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José María Gutiérrez
Jueves, 27 de abril 2017, 10:23
Defiende que la música es «una química» entre el artista y el público, una química que es «como enamorarse, funciona o no», y que nunca ha tenido como prioridad alcanzar el gran poder de convocatoria que atestigua su trayectoria, pero el caso es que Jean- ... Michel Jarre (Lyon, 1948) ha sabido conjugar a la perfección amor y números. Al compositor, intérprete y productor francés le ha funcionado la ecuación y su capacidad de seducción -musical- abarca ya cinco décadas.
En ellas ha vendido más de 80 millones de discos y ha entrado varias veces en el Libro Guiness de los Récord por sus apabullantes audiencias en vivo, superando los contornos propios de la música electrónica para encarar una experiencia apta para todo tipo de públicos: reunió un millón de espectadores en la Plaza de la Concordia de París en 1979, en lo que fue su primer espectáculo de masas; 1,5 millones en Houston en 1985 en el concierto organizado para conmemorar el 150º aniversario de la ciudad texana y el 25º de la NASA; 2,5 millones en París en 1990 para celebrar los 200 años de la Revolución Francesa; y 3,5 millones de personas en Moscú en 1997, un espectáculo memorable que festejaba el 850º aniversario de la capital rusa en el que contó como invitados a los astronautas de la estación MIR, en conexión desde el espacio. Ningún concierto ha sido capaz de superar esta cifra de audiencia hasta la fecha.
La cita que protagonizará el sábado el padre de la música electrónica en el aparcamiento del monasterio de Santo Toribio de Liébana en lo que será el primer gran espectáculo musical de la programación del Año Jubilar se quedará muy lejos de cifras históricas -el aforo del singular espacio es de 6.000 personas- pero entrará a formar parte de otro apartado en el que Jarre apenas encuentra comparación: el de haber actuado en lugares únicos del planeta. Amante de la historia como es, la música no le podía otorgar mejores regalos. Así, puede presumir de haberlo hecho en las pirámides de Egipto, la Acrópolis de Atenas, la Ciudad Prohibida de Pekín, el desierto de Merzouga o en la monumental fortaleza de Masada, en Israel, hace apenas tres semanas, en un concierto organizado para alertar sobre el riesgo de desaparición del Mar Muerto y la necesidad de resistir a las políticas medioambientales de Donald Trump. Porque si hay otra cosa que le caracteriza es su labor solidaria, reivindicativa, humanista, que desarrolla de forma intrínseca a su música y que tiene su máxima expresión en el cargo de embajador de la Unesco que ostenta.
Incansable investigador de sonidos, los grandes números abruman en la biografía de un artista que podría haber sido arquitecto o astrofísico pero que tomó otro camino porque la música es para él «una adicción». Como el amor. Y quizás de origen genético, porque es hijo de otra gran compositor como Maurice Jarre, que ganó tres Oscar por las bandas de 'Doctor Zhivago', 'Lawrence de Arabia' y 'Pasaje a la India'. Un territorio que Jean Michel también ha explorado, de manera esporádica, aunque la influencia es más visible en el carácter magnificente y cinematográfico de su estilo, etéreo y macizo a la vez.
Figura clave
El trabajo y la figura de Jarre es trascendental, clave, en la historia de la música electrónica, sin cuya presencia no se entendería tal y como es. Trascendental e influyente en muchos otros artistas que seguirían caminos parecidos. Destacado pionero en la introducción de sintetizadores en la música popular, su discografía guarda trabajos para el recuerdo, desde aquel 'Oxygene' (1976), con el que, a partir del mayor de los minimalismos, sentó las bases de la música electrónica y predijo su actual destino masivo. Fue un precursor en toda regla, porque en aquella época una música manufacturada con teclados y sintetizadores modulares era una novedad incluso hasta extravagante. Un álbum que lo volvió mundialmente reconocido y que se ha convertido -otra cifra para apuntar- en el álbum francés más vendido de todos los tiempos, superando las 20 millones de copias. A él le siguieron 'Equinoxe' (1978), 'Magnetic Fields' (1981), 'Zoolook' (1984), 'Réndez-Vous' (1986), 'Revolutions' (1988), 'Chronologie' (1993), 'Metamorphoses' (2000)...
Su última aportación, a la que dedicará una parte de su concierto en Liébana, es 'Oxygene 3', publicado en diciembre de 2016, 40 años después del lanzamiento de 'Oxygene' y 20 del de 'Oxygene 7-13', completando así la trilogía. Aunque las piezas (de la 14 a la 20) conectan con el origen de la entrega, también son capaces de inspirar una sensación de futuro, de vanguardia, incorporando formas de producción tanto clásicas como modernas. Necesarias, porque, con la entrada del siglo XXI, Jarre cayó en la tentación de tributarse a sí mismo y sus aficionados tuvieron la sensación de que el productor francés tenía que conformarse con restringir su ámbito de influencia al simple onanismo técnico. Nadie ponía en duda su condición de pionero, pero sí su propia evolución, su capacidad para reinventarse o adaptarse a las nuevas corrientes, que tocó fondó con 'Teo & Tea' (2007), un fallido intento de meterse en las pistas de baile.
Después casi una década de silencio discográfico, que no de conciertos, Jarre regresó en 2015 con 'Electronica 1: The time machine', un álbum de colaboraciones que es un viaje en el tiempo a través de los últimos 40 años de la música electrónica. Pocos meses después vio la luz la segunda parte, 'Electronica 2: The heart of noise'. Con ellos cumplió el propósito de recordar al mundo que los músicos que hoy se dedican a la electrónica tienen un fuerte vínculo con el hombre que sacó los sintetizadores de los laboratorios de las radios. Aunque su música no necesita de autohomenajes porque se reivindica a sí misma, respondió a los que tildan su creación de anacrónica.
Preparativos
Apasionado de la ciencia y la tecnología, Jarre ha hecho una pausa en su gira de 'Oxygene 3', que en mayo continuará por Canadá y Estados Unidos, para ultimar los detalles del espectáculo 'The Connection Concert' que presentará en Liébana y que conectará el significado del Año Jubilar y el sentido espiritual y universal que busca. El escenario al que se subirá el polifácetico creador de Lyon empezó el martes a tomar forma y los trabajos concluirán hoy, para dedicar el viernes al montaje de la parte técnica de vídeo, luces y sonido. En total, en todos los campos de la producción trabajarán unas 150 personas.
El propio escenario -el físico y el instalado- será parte protagonista del concierto, porque Jean-Michel Jarre es un maestro en adecuar sus espectáculos a los espacios donde actúa. Y en Santo Toribio no será menos, porque «este lugar se debe mostrar de forma auténtica», enseñando lo que supone «desde el punto de vista de la cultura y las raíces», explicó hace un mes en su visita al lugar del concierto, del que quedó maravillado. Así, al margen de una parte dedicada a su último disco, habrá otra especial creada específicamente para la cita del sábado y su contexto, con la que buscará poner de relevancia la idea de permanencia del monasterio, como un lugar «que existía antes de nosotros y que seguirá existiendo después». A ello le ayudarán el espectáculo de luces e imágenes -se instalarán ocho bloques de pantallas, algunas de ellas dinámicas como cortinas- que acompañarán a su música.
Los que no sean uno de esos 6.000 privilegiados que hayan podido adquirir una entrada podrán ver el histórico concierto a través de la retransmisión que realizará en directo RTVE, que posibilitará que pueda ser seguido por millones de personas en todo el mundo a través de La 2 y de su web. Para ello, el ente público empleará doce cámaras y un equipo humano de más de una treintena de personas.
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