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Marta San Miguel
Martes, 28 de junio 2016, 11:06
Irradia buen rollo, como el que provocan las pelis francesas que mezclan acordeones de fondo, con planos en una campiña y bicicletas. Sólo que aquí, en Santander. Frente a un solar abandonado, una sede gubernamental provisional pero definitiva y el traqueteo de los coches triturando adoquines. Ahí late el mural que Boa Mistura pintó allá por 2013 y que tiene los días contados. La construcción de un edificio de viviendas en el solar contiguo va a condenarlo para siempre: una vez que comiencen las obras no habrá vuelta atrás. ¿Tendría sentido repetirlo en otro emplazamiento?
La conciencia de que en cualquier momento un mural o un grafiti puedan desaparecer otorga el valor añadido a la pieza: es la esencia del arte urbano, su carácter efímero, que asume la pérdida para reivindicar sobre ese abismo la importancia del momento. De lo irrepetible.
Apenas han pasado tres años desde que el colectivo madrileño se encaramó a una grúa, y con trazos mezclados de dibujos y letras elaboró el dibujo dentro de la programación de Desvelarte. Desde entonces, ahí está el corazón de Boa Mistura, palpitando vida desde una pared antes gris y sucia. El festival de arte urbano de Santander, que organiza la asociación ACAI con Javier Lamela, Laura Irizabal y Zaida Salazar al frente, lleva desde 2008 tejiendo una ciudad de imágenes insólitas, a caballo entre el grafiti y el alegato, entre el adorno y el concepto, y en apenas dos semanas lo volverán a hacer. Este año, su octava edición, llega con la novedad de la fecha de su convocatoria, del 1 al 10 de julio (hasta ahora era en septiembre), y con una nueva edición en la que la convivencia con el arte, los vecinos y la expresión serán los ejes de su programa.
Uno de sus responsables, Javier Lamela, admite que les dio «mucha pena» enterarse de la noticia de Boa Mistura, aunque tienen asumido que el arte urbano es así, imprevisible y por razones muchas veces ajenas al autor: «No sabes si al otro día va a existir la pieza, si alguien lo habrá estropeado, porque este hecho forma parte de su razón de ser», dice. ¿Acaso no ha levantado revuelo la exposición que ha metido entre las cuatro paredes de un museo de Italia las obras de Banksy?
Con el mural de Boa Mistura no se puede hacer nada; no es un lienzo que se pueda reproducir, o cortar y pegar en otro lugar. «A todos nos gustaría que estuviera cuanto más tiempo mejor, pero se perderá», sentencia con un punto de no retorno en su afirmación, aunque la posibilidad de volver a invitarlos está ahí.
Respeto a las obras
La explicación de lo efímero es una forma de consuelo, pero la realidad es que una vez que la obra sale y se proyecta en el espacio urbano, y se posa en un poste, un muro, una pared o incluso unas escaleras, de alguna manera deja de pertenecer al autor, a los organizadores de festivales como el de Desvelarte, y pasa a formar parte de sus habitantes, del día a día de la ciudad. De todos. «Hasta la climatología puede dañarlos, pero ahí siguen», afirma el fotógrafo, quien aplaude el respeto que hay por estas piezas en Santander: «El respeto que existe hacia estas obras es el respeto que tiene la ciudad hacia su propia cultura urbana». De hecho, en estos ocho años de festival apenas piezas han sufrido desperfectos, y sólo una de ellas por algo que se conoce como vandalismo aunque sería más acertado llamarlo estupidez.
Alguien destruyó la intervención de ROA en el Río de la Pila, una de las primeras que programó Desvelarte en 2012 y que trazó el esqueleto de un dinosaurio a lo largo de la calle. «La gente respeta las obras, de hecho la de Judas Arrieta (2015) no la han tocado a pesar de que está a pie de calle (en Santa Lucía), o las de CRAJES (2013), que está en una plaza donde se hacía botellón y están al alcance de cualquiera». Hasta la fecha no han sufrido ningún daño y ahí están las figuras gigantes de CRAJES, que siguen atentas el tráfico de la sardinera en la fachada norte del Centro Cultural Doctor Madrazo. En este caso su supervivencia es doble, ya que ahí siguen tras las obras que han rodeado el edificio que las alberga. Ahora que el centro se enfrenta a su remodelación interna, no corren tanto peligro como cuando se realizó la reforma de la plaza y el mercado sobre el que se asienta: «Podrían haber pintado la fachada pero ahí lo han dejado, lo han respetado», admite Lamela.
Qué se ha perdido
Las piezas perdidas tienen un porqué que legitima su desaparición, alguna de ellas entendible, como el hito que hubo que retirar del proyecto Letras en los cuadrados de la Plaza Porticada donde la gente al sentarse se pinchaba con ello: «Hubo quejas y el Ayuntamiento nos pidió que lo quitáramos». Ese hito era la palabra aquí, y formaba parte del diccionario urbano que desparramó más de una veintena de términos por rincones, rotondas, escaleras y hasta fachadas de piedra de Santander. Otra de ellas, la palabra respirar, desapareció bajó las ruinas del edificio derrumbado de la calle Menéndez Pelayo, en el antiguo gimnasio de boxeo donde estaba la instalación, y a pesar de que «ha habido gente que ha arrancado otras palabras», la mayoría sigue ahí. A la vista.
El misterio envuelve sin embargo la desaparición de otra pieza. Se trata de una de las cuatro esculturas que el colectivo Los Dobles (Raúl Hevia y Antonio Díaz Grande) realizó para la edición de 2011 de Desvelarte. Eran cuatro, dispuestas en cuatro zonas de la ciudad: La Magdalena, El Sardinero, Mesones y los Jardines de Pereda. Precisamente esta fue la que, cuando comenzaron las obras del Centro Botín, desapareció. No es que no se vaya a reponer en su lugar original, es que «de hecho nadie sabe dónde está. Se ha perdido».
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Ana del Castillo
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