los geólogos no es mayor que el que tienen por otros argayos dicen que de muy superior tamaño.
«Hay uno inmenso en Ajanedo, en el término municipal de Miera. Si lo viera quedaría impresionado. Y el área inestable de El Escudo abarca 20 kilómetros cuadrados», subraya Alberto González Díez, que repasando entre sus notas encuentra una que corrobora la imposibilidad de enumerar los argayos: «Mire. Solo en el tramo que discurre entre Luena y Puente Viesgo (unos 180 kilómetros cuadrados), hemos tenido identificados 1.139». Además, «también hay grandes movimientos en la zona de Ontaneda, pero muchos de ellos solalmente podrían apreciarse con los ojos de un técnico».
Esa alta propensión a los deslizamientos a la que el geólogo se refería al principio de la información –y que hace de Cantabria tierra movediza– coloca en el punto de mira «a Liébana, al Asón, al Pas, al Miera y a un tramo de la zona oriental», todas consideradas áreas ‘calientes’ por la abundancia de laderas inestables allí localizadas.
Por iniciativa personal o por encargo, el departamento universitario no solo estudia sino que, además, realiza un continuo seguimiento tanto de las zonas sensibles como de aquellos movimientos identificados que por diferentes razones han despertado en ellos su interés, como es el caso, por ejemplo, del monumental argayo de Sebrango, un desplazamiento de tierras que se produjo hace más de cuatro años, pero que aún hoy sigue representando una amenaza para los vecinos de Los Llanos.
«Se mueve», asegura el geólogo, que es, posiblemente, el mejor conocedor de un fenómeno al que su equipo nunca ha dado la espalda. «Y nada de lo que se ha hecho allí en todo este tiempo ha impedido que el argayo continúe su avance», avisa preocupado.
Según los datos de que dispone, ese argayo tiene en este momento seis millones de metros cúbicos. «O sea, que durante los últimos cuatro años ha triplicado su espesor», advierte el profesor González Díez, que recuerda que el deslizamiento «se produjo por la enorme acumulación de agua que la montaña registró durante aquella primavera» en la que las lluvias caídas y el deshielo saturaron el terreno hasta provocar un alud que hizo sobrecogerse a toda Liébana.
Los grandes argayos han provocado a lo largo de la historia accidentes, algunos mortales, cortes de carreteras y sendas e, incluso, desalojos de vecinos que, como en el caso de Sebrango, se fueron para no volver. Pero del mismo modo son un cúmulo de curiosidades.
La peña de ‘Los Diablillos’, sobre el pueblo de Colio (Liébana), se llama así porque en 1902 se produjo un desprendimiento de piedras de enorme tamaño que al rebotar en las paredes produjeron un estruendoso ruido que los lugareños, espantados, atribuyeron a la intervención del mismísimo diablo. Esa misma razón, la caída de piedras, incesante en el curso del tiempo, sirvió también para dar nombre al río ‘Arroyo Sonoro’, donde todavía hoy uno puede sentarse a escuchar el soniquete.
Sobre el registrado en Caviedes no tiene más elementos de juicio que las fotografías del periódico (el seguimiento le está realizando el delegado del Colegio de Geólogos, Óscar Gil), de ahí que se pronuncie con cautela.
«Es un deslizamiento pequeño, de unos 40.000 metros cúbicos, pero de llamativas consecuencias porque ha obligado a cortar tres carriles de una autovía que une Santander y Madrid». De otra manera, hubiera sido un argayo más de cuantos se producen aquí.
En este caso, además de la lluvia, ha sido clave la mano del hombre. «Allí se ha efectuado una gran obra y se han vertido materiales de relleno muy plásticos que con el agua han fluido y se han ‘marchado’», piensa a este respecto el geólogo, que reconoce que su departamento tenía identificada esa zona como punto de riesgo.
Si había signos de inestabilidad, ¿por qué no se corrigió?
«Me consta que Obras Públicas es muy sensible con estos asuntos, pero tiene que priorizar el dinero y seguramente prefiere invertirlo en el mantenimiento del pavimento que en el seguimiento de un argayo que a lo mejor no se produce hasta dentro de mil años».
Siguiendo el rastro de los argayos, sean del tamaño que fueren, el departamento de González Díez, que ha confeccionado un mapa semafórico muy ilustrativo de la importante actividad que en este sentido se registra en toda la provincia, trabaja día a día por tenerlos a raya haciendo uso para ello de los medios más avanzados que su presupuesto le permite disponer actu- almente y que incluyen drones, técnicas de satélite, topométricas y geofísicas y fotometría digital. «Toda la artillería».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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