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En el momento de mayor ‘boom’ del ladrillo, cuando se podía recorrer la costa cántabra saltando de grúa en grúa, el sector de la construcción llegó a suponer entre el 11,8% y el 12,6% de la riqueza de la comunidad autónoma. Una ... burbuja de más de 1.600 millones de euros anuales que reventó tras batir su récord en 2007 y 2008. Una década después, el turismo se ha consolidado como su sucesor. Tras superar una etapa negra en la que perdió la mitad de sus ingresos, la hostelería cántabra ha recuperado definitivamente el aliento durante los últimos tres años, con cifras disparadas de visitantes, de número de empresas y de impacto en el Producto Interior Bruto (PIB). En plena polémica por la ‘turismofobia’ que ha germinado en otras comunidades, Cantabria, con una industria en declive y un sector primario en peligro de extinción, está más entregada que nunca a sus playas y al amigo extranjero.
El impacto económico del turismo ya iguala las cifras de aquel ‘boom’ de la construcción. Es cierto que el sector hostelero vio cómo su volumen de negocio se hundió hasta un 45% en los peores momentos de la crisis, según sus propios datos, pero la recuperación ha sido fulgurante desde 2015. Aquel año su impacto en el PIB regional llegó por primera vez en su historia al 11,7%. Estamos hablando de 1.424 millones de euros. Nunca antes se había acercado a esos números.
Aunque el de 2015 sea el último dato reconocido oficialmente, los hosteleros y el Gobierno de Cantabria nunca han escondido que el año siguiente, el 2016, fue todavía mejor. De récord, se habló en su momento. Por eso no es una temeridad pensar que la repercusión del turismo en la economía autonómica ya haya rebasado el 12% del PIB y estemos ante un fenómeno que puede compararse, sin caer en exageraciones, al del ladrillo de hace una década.
«Hace veinte años era impensable que los hoteles de fuera de Santander tuvieran clientes antes de Semana Santa y después del Puente del Pilar. Ahora se consigue. Hemos logrado desestacionalizar mucho y alargar la temporada», confirma el presidente de la Asociación de Hostelería, Ángel Cuevas.
Las oficinas turísticas de la capital, por ejemplo, atendieron el año pasado a un 7,4% más de visitantes que en 2015. «El sector está recuperando cifras anteriores a la crisis. Después de unos años complicados, vuelve a coger fuerza y a generar más riqueza en nuestras ciudades», asegura la concejala del Ayuntamiento de Santander Miriam Díaz.
No sólo el PIB corrobora esas buenas sensaciones económicas de las que tanto hablan los profesionales y las instituciones cántabras en los últimos meses. Una de las herramientas más utilizadas por la industria hotelera para analizar su evolución es el ‘Repvar’, que mide el ingreso por cada habitación disponible.
También aquí los números confirman ese momento dorado del turismo cántabro. Hace cinco años, los establecimientos regionales obtenían 36 euros en julio y 52 en agosto de media por habitación, una vez descontados los sueldos, el mantenimiento, las amortizaciones, la limpieza, los suministros, los impuestos... El año pasado, la rentabilidad en los meses de verano fue de 52 y 72 euros, respectivamente. Y en Semana Santa el crecimiento ha sido similar, pasando de 20 a 31 euros el rendimiento real por habitación.
A pesar de que Miguel Ángel Revilla considera el turismo como la nueva «gallina de los huevos de oro» de la economía regional, y ante el posible efecto llamada que estos números pueden provocar en los emprendedores, el presidente de los hosteleros advierte que «dominan los días malos sobre los buenos». «No quiero mandar un mensaje derrotista, pero un negocio se considera rentable cuando lo amortizas en 8-10 años. En Cantabria se tardan 14-15 años. Cuidado con los nuevos negocios porque, de antemano, sabemos que hay que tirar a la basura 200 días al año. La expansión y el crecimiento no son suficientes para amortizar muchos establecimientos. Sólo hay que salir a cenar por Santander en octubre y comprobar que está todo cerrado», señala Cuevas.
A pesar de estas advertencias, el número de plazas en la región (hoteles, campings, apartamentos y alojamientos de turismo rural) es el más alto de la última década. Según datos del pasado junio del Instituto Nacional de Estadística (INE), Cantabria puede acoger a 66.580 turistas. Si viniesen todos al mismo tiempo habría uno por cada nueve residentes autóctonos. Esto supone un 5% más que el verano pasado y un 10% más que hace una década. En sólo un año ha subido lo mismo que en los últimos diez porque la crisis provocó un ‘efecto montaña rusa’ en los negocios turísticos: crecieron hasta 2011, cayeron ligeramente hasta 2015 y se dispararon en el último año.
Estas cifras se reflejan en la calle, como reconoce Miriam Díaz: «Están aumentando los negocios turísticos en Santander y también en otras áreas vinculadas al sector. Lo podemos ver en las calles con nuevos establecimientos que abren cada poco tiempo. En algún caso nos encontramos también con otros que dejan la actividad, fruto a veces de un relevo y una evolución natural del sector. Pero en conjunto, el balance es de crecimiento de negocios y actividad».
Esta explosión turística en la región también se ha notado en el empleo, aunque de forma mucho más atenuada. No sólo en el número de puestos de trabajo que genera, sino que la calidad de los contratos, uno de los puntos débiles del sector, sigue empeorando a pesar de los buenos resultados de los últimos años.
Mientras que el impacto económico del turismo le ha ido comiendo terreno a la construcción, sigue existiendo mucha diferencia en la cantidad y calidad de las nóminas. En su mejor momento, el ladrillo daba trabajo en Cantabria a 36.000 personas –inmobiliarias al margen–. Hoy no llegan a las 17.000.
La hostelería, por su lado, emplea en la región a 25.764 personas, según los últimos datos oficiales de la EPA. Muy lejos de aquel volumen de la construcción del año 2008, aunque es cierto que cada temporada suma más trabajadores e incrementa su porcentaje de ocupación respecto al total. También es cierto que este sector se ha convertido en un salvavidas para muchos jóvenes sin cualificación ni experiencia que, sin un empleo de estas características, tendrían muy complicado salir del paro. Actualmente, todavía más de la mitad de los parados jóvenes no tienen ni siquiera la Educación Secundaria Obligatoria (ESO).
En la época de temporada alta el 66% de los ocupados de entre 16 y 29 años tiene un contrato temporal, porcentaje que baja al 61% en temporada baja. Esto es casi triplicar el nivel de precariedad del conjunto de la economía. De hecho, sigue cobrando más un albañil que un camarero, a pesar de que el negocio de la construcción ha caído a la mitad en los últimos ocho años. En el momento de mayor auge del ladrillo, un operario cobraba algo más de 100 euros brutos al mes que un camarero (1.486). A día de hoy, los salarios se han acercado, pero la hostelería sigue pagando peor. Un obrero gana de media 1.526 euros brutos frente a los 1.510 de un camarero, según el Instituto Nacional de Estadística.
Este ‘boom’ no es un hecho aislado en Santander. Todos los municipios costeros de Cantabria, unido al incremento de la oferta en las comarcas del interior para desestacionalizar la oferta, asisten a una escalada de este sector en los últimos años. En Laredo, por ejemplo, la población se multiplica por cuatro durante el mes de agosto, como explica su concejala de Turismo, Charo Losa, debido al «paulatino incremento del número de visitantes, de manera especial en época estival,, que hemos experimentado en los dos últimos años».
Ángel Cuevas. Presidente de los hosteleros
También se cuadriplican en verano los habitantes de San Vicente de la Barquera. «Y hay que sumar otras miles de personas que diariamente acuden a visitarnos por los atractivos de la villa, por su oferta gastronómica o para disfrutar de las playas», añade su alcalde, Dionisio Luguera. En Castro Urdiales, los empadronados son solo 32.000. Pero en verano esta población puede rondar los 90.000 debido a los veraneantes y residentes temporales. «La dependencia de un sector concreto siempre entraña sus riesgos y cualquier economía local debe intentar diversificar sus posibilidades de empleo y riqueza económica», reconoce su concejala de Comunicación, Elena García.
En cualquier caso, Cantabria no es una isla en España. El espectacular momento del turismo en la región convive con unos registros históricos en el resto del país, donde todo aumenta este año. Las tarifas hoteleras, un 10%; más de 2.000 millones de euros en inversiones por segundo año consecutivo; y cuatro millones más de visitantes en el primer semestre.
La pregunta ahora es: ¿podrán seguir España y Cantabria manteniendo este crecimiento o estamos ante una burbuja similar a la que en su día hinchó la construcción?
Todos los indicadores apuntan a que las cifras del turismo en la región rebotarán y se asentarán por debajo de los números récord del año pasado. Ya no solo por la meteorología que ha rebajado mucho las expectativas para este verano, sino por otras claves internacionales que afectarán a la región.
Dionisio Luguera. Alcalde de San Vicente
Según el informe de Exceltur sobre perspectivas turísticas, el precio al alza de la gasolina, la depreciación de la libra, la caída del consumo interior y un menor impacto de los conflictos bélicos del Mediterráneo reducirán el crecimiento del turismo en España. Y también en Cantabria, convertida en la comunidad autónoma donde más creció el turismo extranjero el año pasado. Un 11% más en 2016 que en 2015.
«Surf, sol e impresionantes paisajes hacen de la región de Cantabria de España el próximo destino de vacaciones», titulaba el verano pasado el Daily Mirror. El New York Times, en un especial sobre los lugares favoritos en Europa cercanos al agua, señala entre ellos a Santander y al Centro Botín. «Lo que le falta de sol lo compensa con un marisco excepcional», dice el artículo. Sólo los visitantes británicos a la región se incrementaron un 18% el año pasado.
Miriam Díaz. Concejala Turismo de Santander
El problema es que uno de cada diez turistas que vienen a la comunidad son prestados, explica el presidente de los hosteleros. Es decir, Cantabria no era su primera opción de destino. Era un Plan B o C al que tuvieron que recurrir por falta de plazas en otro lugar o la inestabilidad en ciertos países. Por eso, las perspectivas están en el aire y los expertos, aunque evitan hablar de una burbuja como la del ladrillo, sí esperan una desaceleración del sector.
Las primeras muestras de turismofobia aparecieron en Baleares hace poco más de un año. ‘Stop guiris’, se podía leer en algunas paredes de Palma. Pero el fenómeno se ha extendido definitivamente este año a Barcelona, Valencia, Málaga y el País Vasco. Pero Cantabria, de momento, está vacunada contra estos ataques radicales que muchos miran con preocupación por el impacto que puede tener en algunas economías. «Aquí de turismofobia nada, sino todo lo contrario», dijo el presidente regional, Miguel Ángel Revilla, durante el pasado Día de Cantabria. «Si hace falta, inventaremos un sobao y una anchoa especial para atraer más turistas», añadió.
En algunos de los municipios costeros con más volumen de visitantes la opinión es la misma. Ni han existido actos de protesta contra los turistas ni se les espera.
«En Santander no se han producido este tipo de incidentes. Los santanderinos sabemos lo importante que es para esta ciudad y sus negocios el turismo, y estamos encantados y agradecidos de recibir a los extranjeros», explicó la concejala Miriam Díaz, que considera que los casos ocurridos en la zona de Levante son «aislados pero absolutamente condenables, ya que repercuten en la imagen de todo el país y de las empresas del sector, fuente de riqueza y empleo indiscutible en España».
La concejala de Comunicación de Castro Urdiales, Elena García, concede que el turismo «ha llegado a extremos en que puede ocasionar molestias graves o problemas difíciles de resolver para los ciudadanos de algunos sitios», pero también tacha de «intolerables las actitudes violentas o agresivas contra los turistas o contra los sectores económicos que viven de él».
La concejala de Laredo Charo Losa confirma que «esa nueva y naciente animadversión al turismo masificado no ha tenido reflejo, por fortuna, en nuestro entorno y haremos lo posible porque así sea». El alcalde de San Vicente de la Barquera, Dionisio Luguera, no cree que «eso pueda reproducirse en Cantabria, pero debemos de estar en alerta para que esos movimientos no se asienten aquí». «Son una minoría pero, desgraciadamente, se hacen notar demasiado», lamenta.
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