![Altamira pierde su último habitante](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/pre2017/multimedia/noticias/201602/27/media/cortadas/altamira5--490x578.jpg)
![Altamira pierde su último habitante](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/pre2017/multimedia/noticias/201602/27/media/cortadas/altamira5--490x578.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Marta San Miguel
Domingo, 28 de febrero 2016, 07:34
Entre el deseo y la profesionalidad, entre la fascinación y la ciencia; ahí, en ese complejo margen se movió José Antonio Lasheras durante 25 años como director del Museo Nacional de Altamira. Su papel no fue fácil y en su quehacer supo unir la proyección de las pinturas que protegía con su celo por hacerlas cómplice del interés del mundo, como así lo recuerdan quienes trabajaban con él, quienes compartían las reuniones del Patronato, las comisiones que durante años han velado porque las pinturas no se deterioraran. Su proyecto de vida fue «el difícil equilibrio entre conservación y difusión», pero esa vida se paró de golpe el pasado viernes en la carretera. En Altamira algo está más oscuro desde entonces, porque la muerte de Lasheras ha sumido en el estupor al mundo de la cultura, que se asoma sin palabras a una nueva pérdida cuya brutalidad repentina recuerda a la partida de otra eminencia: José Luis Casado Soto.
¿Quién fue Lasheras, quién ha sido hasta la fecha el último habitante de Altamira? Su especialidad no era el arte rupestre ni la paleontología, no al menos hasta que llegó a Santillana del Mar a finales de 1990. Hasta entonces, su territorio había sido el de la arqueología clásica, pero algo ocurrió para que justamente él acabara sentado al frente de un «vetusto museo», lejos de los grandes centros nacionales que congregaban a los profesionales en Madrid. Hasta entonces, el de Altamira había sido un pequeño espacio sin colección específica vinculada a la cueva, una cavidad que además adolecía de políticas de conservación severas y que, tras cinco años cerrada (1977 a 1982) por los daños que las visitas descontroladas habían causado, se volvía a abrir al público bajo un férreo sistema de visitas (8.000 al año). Este fue el panorama que se encontró José Antonio Lasheras cuando, tras aprobar una oposición, se puso al frente de uno de los mayores tesoros del patrimonio mundial: la cueva de Altamira. Sin proyecto museístico firme y con las pinturas en riesgo, ¿qué podía esperarse?
reacciones institucionales
El Gobierno de Cantabria va a promover ante el Ministerio de Cultura un reconocimiento al director del Museo Altamira, José Antonio Lasheras. Lo anunció ayer la vicepresidenta del Gobierno de Cantabria, Eva Díaz Tezanos, que mostró sus condolencias por la pérdida del director de Altamira. En esos términos expresó tambien su pesar el alcalde de Santander, Íñigo de la Serna, que definió a Lasheras como «un investigador apasionado y un gestor responsable», y desde el Parlamento de Cantabria su presidenta, Dolores Gorostiaga, que se sumó ayer a las muestras de dolor para trasladar «su más sincero pésame». Desde la Fundación Botín, la Universidad de Cantabria o la UIMP también llegaron las reacciones destacando su importante labor en la «modernización y proyección» del Museo de Altamira.
«Hasta su llegada habían pasado varios conservadores por el museo, pero todos se marchaban a otro destino más apetecible. Sin embargo, José Antonio siempre tuvo claro que se iba a quedar», recuerda Manuel González Morales, director del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria. «El proyecto de su vida iba a ser darle una relevancia internacional a ese museo». Y lo consiguió. Desde que en 1991 comenzara a dirigir el Museo Nacional y Centro de Investigación, esa fue su pulsión, «cambiar lo que significaba Altamira». Porque ese pedazo de tierra escondida, de naturaleza humana en proceso de evolución, era su «obsesión, su vida».
Quienes le conocieron coinciden en esa especie de «fascinación» por la cueva, hasta el punto de que su tarea profesional era en realidad su propia vida. Y no tanto por la implicación intachable que su equipo reconoce aún noqueado por la trágica noticia, sino por la dimensión humana que le confería a la cueva: «Su prioridad fue la renovación integral para crear un museo digno de Altamira y para ello puso en marcha el Plan Museológico que culminó con la primera piedra, en 1997, del actual museo», dice Carmen de las Heras, conservadora del Museo Nacional y miembro del equipo de Lasheras. Ayer aguantaba firme la voz pero aún conjugaba en presente los verbos cuando se refería a José Antonio. «Es tremendo, tremendo», repetía al otro lado del teléfono mientras atendía a este periódico. Ante el dolor no cabe réplica, como tampoco la tiene ya la cueva en la figura de su director, que de alguna manera compartían ambos el misterio, el silencio introvertido. «Iba más allá de la dedicación profesional, creía en lo que hacía», advertía ayer un «sobrecogido» José María Ballester, que en la última reunión del Patronato fue nombrado coordinador del Plan de Conservación Preventiva de la cueva. «Tenía una visión casi vocacionalmente sacerdotal con relación al trabajo que desarrollaba en Altamira», recordaba ayer José María Lassalle, «para él lo más importante que había en su vida era ser director del Museo y poder tener una relación muy especial con el tesoro que alberga dicho museo, que es la cueva». No hay duda de que el Museo que deja atrás fue su «gran obra», como resume González Morales. En ese sentido también se expresaba Roberto Ontañón, director del Museo de Prehistoria y Arqueología y director de las Cuevas Prehistóricas de Cantabria: «José Antonio convirtió un museo vetusto en un magnífico espacio que visitan 263.000 personas, es algo que desborda la categoría de patrimonio cultural y entra en el del desarrollo económico de la región». Las últimas cifras que manejaba el propio director así lo atestiguaban. Se lo dijo a su equipo el pasado lunes en una reunión que mantuvieron con los guías turísticos, como recuerda Carmen de las Heras. Para ella, esos números no son cifras sino el resultado de una forma de vida, la de Lasheras, volcada siempre en su obsesión de «proteger la cueva y crear un museo moderno con las últimas tecnologías pensando en Cantabria». «Le debemos muchísimo tanto desde un punto de vista patrimonial como turístico», sostiene Ontañón, que reconoce la dificultad del papel que tuvo que desempeñar estos 25 años, en los que, sobre todo en 2002, se le echaron encima al cerrar de nuevo la cueva poco después de inaugurar la réplica. «Era un puesto muy difícil, al cabo de tantos años y con tantos intereses centrados en Altamira, tuvo que hacer equilibrios entre agentes como el Gobierno regional y el estatal, y luego entre la apertura o no al público», afirma. «Le debemos mucho. No solo tenía conocimientos científicos y calidad como museólogo sino una calidad personal particular para salir adelante».
¿Y ahora qué?
Es inevitable preguntarse qué va a sucede ahora que José Antonio Lasheras no está para hacer de Altamira algo permanentemente vivo, en crecimiento, a buen recaudo. ¿Qué sucede con un museo que era la extensión de su último habitante, una forma de entender el conocimiento en la persona de Lasheras? «El mejor homenaje es tener muy presente su obra y tratar de continuarla desde el nivel que le corresponde», dice Ballester, que tendrá en su mano la responsabilidad de velar porque esa pugna permanente entre la difusión del conocimiento y la conservación del mismo siga en el delicado camino que sostuvo la carrera de Lasheras. Surge ahora el debate de limitar a cuántas personas más se va a permitir la entrada. En la actualidad son cinco cada viernes. Y por sorteo en el mismo museo. Una forma más de vincular el entorno de la cueva con ese edificio diseñado por Navarro Baldeweg y que acoge en su exposición permanente el relato paralelo de las pinturas y su creación. «La línea de actuación no creo que difiera pero Lasheras estaba llamado a jugar un papel fundamental en el futuro de la cueva», admite Ontañón, que habla de una «pérdida terrible e irremplazable». Ahora que la Unesco mira a España para instalar la sede de su Centro de Arte, ahora que la ciencia avisa de que la cueva puede acoger más visitantes, es momento de seguir la estela de fascinación y ciencia que pintó Lasheras para siempre en Altamira.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.