![Los osos, cada vez más cerca del hombre](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/201801/25/media/cortadas/oso-6-kCDH-U50789632363IdH-624x385@Diario%20Montanes.jpg)
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Aquella noche, sobre las dos y media de la madrugada, a José María le despertaron los perros. Aunque se parapetó bajo las mantas esperando a que se callaran, daban tanta lata que terminó levantándose a investigar qué pasaba. Quién se iba a imaginar que al abrir la puerta se iba a topar con aquello. El oso que llevaba semanas visitando su pueblo le pilló en calzoncillos. La realidad es que en Cambarco (Cabezón de Liébana) es complicado encontrar a algún vecino que no se haya cruzado en algún momento de estos dos últimos meses con el osezno, que ha vagado por la zona con una pata herida y ha traído de cabeza a los responsables de la Consejería de Medio Rural hasta su captura. El caso es que no es el único de su especie que de un tiempo a esta parte ha tomado gusto a la civilización.
Juan María Briz se ha cruzado con la cría y con otro oso mucho más grande (de unos tres años y cerca de cien kilos) cinco veces desde junio. El primer encuentro tuvo lugar un día, poco después del amanecer, y ambos se dieron un buen susto. «Nos quedamos uno frente al otro y no sé quién de los dos estaba más impresionado. Yo mucho, desde luego. Ese no ha vuelto desde Nochevieja. Dicen que los petardos que se tiraron esa noche han debido de asustarlo... Puede ser. Hasta entonces, por aquí entraba en las huertas por las noches para darse un banquete con las manzanas caídas y fastidiar las ramas de los árboles. Ese sí que impone. Otra vez me lo encontré cuando aún no había luz, a la salida de una curva junto a la iglesia. Estaba allí parado mirándome», cuenta Juan María reconociendo que entre los mayores del pueblo los hay que no están demasiado contentos con los nuevos vecinos. Y eso que los abuelos de allí, quien más quien menos, atesora alguna historia familiar de cuando se toparon con un oso.
La prueba es que a Paquito, su madre, de 93 años, le repite a cada rato que si su padre estuviera vivo hace tiempo que el problema se habría acabado. Es complicado explicarle a la señora que ahora es imposible matarlos si uno no quiere meterse en un buen jaleo, y que ha costado mucho que el oso pardo vuelva a pasearse por los montes de la cordillera Cantábrica hasta conseguir que, según los últimos estudios, haya no menos de cuarenta osas repoblando la zona.
Para Guillermo Palomero, presidente de la Fundación Oso Pardo es raro que haya andado tanto tiempo solo y herido y no se haya encontrado ningún rastro de la madre. La falta de comida en el monte ha empujado a los plantígrados a bajar a los pueblos. Hace solo unos días un tercer oso se acercó a Garabandal a darse un festín con un par de colmenas. «Era uno grande, fuerte y gordo de comer tantas castañas», explica gráficamente el alcalde. La sequía de los últimos meses ha complicado las cosas.
La realidad es que los expertos reconocen que los conflictos entre humanos y osos son muy diversos y han sucedido en todas las poblaciones a lo largo de la historia, aunque la mayor parte tienen relación con la necesidad del animal de buscar comida. Colectivos como la Fundación Oso Pardo claman por una adecuada gestión del asunto; la única manera –aseguran– de garantizar la conservación de casi todas las poblaciones de osos, conseguir su coexistencia con las actividades humanas y evitar conflictos.
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