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Guillermo Balbona
Martes, 6 de octubre 2015, 22:43
Se ha ido en silencio. Discreto. Y eso en un tiempo de ruido y de banalidad, donde se premia la inconsistencia, es el mejor elogio. Su autoridad residía en la palabra. Isaac Cuende falleció este martes. Este miércoles hubiera cumplido 85 años. Practicaba un activismo cultural creativo, inquieto, dando prioridad a la comunicación y a la esencia emocional, al poso frente al impacto, evitando la superficialidad y el protagonismo. Se ha ido como si siguiera contemplando la bahía en uno de sus paseos matinales santanderinos. Era un hombre de palabras y de palabra, de teatro y de poema, de escena y representación, de prosa con rima y de verso de calle recitado, ausente de solemnidad. Las etiquetas obligan a situarle como poeta, dramaturgo, actor...pero sobre todo voz solidaria, comprometida con el hombre y con el lenguaje como pasión.
Hace apenas cinco años publicó en la colección La grúa de piedra, de Luis Alberto Salcines, su libro Contrabando. Poemas súbitos, y recibió un homenaje del mundo de la cultura y, en particular, de la escena, arropado por su compañera de palabra y de vida, Rosa Gil, y sus amigos. Con ese motivo, en una entrevista publicada por este periódico, Cuende deslizó una auténtica declaración de principios: «Jamás he militado en nada, aunque sí he simpatizado, apoyado y colaborado en aquello que me parecía más afín con mis valores. La palabra no es militancia, es una pasión, y la cuna de la civilización es el lenguaje, la morada del ser, que dijo Heidegger».
Isaac Cuende (Santander, 1930) encauzó todas las ventanas de su vida a la cultura y plasmó su vocación y su entrega a la escritura dramática, al teatro y a los recitales poéticos. «A la imaginación, la fantasía, hay que despertarla, incitarla e incluso insultarla, hasta que ¡zas! sale de repente,..», escribió en su citada última publicación. Cofundador del grupo poético Cuévano, participó en publicaciones y exposiciones de poesía visual y experimental desde que en 1969 editara un breve estudio sobre la vida y la obra de Jesús Cancio y dos años después un libro compartido con Jesús G. Diego, Poemas en carne viva. Las Jornadas de Poesía Visual organizadas por Cuévano fueron otra cita histórica.
Creador e impulsor de recitales poéticos, bajo el título genérico de Poesía en Alta Voz, destinados a todo tipo de tribunas, actos, convocatorias y escenarios populares, escolares y culturales, la poesía y la escena, el teatro y la actuación y dramatización fueron las constantes vitales de su creatividad permanente. Como autor teatral estrenó más de quince obras, y vieron la luz editorial La sucursal y El fémur y el antropoide en 2010.
Apostó por «la gramática como arquitectura del lenguaje, y dentro de ella, una sintaxis figurada que dé vigor y elegancia a la expresión». Se declaró partidario de la «concisión y la precisión»; de la «creación de espacios poéticos que generen otros espacios o visiones poéticas»; de la «imagen dinámica y visual del poema»; y sobre todo de «¡no aburrir jamás!». El reciente Premio Nacional de Poesía Lus Alberto de Cuenca saludaba y celebraba hace cinco años el regreso poético de Cuende: «Tu poesía tuvo siempre la magia que acompaña al que cree firmemente que lo que nos rodea no es más que ilusión óptica, enredo, trampantojo, y, sin embargo, habita en el engaño con esperanza».
Con la palabra a cuestas, el hombre de escena fallecido este martes sumó en los últimos años a su memoria de callealtero su voz renovada y su palabra comprometida. Protagonizó recitales, versiones dramáticas, artículos, conferencias y numerosas iniciativas para acercar a los ciudadanos la poesía y mantener vivo el fuego del teatro. Cordialmente Jesús Cancio (1969), Poemas en carne viva (1971), Wankie. Tambores africanos (1973) y Poesía de superficie (1979) sembraron su trayectoria poética antes del citado Contrabando. Tras Cuévano y La Draga, grupo y revista que creara junto a Rafael Gutiérrez Colomer, fundó en el 83 el grupo Bululú-Teatro y puso en escena Opiniones de un payaso, su versión dramática de la novela de Heinrich Böll, más El marinero de Fernando Pessoa, y fundó un año más tarde el Aula de Teatro de la Universidad de Santander, dirigiendo Jacobo o la sumisión, de Ionesco.
En 1989 abrió la etapa fructífera de Panteatro, junto a Rosa Gil, donde las facetas como actor, autor y director se multiplicaron en las producciones: La luna lunática, Viva Arlequín o El reino de Matarile.
Gerardo Diego, Lorca, José Hierro...se sucedieron en su afán por llevar la poesía y la palabra al aula y la calle.
Y como autor dramático, además, estrenó Aviongrafía en 1979, en la UIMP; Tripoder y Pin-piribín-pinpin, ambas estrenadas por Teatro Caroca y dirigidas por Román Calleja en 1980 y 1983; El espantapájaros (autor y director) en 1986 por Tex-Teatro; Cógito de barras, en 1989 por Teatre de LAigua, de Alicante; Hinterhof (Patio) en 1993 (autor y director), en el Teatro La Claque de Baden (Suiza); en 1996 La gata negra, por Dantea; en el año 2000 dirigió con Producciones Ábrego Mirando al tendido de Rodolfo Santana, en 2005 La sucursal.
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